LITURGIA
Comienza el libro del Éxodo (1,8-14.22). La
historia del pueblo de Dios se va a enrarecer por un tiempo. Sube al trono un
Faraón que no había conocido a José y lo único que le preocupa es que aquel
pueblo extranjero crece y se multiplica mucho y que eso es un peligro para
Egipto, porque el día que otros pueblos le hagan la guerra, aquel pueblo
israelita se va a aliar con los enemigos.
Por orden real les impusieron cargas muy fuertes y trabajos
muy pesados, pero los israelitas seguían multiplicándose. Por eso el Faraón dio
orden a las comadronas que cuando naciera un niño varón lo arrojaran al río
Nilo, y sólo conservaran a las niñas. Comenzaba así el calvario de aquel
pueblo, que habría de permanecer en Egipto muchos años, esclavizado de mala manera,
y cada vez peor tratado.
La instrucción a los apóstoles continúa. Mt.10,34-11,1 nos
da el punto final de aquellas enseñanzas que los apóstoles han de llevar a cabo
en su labor apostólica.
Parecería una contradicción lo que viene a continuación, si
se compara con lo que antes les ha enseñado: antes les ha puesto ante la misión
de paz que deben llevar adondequiera que vayan. Ahora les dice que él no ha venido
a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz sino espadas.
Y se queda uno con ganas de preguntarle a Jesús que en qué quedamos.
No hay contradicción. La labor apostólica siempre ha de ir
en clima de paz. Pero para practicar esa paz hace falta hacerse por dentro
mucha guerra, o dominar mucho las situaciones, como una lucha de espadas.
Vivir fieles a la Palabra de Dios va a crear tensiones
dentro de las mismas familias: se van a
enemistar lo hijos con el padre o la hija con la madre, la nuera y la suegra.
Los enemigos van a ser los de la propia casa. Esto no es una teoría: es la
constatación de la realidad, que no tenemos que irnos muy lejos para verlo.
¡Cuántas familias viven esa tensión en función con las actitudes ante la vida
cristiana!: unos que no la viven ni la aceptan; otros que sí la toman en serio.
He ahí “las espadas” de que ha hablado Jesús. Lo que él más quisiera es que
hubiera armonía, que hubiera acogida del mensaje de salvación. Pero sabe que en
la práctica no va a ser así.
Y es que el principio fundamental en la vivencia cristiana
es que el que quiere a su padre o a su
madre más que a mí, no es digno de mí. No habría de establecerse esa
tensión. Jesús no pretende inmiscuirse en la vida de los hombres, pero cuando
está de por medio la gloria de Dios, hay que elegir la gloria de Dios. Y
entonces hay una jerarquización de los valores. Primero es lo que es de Dios.
En sana paz, no hay esa tensión. Pero en el caso de tensión, ha de prevalecer
la gloria de Dios.
Porque el que prefiera seguir su vida y seguir sus modos
personales, perderá la vida
(sobrenatural); el que sepa perder en sus modos personales, encontrará la vida,
el abrazo de Dios.
Cambia ahora el argumento y Jesús se refiere a la manera en
que sean acogidos los apóstoles –aquellos de entonces y los de ahora-: el que los recibe, recibe a Jesús y recibe a
Dios. El que no los recibe, queda baldío. ¿No nos dice nada para el momento
presente? Porque estamos en una tesitura en que el enviado de Jesús no es bien
recibido por una buena parte de gentes del pueblo, y sobre todo por los que
están constituidos en autoridad, que parecen sentir a Jesús y a los enviados de
Jesús como un peligro para los intereses humanos. Y a lo mejor hasta llevan
razón, porque los principios evangélicos se oponen radicalmente a los
mundanos…, y el mundo vive de espaldas a lo espiritual y al orden establecido
por Dios. Por eso no reciben a los apóstoles, no reciben a Cristo, se ausentan
de los principios de Dios.
El que dé a beber un
vaso de agua fresca a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no
perderá la paga. La acogida del apóstol, precisamente por ser apóstol,
tiene ya un valor a los ojos de Jesús. Luego, una vez atendido, el discípulo ha
de sembrar la buena noticia y trasmitir los principios evangélicos. Que esto es
también de enorme importancia, porque el apóstol no actúa en nombre propio sino
como enviado de Jesús, y ha de ser fiel al mensaje que viene de Jesús.
Ya ha dejado Jesús en claro –a través de esa larga
instrucción que nos ha durado varios días- el planteamiento de la obra
apostólica. Ahora, cumplida esa misión, Jesús y los suyos marchan a otras
ciudades y aldeas para enseñar y predicar.
Hoy tenemos un fragmento de Evangelio que a mi personalmente siempre me ha dado mucho consuelo. Es de mis favoritos.
ResponderEliminarPorque realmente desde mi juventud de 20-22 años, comencé a experimentar todo esto, y además, doy gracias a Dios de que me hizo comprenderlo de una manera bastante natural. En cambio observaba como otros se extrañaban mucho de este pasaje y veían contradicción.
Puedo dar testimonio de que a lo largo de mi vida he mencionado el nombre de Cristo al menos una vez a prácticamente todo "el árbol genealógico" mio. Y puedo dar fe de que he tenido más de un conflicto por ello. Ahí están las espadas.
Notaba que era incomprendido, y a veces he sentido sobre mi, la burla y casi el apartarse como si fuera yo un "extraterrestre", y puede que tuvieran algo de razón.
En mi incomprendida labor apostólica entre mis familiares también hay algún éxito, como el de mi propia madre, a la que ayudé a volver a la Iglesia, y desde muy joven me convertí prácticamente en su consejero espiritual, por libre elección suya. Es extraño, porque debería ser al revés.
Darme de beber vasos de agua, considero que han sido pocos, pero con cada comentario, cada palabra de agradecimiento o de compartir algún bien conmigo después de haber realizado mi labor, se convertía siempre en ese refresco, como cuando se bebe agua. Obviamente ellos tendrán la promesa del Señor, de haber aliviado la sed de este pobrecillo, porque así me veo.
Cada uno ve su vida según su perspectiva. Yo tengo la mía. Yo siempre me vi desde el lado del apóstol, y las palabras de Jesús son de gran consuelo para mi contra los que me han tratado a veces de ningunear y apartar.
Lo más llamativo de este pasaje para mi, y lo más complejo es el pasaje que se refiere a la cruz, encontrar la vida, o perder la vida. Creo que lo entiendo como que si optas por lo mundano y el pecado, te pierdes, y si optas por Jesús y la vida enfocada por El y en El, te salvas.
Esta reflexión la hago para mi, pero la pongo aquí para compartirla y no guardarla en el pañuelo.