AMOR TOTAL
Este domingo
[31 del Tiempo Ordinario, en su Ciclo B] comienza con la exhortación de Moisés
al Pueblo, a que viva el AMOR A DIOS, y lo haga con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fieras, con todo
el ser. Porque eso es lo que le traerá bendiciones del Dios que ha salido
por ellos, los ha escogido de entre todos los pueblos y los ha librado de la
esclavitud de Egipto. Quiere decir que
ese mandato de amor tiene que constituirse en una sombra que acompañe a todo
israelita, quien enseñará al hijo –desde la cuna- repitiéndole tal mandato…; él lo llevará como colgado de su mano y en su
mente, y él lo repetirá acostado y levantado, en casa o yendo de camino. El
AMOR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS y personas, ha de constituir el emblema de un
pueblo a quien escogió Dios.
En doctor de la Ley se presenta a
Jesús. [Evangelio del día]. Le
pregunta a Jesús cuál es el primer mandamiento de la Ley. ¿Venía a “examinar” a
Jesús para saber si Jesus estaba dentro de la ortodoxia del Pueblo de
Dios? De hecho otro evangelista lo expresa
así: con ánimo de probarlo. Jesús, que lo había aprendido desde su primer
momento, le recita la shemá con toda
fidelidad: El primer mandamiento es éste: amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser. El doctor de la Ley podía, pues, darse por
satisfecho. Jesús era hombre recto en la fe judía. Lo que no se esperaba era que Jesús
continuara en el mismo tono con un “segundo
mandamiento semejante al primero”, o –por decirlo así- un condicionante
esencial para que sea verdadero “el primero”.
Y es que “el segundo es: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Se quedó
un instante parado aquel doctor de la ley y luego ratificó con agrado la
respuesta de Jesús, y él mismo la volvió a repetir como el compendio de toda la
ley y los profetas.
La verdad es que resulta muy fácil
recitarlo; que nosotros sabemos que todos los mandamientos se encierra en dos: amor a Dios sobre todo, y al prójimo como a
uno mismo. Pero luego…, del dicho al
hecho…, de lo que sabemos a lo que sentimos…, y a lo que vivimos… Por eso, un domingo que parecería que es de
lo más común en su mensaje, “aprendido de memoria” desde la niñez, en realidad
es mucho más complicado. Y que la
familia, la comunidad religiosa, las relaciones de patronos y obreros, de
profesores y alumnos, de compañeros (¡y aun de amigos…!, de los componentes de
unas comunidades cristianas, asociaciones, hermandades, etc., tengamos este doble mandato de Dios incorporado a
nuestras fibras más interiores, hay una distancia que puede ser mayor de la que
creemos. Y si la hay, ya toca ponerse a ver qué pasa…, qué hay que buscar hacer…,
porque sin esa doble vertiente, ni hay Ley ni profetas…, ni reluce en nosotros
la Palabra revelada.
Bien sabido es que la 2ª lectura de estos domingos del Tiempo
Ordinario va “por sus caminos”, sin que se haya pretendido compaginarla con el
mensaje central de las otras lecturas.
Pero en nuestra posibilidad está encontrarle ese punto de conexión que
apoye y ayude a explicitarlas. Y el autor de la Carta a los Hebreos está centrado en el sacerdocio de Jesucristo.
Lo primero es establecer la diferencia abismal entre el sacerdocio judío y el
de Jesús. Aquellos sacerdotes, débiles como su Pueblo, habían de ofrecer
sacrificios a Dios impetrando el perdón para ellos mismos y para el
pueblo. Jesucristo ofrece por el pueblo,
pero no por sí mismo, porque Él no está sometido a la debilidad del
pecado. Aquellos sacerdotes judíos
pasaban y sus oblaciones a Dios habían de estarse repitiendo cada vez, y cada
una era nueva y distinta de la anterior. Pero cuando llega Jesucristo “Él
ofrece un solo y único sacrificio que perdura para siempre”. Y, además,
desde su exuberancia que rebosa, hace partícipes de ese único sacerdocio a
otros. En realidad, en aquellos que Él
escoge para repetir y revivir su acción salvadora, y “actualizarla” [hacerla
siempre actual] entre sus nuevo Pueblo.
