LITURGIA
Moisés bajó del monte adonde había recibido las
tablas de la Ley y las palabras de Dios que le explicitaban el contenido de
aquellos mandamientos, los diez mandamientos de la Ley de Dios, que vienen a
ser –en la realidad- como la plasmación de los principios fundamentales que
están grabados en el corazón de todo hombre bien nacido. No había mandado Dios
nada raro, sino lo que se deduce de una conciencia humana de hombre religioso.
Y no perdamos de vista la definición que se dio en su momento de qué es el
hombre: animal religioso. Común con
los animales en sus funciones humanas, pero distinguido de ellos en que es
capaz de tener conciencia de adoración y dependencia de un Dios.
Moisés baja del monte y trasmite a los israelitas las
palabras de Dios (Ex.24,3-8), y el pueblo acoge con veneración aquellas
palabras: Haremos todo lo que dice el
Señor. Moisés pone por escrito los mandamientos, y escoge a unos jóvenes
que ofrezcan sacrificios de agradecimiento a Dios. Y con una parte de la sangre
rocía al pueblo y le dice las palabras que constituyen la antigua alianza: ésta es la sangre de la alianza que hace el
Señor con vosotros sobre todos estos mandatos.
Bien se explica que si la antigua alianza se firmara con
sangre, aunque fuera de animales sacrificados, al llegar la nueva alianza, la
que selló Cristo, se hiciera también con sangre, aunque esta vez ya no era con
sangre prestada, sino que es la Sangre preciosa de Cristo la que se rocía sobre
el nuevo pueblo de Dios. He ahí el valor que Dios ha dado a la liberación de la
gran esclavitud del pecado, que se hizo a través de la vida misma del Hijo de
Dios. Puesto en una balanza los pecados de la humanidad y en el otro platillo
la sangre de Jesús, vino a valer más esa sangre. Y fuimos salvados. De eso participamos
en la Eucaristía, y la pena es que muchos fieles no valoren la Misa de manera
que se participe siempre de ella, a no ser por una fuerza mayor de verdadera
importancia.
Nueva parábola de Jesús, y muy significativa: la parábola
de la cizaña (Mt.13,24-30). Vendría a ser una explicitación de por qué la
semilla no da tantas veces el fruto deseado. Y es que en la vida de cada hombre
y mujer, aparte de la siembra buena que hace Jesús y la Iglesia, los padres y
los educadores verdaderos, hay “un enemigo” que siembra entremezclada la
cizaña: las medias verdades, la falsedad, el mal camuflado con apariencias de
bien.
El trigo se ha sembrado a la luz del día, porque la verdad
y el bien son diáfanos. La cizaña se siembra de noche: con engaño y secreto.
Por eso los padres apenas pueden advertir ese proceso en sus hijos, aunque
muchas veces los ven extraños. Pero se atribuye a los cambios de edad de la
adolescencia o de la llegada a la universidad, o a otros factores. Y sin
embargo el cambio que dan esas personas está provocado por la siembra
subrepticia de medias verdades, de influencias sectarias, de maldades abiertas
recubiertas de falsas razones.
¿La solución puede estar en arrancar de pronto la cizaña?
No, evidentemente porque el problema está en que actuar derechamente en esas
situaciones provoca rechazos de muy graves consecuencias. Y los padres han de
ver cómo se les van de las manos sus hijos e hijas sin poder hacer apenas nada.
La siega final es la que pone las cosas en su sitio, aunque frecuentemente sin
un remedio favorable. Y entonces se ha de ver que la cizaña no tiene porvenir y
que está destinada al horno. Lo positivo es cuando en ese nuevo período de la
edad y de la madurez, se reconoce dónde está el verdadero trigo, y se recolecta
para que sirva ya en adelante con la experiencia vivida.
No es fácil ese final en la vida real. La cizaña ha hecho
ya su estrago y es parte de esas causas que Jesús explicaba para que la Palabra
no tenga fruto: la cizaña –mucho más bravía- puede ahogar la semilla buena, y
que al producirse esa mayoría de edad adulta, se esté muy lejos de poder
retomar los valores que se recibieron al principio.
He ahí una explicación de ese mundo arreligioso que se ha
fraguado en las mismas familias tradicionales cristianas, en la que los padres
viven el dolor de unos hijos separados de la fe y que dan a luz otros hijos sin
bautismo y sin formación religiosa, y sin sacramentos salvadores. Sencillamente,
nuevas generaciones alejadas de la religión y carentes de los valores
cristianos (y por ende, los mismos verdaderos valores humanos).
La misa hay que vivirla desde el minuto -1. Desde que se entra en la Iglesia, manteniendo un clima de recogimiento.
ResponderEliminarEfectivamente los padres viven el dolor de los hijos separados de la fe,como
ResponderEliminarmuchos amigos y familiares míos.Ademas del dolor de las separaciones en sus matrimonios con las consecuencias negativas para sus hijos.