LITURGIA
Hay un salto notable desde la lectura de ayer a
la de hoy. Jacob engendró 12 hijos. Entre ellos estaba José, que era predilecto
de su padre, y Benjamín, que era el más pequeño. Israel, es decir, Jacob, había distinguido a José con una prenda de
vestir que le hacía distinto a sus hermanos, los cuales le tomaron ojeriza y
envidia. Los hermanos salieron con los rebaños a terrenos más lejanos. Jacob
les envió a José para llevarles algo, y ellos –que lo ven venir- deciden
quitarle la vida y luego decirle a su padre que “una fiera los devoró”. [No es
la envidia sino una fiera que devora y mata]. Rubén interviene a favor de José
para que no lo maten sino que lo echen a un pozo sin agua, intentando dar
largas y salvarlo. Pero aciertan a pasar por allí unos mercaderes, camino de
Egipto, y optan los hermanos por venderles a José.
José en Egipto tiene el favor del Faraón, que lo nombra
administrador de sus bienes.
Entretanto se ha desatado un hambre enorme en toda la
región de Canaán, y limítrofes, que tienen que acudir a Egipto para obtener
grano con que poder alimentarse. José lo administra.
Aquí entra la lectura de hoy (Gn.41,55-57; 42,5-7.17-24) en
la que Jacob envía a los hermanos a Egipto a buscar provisiones, y han de
encontrarse con José, sin reconocerlo. José finge ser muy duro con ellos y les
hace contar la historia familiar, nombrando a Benjamín como el pequeño de la
familia, que está con su padre. José les va dar el grano pero ha de quedar un
rehén de entre ellos, y ellos han de traer a Benjamín para probar que lo que
han contado es verdad.
Los hermanos, en su lengua, comentan delante de José que
todo les viene por haberse portado tan mal con su hermano, y que ahora les
piden cuentas de su sangre. No saben que José les está entendiendo todo, porque
antes había usado intérprete. José se retiró y lloró, y luego volvió a ellos y
los despidió.
Aquí se cumpliría el refrán popular de que no hay mal que para bien no venga. O
leído en clave de fe, que la providencia de Dios es una trama tan especial que,
tras vueltas y revueltas, viene a dar la solución mejor y de orden superior.
Todas las maldades de los hermanos han dado al final con la solución que
necesitaban para poder ahora tener alimento. Pretendieron hacer daño a José, y
José es ahora el que viene a salvar la situación. Ellos todavía no lo saben y
se culpan de sus maldades. En los planes de Dios las cosas dan la vuelta, y
José va a ser ahora el salvador de sus propios hermanos y de su padre.
Jesús llama a sus discípulos y de entre ellos elige a Doce
para darles autoridad para expulsar
espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. Que ayer mismo
esa misma expresión se aplicaba a Jesús, que había echado un demonio mudo y que
iba por ciudades y aldeas llevándoles la noticia del Reino de Dios. Ahora son
los Doce los que van a realizar esa obra, por la fuerza que les infunde Jesús
al hacerlos “apóstoles”, elegidos, para continuar su obra.
Ahí está Simón, apellidado Pedro (que viene de
“piedra”=roca, porque Jesús lo destina a ser roca firme de la futura Iglesia).
Junto a Pedro, Andres, su hermano, por el que Pedro conoció a Jesús, y Jesús ya
lo eligió. También los compañeros de pesca que eran Santiago y Juan, hijos de
Zebedeo, y a quien Jesús llamó “hijos del trueno” por su carácter fogoso y
explosivo.
Siguen (que es el orden con que San Juan nos lo da en su
evangelio) Felipe –a quien llamó directamente el Señor- y Bartolomé o Natanael,
que fue conducido por Felipe hasta Jesús, y Jesús descubrió en él “un buen
israelita, sin dolo ni engaño”. Sigue Tomás, de cuyos antecedentes no tenemos
noticia, pero que resultó ser uno de los apóstoles más decididos e intrépidos,
y por lo mismo muy duro de mollera, pero juntamente muy noble para acabar
aceptando.
A continuación, Mateo, de cuya vocación tuvimos noticia
hace muy pocos días. Un publicano con corazón de oro, que ante la llamada de
Jesús, dejó su mostrador y su medio de vida, y se fue gozoso tras de Jesús,
celebrando su nuevo status con un banquete peculiar, en el que estaban sus
compañeros de fatigas, los otros publicanos, y además los que ya eran
discípulos de Jesús e iban ya con él. Mateo se suma a aquel grupo, y ahora es
elegido para apóstol. Aparece finalmente como el primer evangelista de la vida
y la obra de Jesús, y a él le debemos algo tan substancial como el Sermón del
Monte, en que se encierra la constitución básica del Reino de Dios.
De los demás de la lista carecemos de datos, pero son tan
apóstoles como los demás. El último aparece Judas Iscariote, traidor.
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