13 julio.- La verdad desde
las azoteas.
San Enrique.
Ana Mari Bartolmé, esposa de
Javier Madueño,
se encuentra desde ayer en su casa
con el “alta” médica.
ENHORABUENA.
El caso es que ayer me pasé de
versículos, y que me metí en la materia de hoy. Vamos a ver el modo de
enriquecer lo mismo que ya se ha visto.
Estamos en Mt. 10, 24-33. Continuación de las enseñanzas de Jesús a sus
Doce apóstoles. Y la primera gran enseñanza de este tramo es que el discípulo no es más que su maestro. Y si
al Maestro le han llamado “Beelzebul”, ¡cuánto más los siervos!
Hay, pues, de entrada una
realidad: el seguidor de Jesús no puede pretender pasar la vida de forma
triunfal en razón de sus méritos…, ni menos aún en razón de sus intenciones. “No puedo pretender tener la cabeza coronada
de rosas, cuando mi Maestro la tuvo coronada de espinas. Y no obstante lo claro que es esto, ahí
andamos preocupados el día que no se nos reconoce un mérito o que se nos
vitupera por un fallo. Que puede ser real o no, un juicio falso sobre algo que
hizo uno totalmente distinto y que el otro interpreta o cree. Y nos quedamos mal porque nos juzgaron
mal. No hemos mirado al Maestro… ¡Y no
somos más que el Maestro!
Esa afirmación de Jesús de la
verdad que se conoce por encima de todo y que –aun hablando Jesús al oído- se
acaba pregonando desde las azoteas, es otra cara de la moneda. Jesús es la verdad sin sordinas y sin velos.
Jesús sabe lo que es la verdad profunda de cada corazón. Jesús tiene confidencias íntimas –“al oído”-
de las almas. La verdad del corazón de cada uno sale a la azotea antes de lo
que uno mismo piensa. Por una parte, la
mentira, el disimulo, la media verdad…, tiene las patas muy cortas.
Fácilmente se detecta, y queda al descubierto el mosaico de verdades parciales
con que alguien pretende dar imagen según quien escucha. Acaba pregonándose
desde las azoteas, y queda al descubierto la verdad-verdad.
Eso mismo ocurre en esas almas
finas que saben escuchar los susurros de Jesús al oído…, que parecería que nadie
puede saber que hubo comunicaciones íntimas y exigencias amorosas. Y sin embargo se pregona desde las azoteas porque esas personas van siendo auténticos
trasuntos de esas intimidades de Jesús “al oído”. ¿Cómo? En las obras, en el modo, en la prudencia, en
la labor de hormiguita por la que las cosas parece que se hacen solas… La
verdad es que allí queda pregonada a los
cuatro vientos la acción de Jesús…, la fidelidad de la persona a la escucha
sincera y leal a las comunicaciones de Jesús.
Entonces, pese a que haya quienes juzguen, interpreten, acusen,
minusvaloren…, NO TENGÁIS MIEDO.
El discípulo de Jesús es un juan in miedo. Nada le detiene cuando ha de actuar. Nada le cohíbe
porque haya quien le juzga mal. El
discípulo de Jesús vive la gran libertad de uno que se ha abandonado en los
brazos de Jesús y del Padre Dios. Que le da lo mismo lo que ocurre a su
alrededor y contra él… Que sabe que los pájaros se cazan, se venden, se comen…,
y no por eso Dios no tiene providencia.
Sabe el buen creyente que la providencia y el amor de Dios no es tan
corto de vuelo como nuestros afectos y cuidados y nuestras pretensiones…,
siempre tan cortas que nos llevan a celos, posesionamientos, y miradas o
sentimientos miopes, muy cerrados sobre intereses muy particulares. Para Dios, el pájaro que cae en el cepo sigue
siendo objeto de su providencia universal, en cuyo extremo estoy yo, que me
alimento con esos pájaros.
El temor debemos tenerlo a quien
nos puede dañar el alma, la mirada amplia, el corazón abierto…, al que nos
empequeñece las miras y nos crea un “infierno interno”, a los afectos posesivos
o los rechazos instintivos, que nos puede quitar alegría, libertad de alma. Cuando tenemos tan agarrados a esos
pajarillos que no permitimos que otro pueda también participar de ellos.
NO TENGÁIS MIEDO si no es cada
uno a sí mismo, a sus pequeñeces y egoísmos, que le achican el horizonte. Y cuando vivimos con la cortedad de miras
(que en realidad no vivimos), acabamos por no dar testimonio de ser discípulos
de Cristo…; no trasmitimos lo que debemos trasmitir, no pregonamos desde las
azoteas… A eso debemos temer. Ahí en el
fondo de esas situaciones, se han achicado los horizontes y vive uno el pequeño
agujero que nos deja nuestra mirada pequeña, corta y torpe. Esa situación es la que lanza alma y cuerpo a una destrucción, porque donde tenemos la vida
ancha que nos propone el mensaje de Jesús, acabamos metidos en el tonel de
nuestro YO. En dando con ese gran
enemigo nuestro, de Cristo y de Dios, habríamos perdido la amplitud de las azoteas
para proclamar y SER gloria de Dios y
discípulos fieles de Jesús.
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