LITURGIA
Los israelitas ya caminan por el desierto,
liberados de la esclavitud. Pero lo típico de las reacciones humanas, pierden
el sentido de lo principal y ahora se acuerdan de Egipto. (Ex.16,1-5.9-15).
Cierto que el desierto les da pocas satisfacciones, y entonces se acuerdan de
aquellas ollas de comida y del pan que tenían. Moisés le pasa al Señor el
sufrimiento de aquel pueblo y Dios le anuncia que tendrán pan y carne para
comer todos, y no olvidemos que el pueblo que ha salido de Egipto contaba a más
de seiscientas mil almas.
Yo haré llover pan
del cielo; que el pueblo salga a recoger la ración de cada día. El día 6º
recogerán ración doble de lo que recogen a diario.
Moisés encarga a Aarón que diga al pueblo que Dios ha
escuchado sus murmuraciones. Y cuando Aarón está explicándoles al pueblo, una
nube ingente de codornices cae sobre el campamento, y así tienen carne para
comer. Por la noche se produce una escarcha especial (dicen los entendidos que
unas semillas de árboles que arrastra el viento), y por la mañana aparece sobre
el campamento una capa desconocida. El pueblo pregunta qué es aquello y Moisés
les dice que es el pan del cielo que Dios da a aquel pueblo como un pan para
acompañarse en la acomida. Es el “maná” (=”qué es esto”). Habían protestado de
no tener pan ni carne y ahora tienen en el desierto y de forma prodigiosa pan y
carne. Así cuidaba Dios a aquel pueblo, al que había liberado de la esclavitud,
y no debía volver con el pensamiento y la nostalgia a aquellos tiempos de su
estancia en Egipto. Ahora los conduce Dios, que no los hace esclavos sino
pueblo suyo al que conduce hacia una tierra prometida. No va a ser cosa que se
les venga a las manos. Deberán pasar por muchas experiencias en las que el
pueblo necesita purificar su fe y abrirse del todo a Dios. La historia nos dirá
los muchos vaivenes de aquel pueblo, al que el Señor tendrá que describir como
“duro de cerviz”, pero al que Dios no le retira su favor ni falta a su promesa
de hacerlo un gran pueblo.
El evangelio es de los que es difícil explicar por lo muy
explicado que está, al que ya se le ha desmenuzado por activa y por pasiva. Es
la parábola del sembrador en la que Jesús describe las diferentes maneras que
hay de acoger su palabra; unas que en realidad no la acoge, y otras en que
acogen pero sin convencimiento y sin raíces. Hasta cuando hay quienes sí acogen
la palabra, aunque dentro de ellos hay grados de respuesta.
Vayamos al texto: Mt.13,1-9, que es sucintamente la
parábola. Salió el sembrador a sembrar.
El Sembrador es el propio Jesús. La semilla es su Palabra, su enseñanza. Al sembrar, una parte cayó junto al camino;
vinieron los pájaros y se la comieron. Hablaba Jesús de la siembra a voleo.
No es extraño que alguna parte de la semilla cae fuera de la tierra fértil. Quiere
Jesús enseñar que no toda semilla es acogida por el terreno donde puede
fructificar. Es un hecho que una parte de la Palabra de Dios cae fuera del
ámbito de la acogida. No sólo es que cae fuera sino que no tiene posibilidad de
germinar porque vienen los pájaros y se la comen.
Otra parte cae en sitio donde hay poca tierra. La semilla
crece un poco y parecería que va a dar fruto, pero surgen los ardores del sol
–la dificultad, la superficialidad- y al cabo de un poco, se agosta. La semilla
o es acogida en plenitud o si no, no da fruto. Sigue Jesús retratando la vida
con unas pinceladas magistrales. No está aplicando nada pero cualquiera puede
ya captar lo que aquello significa si se salta de la parábola y el ejemplo a la
realidad de la vida.
Una tercera parte
cayó donde había muchos matorrales: entre
zarzas, que crecieron y ahogaron el crecimiento de la semilla. Los que
hemos tenido la suerte y casi el privilegio de compartir ratos de las faenas
agrícolas, vemos el realismo de todas estas situaciones que cuenta Jesús. La
misma semilla, el mismo aparente terreno y sin embargo el crecimiento del
sembrado varía, y hay espacios donde apenas ha crecido. Otras plantas más
bravías se han comido el jugo y han arruinado lo que pudo ser una buena
cosecha.
Jesús plantea finalmente el grueso de la siembra, en buena
tierra, donde la semilla ha podido realizar su poder. Y dentro de esa buena
tierra –que es buena porque ha fructificado- todavía hay partes más jugosas que
otras: y unas dan el 30, y otras el 60 y otras dan el ciento por uno. Que es
una experiencia de aquellas tierras de las que Jesús tenía a la vista, donde
las espigas que granaban bien, daban un fruto excelente: un grano había
producido una espiga de 100 granos.
Orando el Evangelio esta mañana, vi que lo que dice Jesús encaja bastante con la economía. Los que invierten en bolsa saben que ganar un 2% o un 3% sobre el valor de la inversión puede ser bastante dinero. Si un inversor tuviera una ganancia del 30% sólo, eso sería muchísimo dinero, pero Jesús habla incluso de un 100.
ResponderEliminarTrasladando todo eso a lo que dice Jesús sobre la semilla, eso significa que un inversor tendría una grandísima ganancia si obtuviera un beneficio del 30%.
Imagino lo que tiene que ser eso trasladado a la semilla de la que habla Jesús. Una auténtica fortuna. Y si fuera 100, ya ni me lo puedo imaginar. Sería algo así como multimillonario.