Liturgia:
El libro de Job es una gran parábola,
destinada a buscar el sentido de la vida, en un tiempo en que aún no se tenía
sabido el paso de la resurrección. Había que poner delante de los creyentes
cómo en la vida de las personas interviene el demonio que trata de destruir los
planes de Dios. Y a través de los sufrimientos y de la tentación, se desemboca
en una especie de paraíso terrenal en el que se vuelve a tener –y con creces-
lo que se había perdido.
Como parábola, encierra muchas notas que no se corresponden
con la realidad, pero que resaltan aspectos de la vida real. Y uno de ellos es
este diálogo de Dios con Satanás (1,6-22) en el que Dios pone de manifiesto la
bondad del personaje Job, y las insidias del demonio que le echa en cara a Dios
que tanta bondad se debe a que Dios lo ha bendecido y protegido con toda clase
de bienes.
Dios permite
entonces a Satanás que ataque a Job, pero no en su persona. Y Satanás va
derruyendo a la familia y a los bienes de Job, en una secuencia llamativa de
males que se van precipitando uno sobre otro sin darle tiempo a rehacerse de
tanta calamidad.
Entones Job se levanta, se rasga el manto, se rapa la
cabeza y se echa por tierra, pero no protesta contra Dios. Con una mentalidad
hebrea confiesa que Dios me lo dio, Dios
me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor.
Ahí queda la primera entrega de esta historia ficticia, que
se irá acentuando a medida que avancemos en la lectura de estos días.
Lc.9,46-50 nos sigue admirando con la actitud de los
apóstoles que están tan alejados del pensamiento de Jesús. No se leyó el sábado
(por ser la fiesta de los Arcángeles) la insistencia que les hizo Jesús sobre
la realidad de su pasión y muerte futuras, que habían de meter bien en la
cabeza. Pero eso está ahí y hace de telón de fondo del texto que tenemos hoy:
los apóstoles se aíslan de la idea de padecimiento del Mesías y se enzarzan
entre ellos en la discusión de quién de
ellos es el más importante, tema tan ajeno a la mente de Jesús.
Jesús les descubre la conversación y disputas que habían
traído ellos, y con la paciencia del
maestro que tiene que ayudar a sus discípulos a entender la lección, se sienta
de nuevo, toma a un niño de la mano, lo pone en medio, y dice a sus apóstoles: El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge
a mí. Y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Se trata de
acentuar que la amistad con Jesús se fundamenta en la sencillez y transparencia
de un niño. Y que, por tanto, cae fuera de lugar la pretensión de ellos de ser
uno más importante que otro. La realidad es que el más pequeño de vosotros es el más importante.
¿Aprendieron la lección? –Pues a juzgar por lo siguiente,
no. Porque Juan se presenta ante Jesús como quien ha hecho una gran obra
intentando impedir a un extraño que echara demonios con el poder de Cristo. Y
todo porque no es de nuestro grupo.
Jesus tiene que corregirle. Juan sigue en la idea de una
superioridad de “ellos” frente al extraño, a pesar de que ese individuo actúa en
el nombre de Jesús. Para Jesús no hay por qué impedirle al extraño lo que está
haciendo, porque el que no está contra
nosotros, está a favor nuestro. Ese pensamiento es propio de gente de
corazón grande. No ha lugar a los celos, al “tuyo y mío”, y si la obra que
realiza un extraño es una obra buena, ¡bendito sea! Se trata de que se haga el
bien, y lo mismo da que lo haga uno que otro.
El caso no es teórico ni raro. En las “gentes de iglesia”
es fácil ese prurito de “lo mío mejor que lo tuyo”, o la forma en que yo lo
vivo es mejor que la que lo vive otro…; mi grupo es mejor que el otro grupo. Y
se pierde la visión evangélica de que el bien puede venir de uno o de otro
indistintamente, y que lo importante es que todos vayamos buscando la gloria de
Dios, cada cual por su camino, al que Dios le ha llevado, y que es “el mejor
para mí”, pero no el mejor en absoluto. Cada uno debe dar de sí, en su grupo,
asociación, comunidad, hermandad, lo mejor de sí mismo y conforme a una forma
que se ha escogido. Pero lo importante es remar todos en la misma dirección,
dando cada cual lo mejor de sí, y deseando que el otro, que pertenece a otra
cofradía, dé lo mejor que puede dar. Porque del conjunto de fuerzas unidas en
la consecución del bien, se hará un edificio más acorde con la voluntad de Dios.
En el momento que "un grupo" se cree mejor que otro, más importante, mas puro, más... se coloca una enorme piedra similar a la del sepulcro de Jesús que impide salir o entrar.
ResponderEliminarPero lo que muestra realmente el Evangelio en ese caso es como todo un grupo se puede sentir superior o con más derechos que una sola persona, a la que no admiten en su valía.
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