LITURGIA Domingo 17-C, T.O.
Un domingo cuyo argumento esencial es la
insistencia en la petición, y la confianza que el alma debe tener con Dios.
La 1ª lectura –Gn.18,20-32- está centrada en la intercesión
de Abrahán sobre los habitantes de Sodoma. Pretende salvarlos de la amenaza de
destrucción, porque el Señor ha visto que es fuerte y grave su pecado. Abrahán con sumo respeto se acerca a Dios
y le dice: Si hubiera 50 inocentes, ¿no
perdonarías a la ciudad en atención a esos 50? Y Dios le responde que en atención a los 50, no la destruiré.
Abrahán ha visto el Corazón de Dios y se atreve a insistir, aunque ahora con la
propuesta de que sólo hubiera 45. Y Dios accede a perdonar en atención a los
45. Y así se va sucediendo la insistencia del patriarca y la respuesta
favorable de Dios.
La confianza que genera aquella acogida de parte de Dios,
hace que Abrahán ya no vaya bajando de 5 en 5 sino de 10 en 10, y así llega
hasta la petición del perdón si hubiera sólo 10 inocentes. Y Dios, con un
corazón magnánimo, acepta que por solo 10 inocentes, él perdonará a esa ciudad.
La lección de esta lectura nos prepara la llegada del texto
evangélico (Lc.11,1-13) en el que Jesús nos enseña a orar y a insistir en la
oración, sin desconfiar nunca de sus efectos. Ha comenzado enseñando las
peticiones fundamentales que deben acompañar siempre toda oracion. El
PADRENUESTRO nos muestra un espíritu para decirnos las características de toda
buena oración. Pero continúa luego enseñando que hemos de pedir con constancia
e insistencia.
Lo hace con su pedagogía particular de una parábola: el
amigo que le pide al otro amigo unos panes, y de primeras ese amigo no responde
favorablemente. Ya está acostado y los hijos
dormidos. Pero el amigo le insiste. Y ante esa situación acaba levantándose
y dándole lo que le pide.
En lo humano, si un hijo pide pan, no le da su padre una
piedra; si pide pescado, no le da una serpiente. Es decir: ya en lo humano hay
respuestas buenas a peticiones que hacen los hijos o que hacen los amigos. Pues
si eso ocurre en lo humano y con situaciones humanas, ¡cuánto más cuando al que
se le pide es a Dios! Dios dará siempre cosas buenas a los que le piden. Invita
a pedir, a buscar, a llamar…, en la
seguridad de que recibiremos, encontraremos y se nos abrirá la puerta.
En el texto que nos ocupa, dice Jesús que Dios
dará el Espíritu Santo a los que se lo piden. Quiere decir que nuestras
peticiones deben caer en el ámbito del Padre Nuestro, que es la oración que nos
sugiere Jesús. Y eso será pedir el Espíritu Santo.
No nos promete el Señor que nos va a dar exactamente lo que
pedimos. No se compromete Dios a ser mera ventanilla de peticiones y de
respuestas. Dios purifica nuestro pedir y matiza su “dar”. Como un buen padre,
no da al hijo cualquier cosa que el hijo pide. El hijo tiene que aprender a
pedir mejor y pedir lo que necesita de verdad. De todos modos es lo que el
Señor va a dar: según la verdadera necesidad y no según apetencias y caprichos.
Todo lo cual nos lleva a una purificación de nuestras
peticiones que, repetidas como las de Abrahán, e insistentes como las del amigo
que necesitaba los panes, nos lleven a pedir de acuerdo con la voluntad de
Dios. Y esa petición acabará en la ayuda del Espíritu Santo y en el aumento de
la Gracia de Dios, por la confianza y la
intimidad con que nos vamos acercando al Señor en nuestra oración.
La 2ª lectura –Col.2,12-14- en breves palabras nos habla
del perdón de Dios y las gracias que nos otorga a partir de nuestro Bautismo,
por el que Cristo nos ha perdonado el pecado y ha borrado el protocolo o papel
de multa que merecían nuestros pecados, clavándolo en la cruz. Una realidad más
de los efectos de la Gracia de Dios, siempre abierta a favor nuestro, y por la
que estamos salvados.
La gran oración de la Iglesia es la SANTA MISA. Vale más
que todas las oraciones particulares y devociones que podamos tener. Esas
mismas oraciones y devociones adquieren valor en razón de su unión al
Sacrificio de Jesús. Y ese es el que celebramos en la SANTA MISA. No la suplen
ni sacrificios ni rezos continuados, ni devociones particulares. Lo que da
sentido a toda actuación nuestra ante Dios, pasa por la fuerza de la
EUCARISTÍA, vivida domingo a domingo como fuente de gracias que mana toda la
semana.
Acudimos a Dios en demanda de nuestra necesidades y en
respuesta a la invitación que nos ha hecho el propio Jesús.
-
Enséñanos a orar de verdad y de modo conveniente. Roguemos al Señor.
-
Que nunca nos desilusionemos en nuestra oración, aunque no obtengamos
lo que pedimos. Roguemos al Señor.
-
Que insistamos humildemente ante el Corazón de Dios. Roguemos al Señor.
-
Que nuestra participación en la Eucaristía sea la que dé sentido a
nuestras peticiones. Roguemos al Señor.
Nos dijiste: Pedid y recibiréis. Con esa confianza te
presentamos éstas y todas nuestras peticiones, esperando recibir el Espíritu
Santo.
Por Jesucristo N.S.
Te rogamos oyenos.
ResponderEliminarAmén.
La EUCARISTÍA debe ser vivida: después del recogimiento antes de, es bueno para mi el poner énfasis en la señal de la cruz, para darme cuenta que no estoy allí en mi nombre sino en el de la Santísima Trinidad. Si hiciera el gesto, como una simple costumbre o inercia repetitiva correría el riesgo de no entrar bien en la Misa.
ResponderEliminarSeguidamente el pequeño acto penitencial al que se nos invita desde el Altar, es oro puro, porque da sentido a todo lo que viene después. Sin reconocimiento humilde y sincero ante Dios, no se puede seguir "con propiedad" la celebración. Soy pecador, y en ese momento soy consciente de que esos segundos pasan muy rápido y es bueno no asistir a el desde una perspectiva de mero oyente que espera a que el sacerdote prosiga con la Misa, sino que requiere una posición activa por mi parte que le de sentido a todo.