EVANGELIO DEL DÍA [Mt. 8, 18-22]
Casualmente nos viene hoy el
mismo evangelio de ayer, desde otro evangelista; con algún dato más concreto y
sin otros datos que ayer teníamos.
Hoy, por lo pronto sabemos que
el que vino a ofrecerse era un doctor de la Ley. Jesús se disponía a dejar
Cafarnaúm y a las gentes con las que había estado, y cruzar a la otra ribera.
Esta vez no es –como de ordinario- por alguna situación tensa. Y a punto de
embarcarse (y como quien dijera que el doctor barrenaba sus naves), se le viene casi “a pie de escalerilla” para
ofrecerse incondicionalmente en un seguimiento personal. Tiene inmenso valor
porque no sólo es haber sentido la atracción de Jesús, más o menos emocional,
sino encontrarse ante la verdad de
Jesús, el descubrimiento de que en Jesús había algo muy distinto y nuevo de lo
que ellos estaban acostumbrados en sus prácticas y “formas externas”. Y con
Jesús ya “con el pie en el estribo”, le dice abiertamente: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. No puede negarse que aquello halagaba a
Jesús. En medio de tantas críticas y persecuciones y amenazas de fariseos y
doctores, aquella llegaba del doctor, le confortaba.
Si Jesús sirviera a un partido
político o tratara de cazar al vuelo, le hubiera faltado tiempo para decirle:
“vente y verás qué feliz te vas a sentir”. Pero Jesús no lo hace así. Ve muy decidido al doctor y Jesús quiere
hacerle saber que todo el monte no es orégano…
Que muchas veces –hacia afuera- se proyecta una figura triunfal,
atractiva, acaramelada, de Jesús y de su obra mesiánica. Y lo primero que debe saber es que ese
mesianismo de Jesús es muy distinto del que ellos manejan. El Mesías, Hijo de hombre, que ni siquiera
tiene un agujero propio, como las zorras, o un nido como las aves. Que el
Mesías de Dios no tiene donde reclinar su cabeza…, su reino no es de este
mundo, sus poderes no son humanos… Ahora
el letrado tiene los elementos en su mano para no ir de meras emociones. Si
quiere seguir, ya sabe lo que hay…
La pregunta que nos queda en la
curiosidad, es: ¿siguió?; ¿mantuvo su actitud incondicional?; ¿comprendió que
seguía mereciendo la pena…, y que incluso ahora
merecía más la pena? El evangelista
nos ha dejado abierta la puerta… Ahora nos toca a nosotros pensar. Porque en la realidad del día a día, esta
situación se nos repite una y otra vez. La emoción gozosa por la figura de
Jesús nos puede llevar a grandes deseos.
Pero el evangelista no detiene la “emoción” y nos sitúa ante la
realidad. Y sólo cuando esa realidad se calibra, se sopesa, se objetiva.., es
cuando estaremos en la situación más real para decirle a Jesús que sí,
con todas sus condiciones y consecuencias. A pensar en sincera oración.
Y pasamos a un segundo caso: un
discípulo –ya lo era- viene a Jesús para decirle: permíteme ir primero a sepultar a mi padre. La redacción varía mucho respecto de la de Lucas (que veíamos
ayer). Y sin embargo no podemos ni
pensar que se tratara de que el padre del discípulo estuviera de cuerpo
presente, y Jesús fuera a negarle o
dificultarle el deber de darle sepultura.
Hemos de mantener el caso al modo que lo planteaba Lucas, a pesar de ese
circunloquio que necesita de interpretación.
El discípulo quiere dar un paso
adelante en su seguimiento de Jesús. Jesús se va ahora a la otra ribera y
parecería como una justificación de no poder seguirle ahora, porque tiene el deber de estarse con su
padre mientras el padre viva. Así
seguía aquella norma de que el hijo menor quedaba en la responsabilidad de
atender a su padre cuando todos sus hermanos se han casado.
Jesús le plantea una situación
nueva…, la que un día expresaron los apóstoles ante el Consejo de los Ancianos:
hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres. Es cierto que se ha de
atender al padre que ha quedado solo. Pero están los hermanos casados… -“los muertos” (=los que no han sido
llamados a una vida más alta)- y ellos pueden muy bien atender al padre, El más
joven tiene ante sí una llamada expresa de Jesús. Y esa llamada está mirando a
la VIDA…, a otra “dimensión”, la que Jesús ponía ante los ojos con su llamada…
Nuevamente deja el evangelista la
pregunta o cuestión abierta. El que ahora toma el evangelio en las manos no
está haciendo una meditación piadosa. Se
está encontrando ante un hecho evangélico.
¿Cuál sería la respuesta de aquel discípulo? ¿Cuál debía ser? ¿Cuál es la postura que vislumbra el que se
acerca al Evangelio, sin sordinas ni camuflajes?
Ahí nos lo deja el evangelista.
Ahí estamos. El tema ya no es “un libro”, “una narración”.
El tema es un encuentro personal con
Jesús…, con la verdad de Jesús.
Algunos leves
rasgos positivos
se están dando en Ana Mari Bartolomé, esposa
de Javier Madueño.
Estamos
implicados en una oración masiva
que devuelva
la plena alegría a ambos,
y a cuantos
nos sentimos dentro de ese sentimiento de afecto
hacia este matrimonio joven.
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