LITURGIA
Jacob, llamado Israel, permaneció en Egipto
hasta su muerte, y dio a sus hijos una serie de recomendaciones. Entre ellas,
el lugar de su enterramiento, que había de ser en la cueva de Macpelá, allá
donde reposan los restos de Abrahán y Sara, Isaac y Rebeca, sus padres. Y
expiró en la paz de haber encontrado a José.
Los hermanos de José tuvieron el temor de que, muerto el
padre, José tomara venganza de los males que le hicieron, y vinieron a echarse
a sus pies como súbditos suyos, pidiendo perdón por lo que habían hecho con él.
José era de otra pasta y no tomaba venganza, Por el
contrario, les hace ver que todo sucedió para dar lugar a un pueblo numeroso
como el que se estaba formando en Egipto. Por
tanto, no temáis; yo os mantendré a vosotros y a vuestros hijos. Y los consoló
hablándoles al corazón.
Cuando iba a morir, ya a la edad de 110 años, les dijo a
los hermanos: Yo voy a morir. Dios
cuidará de vosotros y os llevará a esa tierra que prometió a Abrahán, Isaac y
Jacob. Cuando Dios cuide de vosotros, llevaréis mis huesos de aquí.
Resalta la grandeza de corazón de José, que desde el primer
momento ha procedido con una altura de miras. Sus hermanos, que no tenían la
conciencia tranquila, temieron que las tornas se cambiaran a la muerte de su padre,
pero José vino a constituirse como el padre de ellos, protegiéndolos y
confiándose a ellos en la hora de su muerte. Es un ejemplo para cualquiera en
todos los momentos de su vida, pero con una característica especial a la muerte
de su padre. Para quienes no encuentran lecciones útiles en el Antiguo
Testamento, bien pueden fijarse en José para tomar actitudes en situaciones
adversas y hasta de malas intenciones de otros. Por encima de lo que es la
reacción humana, aparece lo que da el ser un hombre fiel a Dios.
Sigue la instrucción de Jesús a sus doce Apóstoles.
Mt.10,24-33 es continuación de lo anterior (visto ayer). Si ayer les decía que
les enviaba como corderos entre lobos, hoy les confirma en ello porque el discípulo no es más que su maestro. Ya basta
que el discípulo sea como su maestro. Y al dueño de la casa lo han llamado
Belzebú…, ¡cuánto más a los criados! Jesús está enseñando que el camino que
ellos han de seguir, ya lo ha recorrido él delante de ellos, y por tanto a
ellos les troca pisar sobre las mismas huellas de Jesús.
No les tengáis miedo.
Todo lo que va a ocurrir queda claro y descubierto como la luz del día. Lo que
os enseño a vosotros, pregonadlo desde la azoteas. Jesús no ha instruido a sus
apóstoles en secreto. Lo que a ellos les a dicho a solas, no es para guardarlo
sino para pregonarlo, pues la doctrina de Jesús no tiene secretos.
No tengáis miedo a
los matan el cuerpo pero no pueden matar el alma. No. Temed a quien puede
arrojar alma y cuerpo al fuego. Siempre que llego aquí, recuerdo a aquella
mujer que se echaba a temblar pensando en que Dios podía condenarla. Lo que se
contradice completamente con lo que sigue a continuación. Quiere decir que el
que puede matar es Satanás, es el pecado; no Dios. Porque Dios es el Dios
providente que se cuida de los cabellos y de los pájaros, y de que no caiga un
cabello sin su permiso. Y vosotros valéis más que los gorriones. No tendría
sentido la amenaza de “enviar al fuego”, con la confianza que da el saber de un
Dios que se ocupa hasta de los cabellos de nuestra cabeza, porque ya se ocupa
hasta de los gorriones, que ninguno cae sin el permiso de Dios.
Cuando hay un falso concepto de Dios, hasta esa frase de
que Dios tiene contados los cabellos de
nuestra cabeza se interpreta como una fiscalización de lo más mínimo
nuestro por parte de Dios. Sin embargo lo que está queriendo decir que hasta
eso, de tan poca importancia, cae bajo la mano providencial de Dios.
Ojalá que trasmitamos siempre la idea de un Dios Padre y
misericordioso, y que nunca espantemos a las gentes con amenazas de Dios. Ojalá
que la imagen del Padre Bueno de la parábola sea la que prevalezca en nuestro
sentir de Dios. Y es un hecho que Jesús describió allí el Corazón del Padre
que, lejos de comportarse duramente con los hijos pecadores –cada uno de ellos
a su manera-, se abraza al cuello del que vuelve desarrapado, y al otro le
llama “hijo” para quien todas las cosas del Padre son suyas. Lo que pasa es que
el gozo prevalente en ese momento está en la vuelta del hijo que se había perdido
y que ha sido recuperado.
Y nos afirma Jesús que ese testimonio que demos nosotros,
atraerá el testimonio que él dará de nosotros.
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