PRIMER VIERNES. 5 Julio
El evangelio que nos ofrece hoy
la liturgia eucarística es tierno y provoca admiración. Lo que nos dice el
autor, San Mateo, es un recuerdo personal muy profundo. Lo cuenta como de
tercera persona pero en realidad es la propia llamada que recibió del Maestro,
No nos dice Mateo que se
conocieran de antes. Podría haber ese conocimiento de paso que tiene una persona
que pasa por delante de un quiosco y ve allí cada día a la misma persona que
vende. Mateo se limita a una
constatación: vio allí un hombre, llamado
Mateo, sentado al mostrador, y le dijo: Sígueme. ¿Se habían tratado antes? ¿Tenía Mateo unas
cualidades que atrajeron la atención de Jesús? ¿Había habido algún previo
encuentro? No nos dice nada el evangelista.
Nos queda la posibilidad de
recomponer el hecho. Jesús pasa por allí. Y Jesús, aquel día, se
detiene ante el hombre que sirve en el mostrador. Mateo pudo levantar la vista,
sentirse observado…, y luego volver a meterse en lo que era su labor –ciertamente
odiosa- de cobrar impuestos, y cobrarlos para los romanos invasores. De ahí que la visión de cualquiera sobre
aquellos “cobradores”, era de repulsa, rechazo… Les aplicaban el nombre de publicanos, que equivalía a pecadores
públicos, rechazables… Aquel hombre que
se había detenido ante el pequeño despacho, y que miraba a Mateo…, ¿qué estaría
pensando y cómo estaría juzgándolo?…, pudo pensar Mateo.
Y Jesús, sin que mediara
palabra, con esa fuerza de su mirada –que ganaba el alma- se dirige al que era –seguramente-
un desconocido, y le dice, sin más: Sígueme.
¿Qué título podía esgrimir aquel
hombre Jesús para pedirle al publicano algo tan radical como un: Vente conmigo? ¿Qué ofrecía el que
estaba pidiendo todo? Mateo no explica
nada. Lo que pasó por su interior en ese instante, él no lo pudo explicar. Qué fuerza interna había actuado dentro de
sí, no sabía explicarlo. ¿Fue aquella mirada fija en Mateo lo que
ablandó todas las sospechas o recelos?
¿O ni llegó a tenerlas, porque AQUELLA MIRADA no dejaba lugar a ello?
Nada explica Mateo, sino que
reduce a dos palabras su reacción: levantándose,
le siguió. [Yo me voy con mi
pensamiento a las dos veces en que Jesús se plantó ante “mi mostrador”, mirándome,
y nadie me pregunte por qué dije que sí las dos veces, casi como el que sueña…
Y fueron dos momentos de gozo inenarrable. Y simplemente me levanté y le seguí. Cuando un día me dejaron una mañana entera
para que yo diera razones de ese SÍ…, no supe dar ni una sola
razón. Seguir a Jesús, que pasa y mira y llama, no puede tener
muchas razones. Estamos ante un vuelco del corazón, que se vive con una
indescriptible alegría].
Mateo nos dice a renglón seguido
y como lo más natural, que Mateo dio un banquete de despedida…, y que allí estuvo
Jesús, celebrando con él. Pero es que los amigos y compañeros de Mateo eran los publicanos… Y comer en fiesta
conjunta con esa gente equivalía a estar en su onda, “hacer miga” con
ellos. Para Jesús era celebrar aquella
alegría de Mateo, y celebrarla como únicamente podía celebrarla Mateo. Por lo
demás, Jesús estaba “por encima” de los prejuicios sociales…, o quién sabe si
habría que decir, que estaba allí uniéndose precisamente a aquellos
despreciados sociales.
Los fariseos no se lo pasaron, y
–cobardemente- vinieron a comentarlo con los discípulos de Jesús, como quien
quiere minarles el terreno. Jesús
escuchó y les explicó: yo estoy aquí
como médico junto al enfermo. Quien no
está enfermo, no llama al médico. Yo estoy aquí porque éste es mi sitio ahora
mismo. Si alguno de estos “enfermos”
cura, precisamente porque yo estuve aquí sin hacer ascos a sus llagas, ¡esa es
la obra para la que he venido!
Y la conclusión, para grabarla
en letras de oro: Misericordia quiero en vez de sacrificios. Para los fariseos, aquello de los sacrificios
rituales, de las apariencias externas, de “lo social”…, era como un alimento y
una expresión de su religiosidad. Lo
contrario de Jesús: menos cumplimientos y menos exactitudes y juicios…, y más
misericordia.
Y aquellos hombres –y Mateo
entre ellos- sintieron esa novedad de poder ser felices sin que nadie les
tildara, les recortara sus expresiones de alegría, su poder celebrar sin esconderse. ¿Y Jesús? Es evidente que también disfrutó.
Estaba donde tenía que estar, y gozaba el gozo de los demás, y sacudía ese
moscardón de los fariseos escandalizados… Jesús estaba ejerciendo la misericordia, la cercanía, el gozo
del médico que está cerca del enfermo y –allá en el fondo del corazón del
enfermo- lo está curando con la sola presencia…
Que no hay que estarle hablando al enfermo para que se sienta
acompañado. Gozar con su gozo, celebrar su alegría, aun desde el mismo
silencio, ya es una medicina muy eficaz.
Ojalá sepamos acudir a “esa
farmacia” donde venden el silencio…, y –en ese silencio- la profundidad de
la unión con Dios, al que trasmite –aun sin palabras…, o precisamente porque no
las dice-.
Permanecen las buenas noticias sobre la
mejoría de Ana Mary Bartolomé. La misma alegría del médico es la buena señal de
un ciclo superado. Quedan pasos por dar, y ahí estamos los que sentimos dentro
nuestra vocación de APÓSTOLES DE LA ORACIÓN
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