JESÚS ES EL CRISTO
He
ahí el punto de partida de la primera lectura y la base de nuestra fe: confesar
que JESÚS ES EL CRISTO. A partir de ahí nos entendemos en el mismo idioma. Y
cuando no se afirma decididamente esa realidad estamos fuera del tema, porque
quien lo niega es mentiroso, y no se
pude dialogar con la mentira porque sería un despropósito.
Nosotros
partimos de esa gozosa realidad, en ella nos apoyamos, con esa base y punto de
partida caminamos.
Y
a partir de ese fundamento Juan nos centra en una llamada esencial: que la vida
del seguidor de Cristo no es como la quien “marcha detrás” como un segundo ser
que va a la zaga. La tesis de Juan es la necesidad de permanecer EN ÉL. Y eso
significa entroncarse en Él, ser una
masa con Él, ser INJERTADO EN SU TRONCO, recibiendo su misma fuerza, su misma
savia…, y por tanto teniendo sus mismos sentimientos y sus mismos pensamientos,
su mismo estilo. Será ese modo de “hacerse una sola planta con Él” y llegar a
continuar nosotros, en nosotros y hacia afuera, su misma obra. Eso es lo que
aprendisteis desde el principio. Y eso será lo que dará plena confianza en
nosotros mismos.
Respecto
del Evangelio de hoy damos nuevamente con la confesión de sí mismo que hace
Juan Bautista cuando le abordan para preguntarle quién es, Tanto esperaban al
Mesías que ven en el Bautista unas formas y palabras que bien podrían ser ya
mesiánicas. Juan no se aprovecha del error sino que confiesa abiertamente que
él no es el Mesías, ni Elías, ni otro personaje antiguo; que el Mesías viene
detrás y que él sólo es una voz que clama para que se le preparen bien los
caminos a la llegada del libertador.
Su
bautismo –el de Juan-es sólo con agua, sólo simbólico, como una expresión
exterior de una disponibilidad de cambio. Juan no se considera ni digno de ser
un siervo de ese Mesías que va a venir.
Es
claro, pues, que entra de lleno en el tema de la 1ª lectura: confiesa a Cristo
como tal Cristo. Juan no es mentiroso. Es la línea en la que tenemos que
progresar nosotros. Evidentemente que el que cree, confiesa a Jesús como el
Ungido y Salvador. Luego nos queda llegar a esa realidad de que nuestras formas
de actuación lo manifiesten; que podamos servir de testigos a quienes nos tratan,
y que ese Jesús que confesamos con nuestra boca y convencimiento llegue a
marcar nuestra vida hasta transfundirlo hacia afuera. Al llegar aquí no me
queda mucho más que decir, Se trata de “mirarnos al espejo” y ser capaces de
que lo que decimos, lo que escribimos, lo que parce que es una convicción
absoluta, llegue a ser algo que se puede comprobar a las claras. Y ni siquiera
porque lo hacemos nosotros visible, sino porque rezuma solo.
Todo esto tiene su momento importante en la EUCARISTÍA de este día, que es la piedra de toque en la que nuestra confesión de fe en el SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO, tiene que ser una auténtica confesión práctica de que nuestras palabras se traducen en obras: recibimos a Jesús, viene a nosotros tal cual es, y ahí dentro nos obliga a sincerarnos, porque otra cualquiera manera de comulgar nos acabaría haciendo mentirosos.
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