LITURGIA
Los israelitas habían pedido al Faraón salir
tres días al desierto para hacer un sacrificio al Señor. De hecho la intención
no era otra que establecer una distancia con el Faraón y huir escapando de
Egipto. Cuando el Faraón es consciente de ello, se arrepiente de haberlos
dejado marchar y sale en su búsqueda. Es la lectura de hoy: Ex.14,5-18.
Entonces se prepara con un verdadero ejército para hacer volver a sus esclavos,
que le solucionaban una buena parte de la economía del país en los trabajos más
duros y más bajos.
Los israelitas por su parte, cuando ven acercarse aquella
nube de gentes –soldados, carros de combate, caballos, jinetes…, se asustan
sobremanera porque temen que lo que va a sobrevenir es mucho peor de lo que han
pasado ya. Y se quejan a Moisés porque pensaban que iban a morir todos en el
desierto.
Dios le habla a Moisés para que el pueblo se ponga en
movimiento, y Moisés afirma al pueblo asustado que Dios les dará la victoria.
Si Dios ha estado a favor de ellos para llegar al momento que tienen, liberados
de los egipcios, pueden estar seguros de que Dios seguirá peleando a favor del
pueblo.
Y Dios le dice a Moisés que tome el cayado y divida las
aguas del Mar Rojo, y que el pueblo pueda pasar por allí a la ribera opuesta.
Que el resto ya será obra de Dios, y me
cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de
sus guerreros. Sabrán los egipcios que Yo soy el Señor.
Estamos a las puertas de una de las gestas más sonadas de
la historia, que se recuerda año tras año en la Vigilia Pascual, el momento
sublime de celebración de la victoria de Dios frente a los enemigos.
En el evangelio doctores y fariseos le piden a Jesús una
señal: Queremos ver un milagro tuyo.
(Mt.12,38-42).Como si eso de los milagros fuera un ejercicio de ostentación o
lucimiento para satisfacer curiosidades. Cuando, por otra parte, tantos
milagros había hecho ya el Señor en situaciones concretas de necesidades
concretas.
Ahora le piden poco más menos que un juego de
prestidigitación. Una prueba. Y Jesús dice: esta
generación perversa y adúltera pide un signo. Pues no se le dará más signo que
el de Jonás. El Hijo del hombre estará tres días en el seno de la tierra
Jesús no les da una señal visible ahora. Les remite a su resurrección. Esa será
la gran señal.
Cuando juzguen a esta generación, los habitantes de Nínive
la condenarán porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás. Y
aquí hay uno que es más que Jonás. Otra señal de Jonás: la conversión
de un pueblo por la predicación del profeta. Y sin embargo ahora habla Cristo,
que es más que profeta, y aquellos hombres no se convierten.
Otra realidad más: cuando llegue la reina del sur, hará que
condenen a esta generación porque ella vino desde los confines de la tierra a
escuchar la sabiduría de Salomón: Y aquí hay uno que es más que Salomón.
Seguramente que Jesús nos tendría que advertir muchas veces
que para que vivamos la fe hay que mirarlo a él, y no estar dependiendo de
“signos”, de realidades tangibles y más humanas que divinas. La fe debe
apoyarse en la seguridad de Dios y de Cristo, en la fuerza de su palabra, en
las pruebas que nos ha dejado a través del evangelio. No hacen falta milagros,
ni apariciones, ni “tocar” ni pruebas externas que apoyen nuestra fe. Ni que
las cosas sucedan a nuestro deseo. Creemos en Dios. Creemos en Cristo. Y
creemos a fondo perdido. Porque él lo ha dicho. Porque él lo ha prometido. Y
ahí está el núcleo de nuestra fe.
Y la fe no se pierde porque las cosas no salgan a nuestro
gusto y según hemos pedido o deseado. La fe no depende de que las personas
seamos mejores o peores. La fe se fundamenta en Dios y en Cristo, que son la
Verdad y que nos fiamos totalmente de él y de ella.
Y pueden caer las columnas
del firmamento, y seguimos prestando nuestro asentimiento a la Bondad y Verdad
de Dios, al ejemplo y la palabra que Jesús nos ha dejado.
Entonces estamos viviendo la fe verdadera. Y no necesitamos
más. “Aquí hay uno que es más” que todas las comprobaciones humanas y que todas
las señales que pueden ofrecérsenos.
Precisamente pienso que la gran prueba de nuestra fe es mantenerla cuando "aparentemente" las cosas no salen a nuestro gusto. Y la gran tentación es tentar a Dios para tratar de condicionar nuestra fe según entendamos que "nos concede" lo que pedimos. Si, porque a veces podemos caer en la tentación de tratar de usar a Dios cual mago para que nos haga un truco o encantamiento que solucione los problemas. Y si bien, es lícito pedir, no lo es, tratar de chantajear a Dios.
ResponderEliminarEn el credo confesamos nuestra fe,en Cristo vivo y resucitado,fiándonos de su verdad y amor.El mismo ayer, hoy y siempre.Señor tú tienes palabras de vida eterna.Creo pero ayuda mi incredulidad.Maria ( hoy fiesta de la Magdalena) dile a mis hermanos...
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