LITURGIA
Nuevo viaje a Egipto de los hermanos de José
para comprar víveres. Judá, uno de ellos, le expresa a José la historia tal
como ha sucedido: José puso como condición que le trajesen a Benjamín, que era
el hermano menor e hijo de la misma madre que él. Jacob, el padre, sufrió mucho
con ello porque era poder perder al otro hijo (a José lo daba por muerto,
despedazado por una fiera), y ahora, si le pasa algo a Benjamín, el padre
morirá de pena. (Gn,44,18-21.23-29;45,1-5). José ya no pudo contenerse y ordenó
a sus cortesanos que salieran de su presencia, y cuando se encontró a solas con
sus hermanos, se declaró ya abiertamente. Rompió a llorar y les dijo: Yo soy
José, el que vosotros vendisteis a los egipcios. ¿Vive todavía mi padre?
Los hermanos se quedaron perplejos, sin respuesta. Y José
les llamó a acercarse a él, y les repitió: Yo
soy José, vuestro hermano. Ahora no es preocupéis, ni os pese el haberme
vendido; para salvación me envió Dios delante de vosotros. Se cumple
aquí ese dicho popular que cité hace poco: “No hay mal que para bien no venga”.
El mal que hicieron los hermanos, se acabó convirtiendo en la salvación de los
mismos hermanos y de su padre, cuando llegó el hambre al país. Y también
diríamos nosotros que fue una “casualidad” que surgiera en esta ocasión, aquella
carencia de alimentos en Canaán. Al final está uno viendo la mano de Dios que escribe derecho con nuestros renglones
torcidos. Los humanos llevamos una historia y Dios lleva otra
simultáneamente. Las dos historias son una misma, y lo que cambia es el objetivo.
En los hombres son pasiones y conveniencias. En Dios es historia de salvación.
La misión de los apóstoles recién elegidos es la que describe
a continuación el evangelio de San Mateo: 10,7-15. Por lo pronto es dinámica: Id. El apóstol no puede quedarse parado
esperando que las gentes vengan a él. El apóstol ha de ir. Y, yendo, proclamar que el Reino de los cielos está
cerca. Es todo lo contrario de esos predicadores de película americana que
sólo anuncian catástrofes. Y todo lo contrario también de esas falsas
“comunicaciones” a las que nos abocan esos panfletos que se reparten por las
calles por mensajeros del fracaso, que quieren sustituir el mensaje de
salvación al que nos lleva Jesucristo. Él, lejos de anunciar desastres, envía a
los suyos a curar enfermos, resucitar
muertos, limpiar leprosos, echar demonios. Todo un panel de esperanza, que
es el propio del Reino de los cielos.
Juntamente señala al apóstol su trayectoria, que no es la
del que va de arriba abajo, o del poder sobre el débil, sino la de la humildad
del que va en nombre de Jesús: Ni dinero
en la faja, ni alforja para el camino, ni otra túnica, ni sandalias, ni bastón.
Posiblemente Mateo se ha exaltado en la exposición, porque las sandalias y el
bastón, útiles para caminar de un lugar a otro, están permitidos en otra de las
descripciones de los evangelistas. No se trata de hacer del apostolado un
ejercicio de sufrimiento, sino de hacerlo ágil y desprendido. El sustento lo
recibirá el apóstol de las mismas personas a las que va a anunciar el Reino.
Característica que debe presidir toda actuación apostólica
es la llegada a destino en son de paz. Cuando
entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza, y quedaos
en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludad: si la casa se
lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. El mensajero del evangelio es
mensajero de paz. Cuando el que preside la Eucaristía va a acabar la
celebración, lo que encarga a los participantes es que vayan en paz, o que vayan esparciendo paz por donde se vayan
dispersando cada uno. No es una simple despedida en que ya se va cada uno
pacíficamente, sino un mandato para que conviertan la vida diaria (familiar,
social…) en un oasis de paz.
Añade Jesús lo que han de hacer en caso contrario: el de no
hallar gentes de paz. Entonces, si la casa no se merece esa paz que le deseáis,
que no pierdan los estribos sino que la paz regrese al apóstol. Él tiene que
permanecer siempre en paz, como signo evidente de que no se busca a sí mismo,
sino que es un enviado de Jesús. Entonces simplemente se salen de aquel lugar y
sacuden hasta el polvo de los pies, porque no quieren llevarse de allí ni ese
polvo. Lo que no va en son de paz, no es de Dios. Y entonces va a quedar la cosa como quedó en Sodoma y Gomorra, las
dos ciudades impenitentes, donde Dios no pudo salvar porque no encontró ni
siquiera a diez inocentes. Todos se habían corrompido con el vicio.
Desde la playa. Esta enseñanza es para seglares y consagrados. Para todos.
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