Lo que siguió…
No puedo menos que dedicar
una reflexión a NAZARET, que ocupa la mayor parte de la vida de Jesús. Tenemos
recién pasada la manifestación al mundo, en la fe, de ese Niño recién nacido.
Pero lo que el tal “mundo” vio con los ojos de su cara se desarrolló en una muy
larga estancia de la Sagrada Familia en Nazaret. Y ahí que quiero ir con mis
lectores y orantes en esta mañana del día 7.
Cuando aquella familia regresó a Nazaret tras su ausencia,
hubo parabienes de aquellos convecinos. No sólo porque habían regresado a su
casa sino porque venían ya con el niño. Habían dejado a María encinta, y ahora
recuperan ya la familia completa, y deseándoles muchos hijos como el bien más
valorado en Israel. Máxime cuando habían comenzado aquella familia con un
varón, que era la gloria de un matrimonio.
¿Qué veían los nazaretanos en aquella familia? Nada
especial a simple vista. Un matrimonio joven que ha comenzado a traer hijos al
mundo. Más allá, nada especial, salvo la finura que exhalaba aquella familia.
Si era el padre de familia, un hombre leal, trabajador,
fiel, fino en su trabajo, responsable, amante de su hogar, buen esposo y buen
padre. Buen vecino, buen paisano y compañero, hombre que compaginaba sus tareas
con la vida de su hogar y las relaciones sociales. Del misterio que encerraba,
naturalmente no barruntaban nada. Era un padre modélico, embobado con su hijo y
su hijo con él. Un esposo especial que –distinto de la tónica general- colocaba
a su esposa en plano primero, sin que eso supusiera que era menos que los
otros. José ayudaba a su esposa, le quitaba cargas, no la tenía como en un
segundo plano. Eso podría ser un modo habitual de comportamiento patriarcal de
la época, pero en aquella familia bien podía decirse que estaban en el mismo plano
los dos esposos.
María, otra persona sencilla, la esposa de José, la madre
de aquel niño. La madre de familia hacendosa, que siempre tenía sus cosas a su
tiempo y en orden. La vecina con la que gustaba echar el rato. La persona que
no dejaba que en corrillo estuviera ella haciendo comentarios que pudieran ser
desagradables. María sólo tenía ojos para ver lo bueno, para alabar, para
reconocer cualidades de otras personas. Siempre disponible a servir, a ayudar,
a ir a la casa de alguien que podía necesitarla. Limpia de corazón como nadie,
de manera que llamaba la atención. Pero qué había detrás, nadie lo sabía, nadie
barruntaba ni podía sospechar… La realidad es que era una madre que había
llegado a la maternidad por una acción divina y misteriosa. Pero José servía de
velo que ocultaba el misterio, y nadie sospechaba que aquella familia era tan
distinta de las otras familias. ¿Y que tenía una distinción, nadie lo dudaba!
Pero era otra forma más honda la que distinguía a los tres.
Porque allí estaba aquel Niño que constituía la admiración
y el encanto de todo el vecindario. En su edad, Jesús tenía “un ángel”
especial. Y conforme iba creciendo, más. Despierto, vivaracho, alegre,
sencillo, un niño como oytros niños pero con unos especiales sentimientos. Era
igual que los otros, pero no tan igual. Y sin embargo estaba entre los demás y
jugaba y reía y hacía sus travesuras como todos los niños, salvo que siempre
eran de buena índole. Jesús fue yendo a la Escuela y el rabino se sentía a
gusto con él. Y los niños, siendo niños, se hacían mejores cuando Jesús estaba
con ellos. Jesús era un niño como los oytros niños…, ¡y sin embargo encerraba a
Dios en su mundo interior!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!