Liturgia:
Ef.4,1-6: Pablo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a
la que habéis sido llamados. Es la exhortación general, el planteamiento de
principios. Pero eso tiene su concreción para que no se quede en palabras: Sed siempre humildes y amables, sed
comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos por mantener la
unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Es un calco de lo que también
le dice a los fieles de Colosas, en el capítulo 3. Es algo que Pablo lleva muy
metido en el alma: la vocación cristiana lleva en sí la necesidad de la
humildad y de la comprensión, de la amabilidad y del sobrellevarse. No siempre
se puede estar de acuerdo. Donde hay dos personas caben dos modos de enfocar la
vida. Pero eso no significa que haya que tensionarse, sino que haya amabilidad
suficiente para ser capaces de sobrellevar cada uno la diferencia que le separa
del otro.
Y todo eso tiene una traducción esencial: Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una
es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados.
Y para más concreción, un Señor, una fe,
un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo y lo penetra todo y
lo invade todo. Hemos llegado al punto decisivo: lo que hace la vida otra
cosa de lo vulgar y pagano es precisamente la realidad de un Dios como
referente definitivo, porque es “padre de todo, que lo trasciende todo, lo
penetra todo y lo invade todo”.
Lc.12,54-59: Jesús enfrenta a sus oyentes a una realidad.
En la vida normal los signos externos son suficientes para que se vislumbre una
realidad futura. Para aquellos tiempos en que no había otra forma de prevenir
los estados del tiempo, lo que valía era la observación del cielo. Lo cual
sigue siendo hoy una realidad para las gentes del campo. Y así para aquel mundo
judío, el que ve el cielo aborregado, sabe que viene el chaparrón poco tiempo
después. Y por el contrario, cuando viene el viento del sur (en aquellas
latitudes en que Jesús habla), sabéis que va a hacer bochorno. Es decir:
observando señales externas, deducís consecuencias de mayor entidad.
Entonces cambia Jesús el tono y se dirige a esas gentes, y
les dice: Hipócritas, si sabéis
interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el
tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar por vosotros mismos lo que hay que
hacer? En una palabra: ¿cómo es que viendo los signos mesiánicos, no
deducís que aquí está el Mesías? ¿Cómo es que no cambia vuestra conducta ante
los signos que me habéis visto hacer a mí? Y el punto concreto que se pedía en
este tiempo mesiánico era la penitencia, el cambio de actitud, que es lo que
ahora conviene y es justo: es lo que hay que hacer, y prepararse así para el
momento final, el encuentro con Dios en el tribunal de Dios.
Por eso enlaza el tema con el del hombre que va a un pleito
o tribunal humano, que debe intentar solucionar su caso antes de llegar al
juez.
Cuando te diriges al
tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con
él mientras vais de camino. Trata de resolver amistosamente la causa que os
lleva a juicio, porque siempre será más favorable el acuerdo a que lleguéis que
lo que puede salir del juicio formal. Y Jesús lo explicita muy gráficamente: no sea que te arrastre ante el juez, y el
juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Y de allí
ya no sales hasta haber cumplido la condena. Por tanto, en el camino de la vida
ponte a bien con Dios, ponte a bien con tu conciencia, y no dejes que la causa
llegue hasta el final sin haber resuelto favorablemente el caso.
Que aun en el plano humano ya San Pablo advertía a los
corintios el mal que resulta de que haya contiendas entre los cristianos,
hermanos de una misma fe, y que tuvieran que ir a los tribunales paganos. Lo
que Pablo quería era que los litigios que pueden surgir entre hermanos de una
misma fe, pusieran el asunto en manos de unos testigos imparciales y que ellos
dictaminaran, con buena acogida de las dos partes.
Es lo que ahora está también poniendo Jesús ante los ojos
pero con una proyección escatológica, como la preparación al encuentro con el
tribunal de Dios.
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