LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA
Hasta
la reforma del Calendario litúrgico esta fiesta fue de LA CIRCUNCISIÓN DE
JESÚS, o el momento de imponerle el nombre al niño. Se cumplían así los ocho días del nacimiento, que era lo
mandado por la ley. Se sigue leyendo el evangelio que incluye este dato, pero
la titularidad de la fiesta ha pasado a conmemorar expresamente a María, como
MADRE DE DIOS, resaltando así lo que es la causa esencial de la realidad de
María en la historia de la salvación y el porqué de todas las prerrogativas de
María. Es, pues, la fiesta titular de Ella, incorporada así expresamente al
ciclo de Navidad en que el protagonismo –evidentemente- es de Jesús.
En
las lecturas del día se utiliza una fórmula de bendición y felicitación que muy
bien pude entenderse dirigido a María, y viene también a ser un deseo de la
Iglesia sobre sus hijos, los fieles (y sobre todo el mundo) de la FELICIDAD
PARA EL NUEVO AÑO que acaba de nacer.
En
cuanto al Evangelio María está ahí presente pero yo acentuaría el hecho de la
imposición del nombre a JESÚS, nombre que le había dado ya Dios, trasmitido por
el ángel, antes de la concepción. Suponía un acto de la mayor importancia
porque era el momento en que el varón entraba a ser miembro del Pueblo de Dios. Acto de especial valor
para el padre de familia, que vivía con sano orgullo su responsabilidad en ese
acontecimiento. José había sido expresamente encargado por Dios, y no sólo por
ese hecho sino porque el nombre que José ponía al niño llevaba una carga muy
fuerte ya que era Dios mismo quien comunicaba que ese niño era EL SALVADOR de
Israel. [A propósito: imagino que todos sabéis que JHS no significa “Jesús
hombre Salvador”, porque las letras transcritas al “castellano” no son las
originales griegas: una IOTA (I o J),
una ETA (que es una E) y una SIGMA
(que es una S), con lo que realmente
se tienen la tres primeras letras del nombre de JESÚS].
Ahí
hay una clave que siempre se me suscita y que repito a sabiendas de que lo
tengo más que dicho: que a cada uno nos toca DECUBRIR EL NOMBRE POR EL QUE DIOS
NOS CONOCE, que es la misión para la que
nos puso en el mundo, realidad que es mucho más íntima que la del nombre de
pila que nuestros padres eligieron para nosotros. Un año que nace podría ser
una buena oportunidad para preguntarnos sobre ello en una línea de oración. Si
ayer insinuaba yo la conveniencia de un balance que mira al pasado, hoy abro la
atención a ilusiones y proyectos de futuro. No n el aire ni soñando, sino
abriéndonos a realidades posibles en adelante.
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