HOY HAY ESCUELA DE ORACIÓN, 17’30 horas
con el tema de los MERCADERES DEL TEMPLO.
2ª carta de San
Juan (4-9). Resulta hasta difícil comentar algo que está
tan repetido en el mensaje evangélico, y tan en el corazón de San Juan, el apóstol
evangelista: el núcleo del vivir cristiano, que es el amor. Evidentemente hablamos del AMOR CRISTIANO, el que Cristo dejó como
testamento final; el que Juan lleva clavado en su alma como lo único que hay
que trasmitir a una comunidad de fieles a Cristo. Juan les llama: tus hijos que proceden con autenticidad, y por tanto,
contradistinto a los otros que no son así.
Ayer aparecía un comentario al tema del día que era una llamada muy seria
a vivir en verdad, porque el
colaborador expresaba con la viveza de un refrán castellano, que una cosa es predicar y otra dar trigo. Y eso es exactamente lo que aquí toca hoy en
directo, y por su nombre, San Juan. Y
llama embustero a ese (y esos) que no reconocen a Jesucristo venido en carne. Lo que es lo mismo que
estar en las nubes de un Cristo entre serafines, pero sin aterrizar en el mundo
real. Y eso no es simplemente el “dogma de la divinidad de Jesucristo”, sino
llegar alguna vez a vivir al modo de Jesucristo en su venida al mundo: para
amar hasta el exceso y vivir el amor en realidades fehacientes, sin acepción de
personas. “Y amar significa seguir los mandamientos de Dios”, nos dice
San Juan, el mandamiento que tenemos
desde el principio: amarnos unos a otros”.
¿No somos conscientes de la
diferente medida que usamos cuando algo viene de uno o viene de otro? ¿No rendimos falso culto a uno en contra del
rechazo instintivo que puede producirnos otro? ¿Hemos llegad a AMARNOS en el
grado del alma igualmente abierta cuando afirma Fulanito que Menganita? ¿Amamos con libertad de alma hasta tener esa
visión de ojos limpios para echar siempre a buena parte lo que nos viene de
fuera, sin mirar primero la firma?
El AMOR cristiano, ese que describe
San Pablo como amor sin fronteras (el que abarca “lo largo, lo ancho, lo alto y lo profundo” y no pone medida alguna porque sería
achicarlo, empequeñecerlo. Por eso nos quedan tantas leguas hasta captar,
siquiera de soslayo, el amor verdadero,
el que será nuestro distintivo al ponernos ante los demás, y –por supuesto- al
ponernos delante de Jesucristo.
Por eso no puede resultarnos raro lo que Jesús afirma en el Evangelio (Lucas, 17, 26-37), al decir que “habrá dos en la cama y uno será tomado y otro
dejado”. Hay dos partes en esa afirmación:
una está en la línea de la absoluta libertad de Dios al elegir. [“Nos eligió en la Persona de Cristo con toda
clase de bienes espirituales y celestiales”, es la afirmación de San
Pablo]. Y ahí estamos en un misterio
indescifrable… Esa pregunta que podemos hacernos todos, unas veces ante lo
favorable y otras ante lo desfavorable: ¿por qué a mí? Pregunta sin respuesta, porque nadie puede
entrar en lo insondable de Dios.
Pero luego está la otra parte: unos que se dejan elegir y otros que no.
Porque con esa realidad hay que contar y
es, en realidad, la que más tenemos que tomar en cuenta, porque es la que
depende de nosotros. Incluso más de una vez lo que creemos que es sólo elección
de Dios, es la realidad de nuestra libertad de dejarnos escoger…, de dejarnos
atraer.
Jesús empieza este discurso con situaciones de la vida diaria, que son
las mismas en tiempos antiguos y en los contemporáneos. Y en medio de esa
realidad, y como las coas más reales (que vienen y se van…, o que no vienen…, o
que vienen de una manera o de otra…, y todo es imprevisible), así sucederá en
el momento en que Jesús viene a cada uno.
Unos antes, otros después. Y digo
“viene a cada uno” y ya estamos
pensando en la muerte… Pero no es así: las venidas de Jesús son muchas, muy
diversas, muchas veces a lo largo de la vida…
¡Cuántas venidas que hace Él a un alma para atraerla, para “tomarla”,
para elevarla, para transformarle sus sentimientos y sus formas…! ¡Cuantas venidas que tienen forma de
inspiraciones interiores (en donde se ve más clara la mano de Dios), y cuantas
que llegan a través de los otros…, de los amigos y los enemigos, de los amados
y los no aceptados…, de palabras dulces o de reprensiones fuertes que llegan de
quien menos se espera… También ahí es día
del Señor, en que se manifiesta el Hijo del hombre. Pero desgraciadamente empezamos a ver
fantasmas , a hacer distinciones… Y
Dios había venido a elegirnos…, pero no hemos sabido descubrir ese brazo de
Dios, esa “mano izquierda de Dios” (que
llama el Padre Cué), tan amorosa como la derecha de terciopelo…, pero un poco ocultada
por la apariencia exterior.
¿Y dónde está el Señor?, dice Jesús en este evangelio. Y responde con una expresión que seguramente
no nos resulta atractiva pero que ses muy expresiva: Dice Jesús: donde está el cadáver, se reunirán los
buitres. O sea: el Señor acude a
cada alma con esa prontitud, esa inmediatez, ese “olfato”…, como el de los
buitres con el cadáver. Para decirlo en
forma inteligible: donde está la necesidad,
allí está de inmediato Jesús. Otra
vez hay que repetir: que Él elige (muchos son los llamados); pocos los que se dejan elegir. Quisiéramos un colchón de miraguano…, y Jesús
se presenta igual en un madero de
cruz. ¡Y es Él mismo!
Hay algunos temas que hoy me llaman la atención:
ResponderEliminar¡Que dificil es no tener acepción de personas!
Está la providencia de Dios que usa incluso a los enemigos de Dios para informarnos de cual es nuestro camino.
Por último opino que el cristianismo es muy sencillo de entender, aunque dificil de practicar y cada lectura que se hace viene de una forma u otra a concluir en los dos mandamientos únicos "amar a Dios y al projimo" todo lo que hay de explicación evangélica se concreta ahí.
Agradezco al P. Cantero que considerara mi comentario de ayer como una llamada seria de atención a vivir en verdad, ese es nuestro enorme problema no metemos en nuestro ser los mandamientos del cristiano.