17 julio. Júbilos de Jesús
Tengo que reconocer que son
precisamente estos rompepiernas del
evangelio –paradojas, si se habla en
fino- lo que me atrae más y me subyuga más a la hora de orar y de intentar expresar
mis sentimientos y comprensión del Evangelio. Lo que creo que es esa gracia que
el Padre nos quiere conceder de conocer
lo íntimo del Corazón de Cristo, pero para ello nos pide la actitud de
sencillez…, la mente sencilla…, la humildad para dejar que sea Él quien lleva
la iniciativa, la sorpresa, el misterio que –evidentemente- tiene siempre que
separarnos de una ramplona lectura del evangelio.
Todo
esto va de “preámbulo” a ese cambio, como de la noche al día, que va del texto
de ayer de ayer al de hoy, ¡y no ha mediado ni un solo versículo de
separación! Ayer estábamos ante ese
dolorido y exaltado “¡ay!” de Jesús ante Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm… Se me
pone delante aquella oración de Abrahán: “por
5 justos ¿no vas a salvar…? Y Dios
va cediendo y cediendo, porque su profundo deseo es salvar. Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm han desperdiciado la obra que Jesús ha hecho
en ellas… Y Jesús siente el dolor de esa madre que ve al hijo que vive malamente
y hasta dice querer no haberlo traído al mundo. Pero luego, como en el sentir de Abrahán, ¿no
va a tener ese hijo díscolo y hasta vicioso, un buen fondo por el que se vuelve
a encender el amor maternal?
De
pronto Jesús, a continuación de aquel dolor, prorrumpe en un gozo exaltado, y da
gracias a Dios, el Padre, porque estas cosas, ocultas a los soberbios
y autosuficientes, se las has revelado a los de corazón sencillo. Jesús
se queda parado ante la afirmación que ha hecho…, y vuelve a la carga,
plenamente convencido y agradecido a Dios: Sí,
Padre; así te ha parecido mejor. Y nadie conoce al Hijo sino el Padre y
aquel a quien el Padre se lo quiere revelar.
¿A
quién lo quiere Dios revelar? - Al que
es sencillo de mente, de alma, de corazón. Al que se hace como un niño. Al que
no le hacen falta grandes explicaciones.
Al que lee el evangelio con ojos limpios y claros, y entonces no
necesita de mucha ciencia añadida. Es
más: la ciencia del soberbio le hincha tanto que ya no le cabe la verdad dentro
de él.
Jesús,
con este júbilo explosivo, de pronto, a raíz de la diatriba que había habido en
los versículos anteriores, nos está diciendo –desde otra forma- lo que Él acuñó
tan claramente con aquello de que el vino
nuevo requiere de odres nuevos, y que mientras no se hagan en nuestro
profundo interior esos “odres nuevos”, no vamos ni a entender ni a acoger el
nuevo mundo del Evangelio de Jesucristo.
¡No vamos ni a oler el Corazón de Cristo! Ese Corazón que sólo
conoceremos porque y cuándo el Padre nos lo quiera revelar. ¿Y cuándo nos lo quiere revelar? Cuando el corazón nuestro se hace tan
sencillo como el de un niño, capaz de creerse las mismas fantasías… y ¡lástima
del niño que ya no cree en los cuentos, en las hadas, en los platillos
voladores! ¡Lástima del niño que ya es
incapaz de un corazón simple y se mete a razonar en el mundo de los mayores!
Al
Corazón de Cristo no se le puede llegar desde tantas sabidurías humanas…,
tantas pseudoteologías que pululan en quienes nada saben de verdadera teología,
y quieren saber más que nadie, y sólo admiten lo que da su pequeñísima
capacidad humana. Hasta los recónditos
misterios de ese Corazón, sólo se va llegando desde la sencillez y la “pobreza
de corazón” que deja el camino franco para el día que el Espíritu de Dios deja
caer esa gota de su Sabiduría, que deja enanos los conocimientos nuestros. Mientras tanto nos desgañitamos en nuestros
intentos de saber (y hasta de juzgar y discutir) lo que no tenemos ni leve idea
de lo que estamos diciendo. Y es que
para entrar dentro del Corazón de Cristo, hay que ser muy simples, muy
sencillos de alma, muy humildes…, muy del
último puesto del banquete…, porque todo el que pretende situarse arriba en
la cabecera, fácilmente se encuentra desplazado a los últimos lugares.
En
la división que la liturgia ha hecho de este texto, nos reserva para mañana la
gran solución para nosotros…, la gran ciencia que tenemos que vivir…, el secreto
más simple y sublime que hemos de ir abriendo a lo largo de la vida. Todo lo
demás será hojarasca. Pero ya es importante que vayamos convenciéndonos de que
la verdad va por otro sitio, y la humildad de la gente sencilla es la que acaba
liberando al mismo Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm. ¿“Por 5 justos no librarás a las ciudades pecadoras”?
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