Liturgia:
Cristo salva a la humanidad
contrariando los deseos de dominio y de poder que son los característicos de la
humanidad, y la destruyen. Jesús sabía que el Imperio Romano se había hecho a
base de dominio y poder. Pero eso es todo lo contrario de lo que él establece,
El camino de Cristo es el del servicio y de sacrificio, y
eso es lo que tienen que continuar los que siguen sus pasos y quieren realizar
su obra y tarea de salvación: Mc.10,35-45.
El que manda realiza su misión sirviendo, aunque eso se
realice por el cáliz amargo de su pasión, que es el que anuncia a sus dos
discípulos, Juan y Santiago, que pretendían ocupar puestos de privilegio y
mando sobre sus mismos compañeros.
A ellos les hace saber que no saben lo que piden, y les cambia la visión del poder y del mando
por la del beber el cáliz que Jesús ha de
beber y ser bautizado por el bautismo con el que yo voy a ser bautizado,
indicando el género de muerte con que él iba a dar gloria a Dios.
Sentarse a la derecha o a la izquierda no es cosa que
depende de Jesús; eso lo decide el Dios del Cielo.
En cuanto a ellos, Jesús les reúne y les pone delante las
condiciones para estar con él: Sabéis que
los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan y que los
grandes los oprimen. Vosotros nada de
eso; el que quiera ser grande, sea servidor de todos y el que quiera ser el
primero, sea esclavo de todos. Porque el
Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida
en rescate por todos. Ahí queda la doctrina y el camino a seguir.
Lo cual tiene una mirada proyectiva sobre la Iglesia de
hoy: no es el poder y el mando lo que ha establecido Jesús. Por el contrario es
el servicio. Y no está de más reflexionarlo desde los laicos que tienen ciertas
responsabilidades en la labor eclesial, porque nunca deben atribuirse poderes e
influencias, sino estar ahí al servicio y ayuda de los otros miembros de las Iglesia.
De ahí la 1ª lectura (Is.53,10-11) donde se expresa la
característica del enviado de Dios: El
Señor quiso triturarlo con el sufrimiento… Lo que el Señor quiere, prosperará
por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo
aprendido, mi siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos.
No se presta todo ese relato a muchas explicaciones: lo que fija es el dato que
desarrolla el evangelio, en el que el Hijo del hombre es un esclavo de los
siervos de Dios, y ha venido a servir.
La carta a los Hebreos (4,14-16) nos remite a Jesucristo
como sacerdote grande que ha atravesado el Cielo y está capacitado para
compadecerse de nuestras debilidades, porque ha sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado.
Jesucristo ha vivido nuestra vida, ha encontrado nuestras dificultades, ha
sufrido tentaciones, ha padecido la incomprensión de los más cercanos y la
oposición de los dirigentes judíos. Sabe, pues, cuál es nuestra realidad y
puede compadecerse de ella. Lo único en que Jesús no puede parecerse a nosotros
es en el pecado, porque él no ha pecado ni podía pecar. Pero todo lo demás lo
ha vivido desde la realidad humana. Por eso puede compadecerse de nuestras
debilidades. Y por eso podemos acercarnos
confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y encontrar
gracia que nos auxilie oportunamente.
La EUCARISTÍA nos lleva a mirarnos dentro y ver hasta dónde
nuestra vida es más de servicio o de tendencias de poder. Poder que cada cual
es capaz de ejercer desde su situación concreta: desde pretender dominar en el
mismo matrimonio, en la familia, en los ámbitos de influencia… Y eso no va con
el estilo de Jesús. Por eso la Eucaristía es una piedra de toque en la vida
ordinaria para medir nuestras propias
actitudes. Mirémoslas a la luz de Jesus sacramentado, del que participamos en
esta Misa.
Hoy, en concreto, el servicio que nos pide la Iglesia es el
de compartir bienes con esos hermanos nuestros que desenvuelven su vida en las
Misiones, carentes de bienes necesarios para desenvolverse debidamente, y que
tienden sus manos hacia el primer mundo en el que nosotros estamos, suplicando
la ayuda que podemos ofrecerles desde nuestra oración y desde nuestros bienes
materiales, ofrecidos generosamente para el mantenimiento del Reino de Dios en
esos lugares, y para la expansión de ese Reino de Dios.
Pedimos a Dios que nos conceda una actitud de humildad en nuestra vida
personal y social.
-
Que no aspiremos a querer estar por encima de otros, ni en el seno de
la familia. Roguemos al Señor.
-
Que estemos dispuestos a participar del cáliz del Señor, que padece
voluntariamente. Roguemos al Señor.
-
Que aceptemos el sacrificio como parte integrante de la vida humana. Roguemos al Señor.
-
Que nos sinceremos en la Eucaristía para medir nuestras actitudes
cristianas. Roguemos al Señor,
Danos a sentir en nuestro interior que tú no has venido a
ser servido sino a servir y dar tu vida en rescate de muchos.
Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
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