Liturgia:
Gal.1,13-24 no nos da muchas pistas
de comentario. Pablo, que tiene que presentar sus credenciales ante una
comunidad que de alguna manera le ha vuelto las espaldas, cuenta su vida de
manera que quede claro que no es un intruso que inventa sino un llamado del
Señor para dar a conocer el evangelio de Jesucristo. Y está avalado por los
cristianos de Judea, admirados de la transformación del Saulo perseguidor en
Pablo misionero de la verdad de la revelación. Él había sido un judío fanático
y seguidor de las tradiciones judías de sus antepasados y perseguidor de la
Iglesia de Dios. Pero Dios lo escogió. Y lo escogió desde el seno de su madre,
de modo que andando el tiempo se dignó revelarle a su Hijo para que el lo
anunciara a los gentiles. Y eso es lo que ha hecho con los gálatas. Y para eso
les ha venido a anunciar el evangelio de Jesucristo, afirmando –como veíamos
ayer- que no hay otro evangelio posible, ni aunque viniera a proclamarlo un
ángel del cielo.
Lc.10,38-42 nos trae un relato único, que no tiene paralelo
en los otros evangelistas. Nos viene a presentar a dos hermanas, Marta y María
(las que luego San Juan nos presentará como hermanas de Lázaro). Nos las
describe a las dos con rasgos perfectamente identificativos del carácter de
cada una. Marta aparece como una mujer muy dispuesta, muy afanosa, muy activa,
y en parte con una personalidad de mando.
María es mucho más pasiva, menos preocupada por el orden,
más afectiva, y –no sé si puede decirse- más espiritual.
El día que Jesús se presenta en casa de las dos hermanas,
quedan patentes los dos modos de ser de una y otra. Parece ser que María quiere
agasajar a Jesús con una comida muy variada y no para de trabajar en esa línea,
pendiente de que todo esté en su punto. María por su parte se ha situado a los
pies de Jesús y lo escucha y le pregunta y se aísla del trabajo de la hermana.
Por eso Marta llega a incomodarse y pretende que Jesús le diga a María que le
ayude en la faena.
Aquí ya interviene Jesús que cariñosamente le hace ver a
Marta que está muy liada con muchos detalles (algún autor lo identifica con
“muchos platos”), y que con una sola cosa basta. Y que no va a levantar a María
del lugar que ha escogido, porque eso que hace María también es cosa buena.
Dos detalles comento: lo corriente que es en la vida que
alguien pretenda implicar a “la visita” para que dirima en caso de conflicto,
bien sea entre los esposos, bien en relación con los hijos: “Dígale a…” (al
marido o a la esposa, al hijo…). Y por supuesto lo que se pretende es que “la
visita” sea la que tome el partido del solicitante y en contra de la otra
persona. Pone en un compromiso y violenta una situación, porque “la visita” no
es la que está facultada para resolver temas que son de mucha mayor amplitud
que la que se vive en ese momento. Esos temas que no se han resuelto por las
buenas, en buena convivencia de esposos o familia, no se van a resolver ahora
“de matute”.
El otro detalle es entender la respuesta de Jesús: María ha escogido la mejor parte, no es
una contraposición entre la vida activa y la contemplativa. Cada cual tiene una
vocación diferente, y el activo cumple su misión con su trabajo ordenado, y sus
rasgos posibles de persona espiritual; y el contemplativo está dando gloria a
Dios desde su posición “a los pies de Jesús”. Ha elegido una parte buena, o ha
sido elegido para una cosa buena, que –para el tal sujeto- es la mejor.
Lo que Jesús está queriendo poner en valor es que Marta se
afana sin necesidad y que podía estar mucho más descansada, dentro de su labor
como ama de casa: con una sola cosa,
basta y Jesús se siente igualmente agasajado.
Por su parte, deje a María que le está haciendo la visita,
y que va muy de acuerdo con el modo de ser de ella. Ha elegido una parte buena
y no se la va a quitar.
Cada uno de nosotros habrá de servir según su temperamento.
Nadie puede pensar en un Pablo modoso y suave. Pablo era un ciclón y así dio
gloria a Dios, y esa fue su mejor parte.
Teresa del Niño Jesús fue una monja en un convento, que
sintió la vocación de ser “el corazón de la Iglesia” (mi vocación es el amor). Y ahí se santificó. Y no porque se
encerrara en su devoción: con su alma fue tan lejos que fue una misionera.
También ella, desde su bondad y corazón de niño, había elegido su mejor parte.
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