Pero también ese nuevo Pueblo –la Iglesia.., los fieles de la Iglesia-
recibe una participación de tal sacerdocio de Jesucristo, y cada uno ha de
ofrecer sacrificios, oraciones, obras, pensamientos, palabra, sentimientos y actitudes…,
su vida entera. Y ese aparente mínimo
símbolo de la gota de agua que el Ministro del Altar echa en el Cáliz del vino
que se va a consagrar, es la “gota” que lleva en sí la representación de toda
la vida de cada uno de los fieles –sacerdotes-que están ofreciendo el
sacrificio junto al Sacerdote. Es decir: junto
al Sacrificio único de Cristo, quien deja “perderse” en el vino la “gota”
de todo un pueblo fiel, que en ese momento pasa a estar en el acto mismo de sacrificio redentor de Jesucristo, que se entrega a la
muerte y derrama su sangre por vosotros y
POR TODOS. El AMOR de Jesucristo, que
cede su vida para dar vida a los demás, constituye la plasmación auténtica
de lo que es el amor a Dios con todo el
corazón, con toda el alma, con todas las fueras, con todo el ser…, y al prójimo –no ya como a uno
mismo- sino cediendo de uno mismo, dar la vida por la persona amada: el
prójimo. Se ha elevado de pronto a unos
límites insospechados el sentido del sacerdocio cristiano (que nos viene desde
el Bautismo), y que se hace pleno, eterno y nuevo, en ESTA EUCARISTÍA DE LA PARTICIPAMOS HOY. ¡O no participaríamos!
Si os digo la verdad de mis sentimientos en este momento: me duele mi
vida, porque sé a ciencia cierta que no es esta mi verdad profunda. Que hoy celebraré
la SANTA MISA con un deje de dolor en mi alma.
Entiendo que a veces trazamos una frontera profunda (infranqueable a veces) entre el amar a Dios y al prójimo. Nos centramos en un amar a Dios, que no se traduce en amor a los demás. Me resulta difícil explicar, pero es como trazar una raya en el océano... "hasta aquí llega el amor de Dios"... ¿pero dónde empieza el amor a los demás? Y esa es la enorme dificultad que entraña para nosotros la lectura del Evangelio de hoy, pues no hay límites, sino continuidad. No podemos amar a un Dios que no nos lleva a amar a los hermanos. Podremos rezar, implorar, comentar... a Dios, pero no es grato todo eso al Señor si no se traduce en caridad con los demás. Que el Señor nos ayude a ser fiel a lo que Jesús nos pide como hijos de Dios.
ResponderEliminarSALMO 17.
ResponderEliminarESte salmo se presenta como compuesto por David,"cuando Jahveh le hubo librado de todos sus enemigos"y su reino había alcanzado una paz definitiva,vencidas ya las terribles vicisitudes de su existencia.
Este salmo es un himno de alabanza a DIOS.
"YO TE AMO SEÑOR ,TU ERES MI FORTALEZA".
Este salmo invita a no vivir de sueños.La vida es un combate duro.David estuvo muchas veces a punto de naufragar"; en las olas mortales que lo cercaban";pero Cristo naufragó rn los lazos de una muerte tan ignominiosa como la de la cruz.
Mirntras ,dicen hoy como entonces :"No queremos que éste reine sobre nosotros";habrá que armarse de valor para no pasarse al enemigo;porque Cristo no tuvo una vida fácil ni tampoco la prometió a lo suyos.Las armas que San Pablo recomienda para esta lucha son :la coraza de la justicia,el citurón de la verdad,el escudo de una fe sólidamente fundada con la que se apaguen los dardos encendidos del enemigo,la espada de la palabra de Dios,la oración por toda la Iglesia,especialmente por sus ministros,"para que al hablar,anuncien con franca osadía el misterio del EVANGELIO".
Me quedo en el mandamiento doble. Sin eso, todo lo demás está recubierto de falsedad e hipocresía. Se trata de VIVIR el mandamiento que nos da Dios precisamente para que VIVAMOS como el quiere. Si no hay vivencia verdadera, entonces es que algo falla...
ResponderEliminary entonces, por más ritos externos que realicemos, reuniones, cultos, charlas, encuentros, citas, fiestas de precepto, etc, nos habremos quedado en una vivencia FALSA de nuestra fe.
ResponderEliminarYa que no tengo obras ,me preguntaba si se puede uno salvar con
la comunión diria .