¿Atrasasteis la hora?
Liturgia:
La 1ª lectura (Jer.31,7-9) marca el
espíritu de este domingo en la liturgia de la Eucaristía. Invita a la alegría y
al gozo porque el Señor ha salvado a su
pueblo, al resto de Israel. Y va describiendo las acciones liberadoras de
Dios sobre ese resto fiel, que ha permanecido en la fe en Dios y en la
fidelidad a sus planes. Ciegos, cojos, preñadas y paridas, una gran
multitud que fue al destierro llorando, y que ahora regresa llenos de
alegría. Seré un padre para Israel,
Efraím será mi primogénito.
Esa esperanza tiene su realización en el evangelio
(Mc,10,46-52) con la historia de un ciego. Ya se ha citado a los ciegos en la
primera lectura como miembros especialmente amados del Señor por ser personas
tan necesitadas y dependientes. Que por otra parte eran menospreciados por el
pueblo y por sus jefes religiosos por ciertos prejuicios contra ellos.
Un ciego pide limosna a la salida de Jericó. Oye el tumulto
de gente que pasa por allí y que iban acompañando a Jesús. El ciego pregunta
qué es aquello y le responden sin más que es que pasa por allí Jesús. Para las
gentes era una mera información. Para el ciego es toda una noticia especial
porque sabe que el Mesías dará vista a los ciegos.
Y grita entonces: Hijo
de David, ten compasión de mí. Se dirige a Jesús como Mesías, como Hijo de
David. Y muchos de la gente le regañaban para que no gritara, pero él sube la
voz y grita más fuerte: Hijo de David,
ten compasión de mí. Y Jesús lo mandó llamar.
Le dan el recado al ciego de que Jesús lo llama y el ciego
da un salto, suelta el manto y se deja conducir hasta Jesús. Y Jesús le
pregunta qué quiere que haga por él.
Era lógico lo que aquel hombre quería: Maestro,
que pueda ver. Y Jesús le responde: Anda,
tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Hay en ello una admiración y un agradecimiento. El ciego no se ha retirado una
vez que ve. Ahora sigue junto a Jesús y escucha su palabra. Es lo propio del
que ha recibido la luz del Señor, y se muestra agradecido.
Nos queda una 2ª lectura (Heb.5,1-6) en la que se describe
la labor del sumo sacerdote de la antigua Ley, que está escogido de entre los hombres, puesto para representar a los hombres en
el culto a Dios. Y no es sólo que ofrece a Dios el sacrificio en nombre de
los hombres y por los pecados de los hombres, sino que el sumo sacerdote ha de
ofrecer sacrificios por sus propios pecados.
En cambio Jesucristo es el Sumo Sacerdote elegido por Dios,
que no tiene que ofrecer sacrificios por sus pecados, porque él no tiene pecados,
pero sí puede ofrecer su vida en reparación por los pecados de los hombres. Y
eso lo hace en su santo sacrificio según el rito de Melquisedec, que es
precisamente el que nosotros celebramos en la Eucaristía.
Somos invitados a vivir la fe del ciego Bartimeo, esa fe
que es la que provoca el milagro, y que se traduce en un seguimiento de Jesús.
La fe como causa y la fe como fuerza para continuar en fidelidad a Jesucristo.
La Eucaristía es sacramento de nuestra fe, es decir: nuestra fe nos lleva a la
Eucaristía. Y la Eucaristía es al mismo tiempo fuente de nueva fe y de nuevo
compromiso.
Dirigimos a Dios nuestras peticiones:
-
Por la Iglesia y el Papa para que sean luz en medio de la ceguera del
mundo, Roguemos al Señor.
-
Por España para que se supere la ceguera de muchos que no descubren la
verdad, Roguemos al Señor.
-
Por nosotros para que presentemos al Señor nuestras verdaderas
necesidades, Roguemos al Señor.
-
Para que la Eucaristía, de la que participamos, aumente nuestra fe, Roguemos al Señor
Danos tu gracia y acompaña nuestras obras para que en todo
momento te agrademos y te sigamos.
Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos.
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