Dos lecturas
trascendentales
La primera, Hb. 8,6-13,
partiendo ya del sumo sacerdocio de Jesucristo, Mediador de una Alianza nueva,
y muy superior a la antigua. La antigua tuvo su momento y su valor, pero no fue
definitiva, porque vuestros padres fueron
infieles a mi alianza cuando Yo les tendí la mano para sacarlos de Egipto.
Por eso mi nueva alianza la pondré en sus mentes y
en sus corazones. No será escrita sobre tablas de piedra, que le entregué a
Moisés, sino en el propio corazón de un pueblo nuevo, de modo que ya no tendrá uno que enseñar a su hermano,
porque todos me conocerán del mayor al menor. Perdonaré sus delitos.
Concluye la lectura de hoy haciendo ver que al ser alianza nueva, ha quedado ya abolida la
antigua. Lo cual tiene mucho que ver con aquello del vino nuevo en odres nuevos.
“Quedó anticuado lo anterior”, dice Hebreos. Se hace viejo y está a punto de
desparecer.
No es mera literatura, ni mero sermón. Es de un valor
concreto muy fuerte, porque nos lleva a la reflexión personal de nuestra
respuesta también nueva, que va dejando anticuada una forma y va dando paso a
otra nueva. Esa que nadie tiene que venir a dárnosla masticada sino que
requiere de mucha reflexión e interiorización personal. “No tiene que decir un hermano a otro: ¡Conoce al Señor!”, porque
estará en el corazón de cada persona el secreto de su respuesta. Aunque eso
requiere de mucho entrar uno dentro de sí mismo. Y bien a sabiendas que no es
fácil ni cómodo. Pero es camino indispensable para vivir esa Alianza nueva, que está muy por encima
de las “celebraciones externas”. Por eso digo que es lectura trascendental,
porque va más allá de una fórmula, de una práctica, de un estilo adquirido.
Está en permanente “movimiento”, en constante llamada al corazón de la persona.
Y si nos vamos al Evangelio de San Marcos (3, 13-19) nos
metemos en otro huerto de proyecciones incalculables. Jesús sube a la montaña, llama a los que quiso, a doce, para que estuvieran con Él, para enviarlos
a predicar y para echar demonios. Eso puede leerse de corrida y saberse
de memoria. O levantar una serie de llamadas al alma de cada uno de nosotros:
Llevados a la montaña…,
a otra altura, fuera del “llano” de nuestra vulgaridad. Los que Él quiso: llamados porque quiere llamarnos, porque es su
voluntad que estemos con Él. Y los doce elegidos igualmente para enviarlos a lanzar demonios.
Nuestra misión es lanzar de nosotros los
diversos modos de engaño –a veces sutil-, y las diversas maneras de “esclavitudes
del YO”, por donde vamos camuflando bajo
muchas capas de explicaciones y justificaciones la verdad última e íntima de
nuestra voluntad (o nuestra veleidad).
Los doce
igualmente elegidos. Lo mismo Simón que Juan, que Natanael (Bartolomé) o que
Judas Iscariote. Para Jesús no ha habido diferencia: los doce para estar con Él, para predicar, para
lanzar demonios. Y eso nos toca que asimilarlo totalmente sin la menor reticencia,
ni influencias en otro sentido. Espació la semilla igual para los doce.
Luego viene la libertad humana, la respuesta a los talentos
recibidos, el corazón que se deja atraer por Jesús y el que considera dura su palabra. Y eso está
ahí no como mera referencia histórica. TRASCIENDE. Porque un Agustín pasó de
herético a paladín de la Iglesia, y un Ignacio de Loyola de soldado pecador a
un enamorado de Jesucristo. Y Lutero o Enrique VIII pasaron de ser defensores
de la Iglesia a volverse contra ella y desgarrar la túnica de Cristo. Y todos
tuvieron delante al mismo Cristo, la misma llamada, el mismo querer de elección por parte de Jesús.
¿Se ha acabado en la lista de los apóstoles o en la
historia de la iglesia esa diferencia de respuestas?
No, no se ha acabado en la lista de los Apóstoles, Jesucristo, sigue llamando hoy; llama a los que quiere; Él siempre toma la iniciativa; designa a unos cuantos para que sean Ministros Ordenados; quiere que estén con Él para que anuncien la llegada del Reino y les da poder para sacar demonios.Al día de hoy, Jesús sigue actuando en los sucesores de los Doce, en nosotros...¿Estamos donde Él quiere que estemos? Somos frágiles y no siempre hacemos un uso adecuado de nuestra libertad; para no equivocarnos nunca debemos unirnos al Señor y hacer lo que Él nos diga, como su Madre nos recuerda.
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