Liturgia:
Llegamos en la carta a los efesios a
un punto culminante (3,2-12): la manifestación del MISTERIO DE CRISTO, que le
ha sido revelado a Pablo, y que no había
sido manifestado antes a los hombres de otros tiempos, como ha sido revelado
ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que
también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de
la Promesa en Jesucristo por el Evangelio, del cual yo soy ministro por gracia que Dios me dio con su fuerza y
poder. A mí, el más insignificante de todo el pueblo santo, se me ha dado esta
gracia: anunciar a los gentiles la
riqueza insondable que es Cristo, e iluminar la realización del misterio
escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo.
Así, mediante la
Iglesia, los principados y potestades en los cielos conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el
designio eterno, realizado en Cristo, Señor nuestro, por quien tenemos
libre y confiado acceso a Dios por la fe en él. Los mismos seres celestiales
descubren por medio de la Iglesia esa infinita sabiduría de Dios, ese designio
eterno que tiene su realización en Cristo: la incorporación de los gentiles a
la salvación, a la promesa de salvación y obra redentora de Cristo, como nos lo
presenta el evangelio.
La liturgia, por su parte, aplica ese texto al Corazón de Jesús, como riqueza insondable
que es Cristo, que revela el misterio del amor de Dios, que estuvo un tiempo
desconocido, pero que se expresa explosivamente en el Corazón de Jesús.
Otra nueva referencia de Jesús hacia el encuentro decisivo
de la persona con Cristo: Lc.12,39-48: Comprended
que si supiera el dueño de casa a qué hora va a venir el ladrón, no le dejaría
abrir un boquete. Lo mismo vosotros,
estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
Es muy claro que Jesús habla del momento final de la vida
de la persona. El secreto de la felicidad de ese tal es que viva preparado. Que
cuando llegue la muerte como ladrón, esté prevenido para no dejarla abrir un
boquete en falso. El Hijo del hombre le llega a cada cual en su momento. Lo
importante, lo indispensable, es poderlo recibir en paz y tranquilidad de alma,
como amigo, como encuentro que une para siempre.
El administrador fiel es aquel que hace en su vida lo que
el amo le ha encargado: dar la ración a
la servidumbre a sus horas correspondientes.
Dichoso el criado a
quien su amo al venir lo encuentre portándose así: os aseguro que lo pondrá al
frente de todos sus bienes. Y el gran bien es precisamente el abrazo
definitivo y eterno con el que el alma y Jesucristo se funden para siempre.
¿Qué pasa con el criado descuidado que piensa que su amo
tarda y entonces maltrata a sus subordinados, y se dedica a comer y
emborracharse? No hace falta pensar mucho. Llega el amo cuando no lo espera y
tiene que despedirlo, condenándolo a la pena de los que no son fieles.
Entra luego Jesús en una casuística: ¿Qué pasa con el
criado que sabe lo que su amo quiere y no lo pone por obra? –Que recibirá
muchos azotes, por desobediente y por portarse mal. Es la falta de responsabilidad por no hacer lo que tiene que
hacer y que lo tiene claro porque el amo se lo tenía dicho.
¿Y si el criado no sabe lo que su amo quiere, pero se porta
mal? También recibirá azotes, pero pocos. Recibirá azotes por portarse mal,
pero no por desobediente, porque no sabe lo que su amo quería. Es la
disminución de la responsabilidad por ignorancia.
Y concluye Jesús con algo que nos debe exigir: A quien mucho se le dio, mucho se le
exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá. Es la parábola de
los talentos expresada en dos frases. Al de 5, se le exigen 5; al de dos, se le
exigen 2. Al de uno se le exige 1. Sabe muy bien el Señor lo que cada cual
puede dar. Y no es lo mismo el que ha tenido la suerte de una familia, una
educación, unos medios que le han hecho conocer la verdad y la gracia de Dios,
y el otro que por su lugar de nacimiento, o su familia, o la falta de un
colegio que le eduque, y que –por tanto- carece de los fundamentos necesarios. Dios
sabe lo que puede cada uno, y da a cada uno según su realidad. Pero el que ha
recibido uno debe responder también como “uno”, y no le vale guardarlo en el
pañuelo sin hacer fructificar el talento que recibió.
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