Liturgia:
Continúa la carta a los gálatas.
Ahora con un tono más constructivo y pedagógico. (3,22-29). Pablo afirma que la Escritura presenta al mundo entero
prisionero del pecado, para que la promesa se dé por la fe en Jesucristo a todo
el que cree. El mundo está metido en una inmensa bolsa de pecado, y eso es
precisamente lo que hace posible que Jesús venga a salvar, porque él se hace
cargo de ese saco universal y lo lleva a la cruz y allí lo clava y así redime.
Antes de la llegada de Jesús estábamos prisioneros de la
ley, que se constituía en niñera que conduce a la persona por unos rieles
concretos. Hasta que llegara Cristo que salva con su sacrificio y él se
constituye en el nuevo camino a seguir. A partir de ahí ya no se necesita la
ley como instrumento de salvación, sino que Cristo ha salvado y nosotros nos
salvamos por creer en él y por asumir su estilo de vida. Ante él ya no hay
distinción entre judío y gentil, esclavo y libre, hombre y mujer. Ahora todos
estamos salvados por Cristo y nos toca vivir según el modelo que tenemos en
Cristo, porque todos sois uno en Cristo
Jesús. Y por tanto, herederos de la
promesa.
Ayer mismo nos encontrábamos con el evangelio de hoy. Lucas
(11,27-28) nos cuenta la emoción de aquella mujer que –muy en consonancia con
una psicología popular- para ensalzar a Jesús ensalza a la madre de Jesús. Es
esa forma de reacción simple en la que ante una realidad llamativa de alguien,
reaccionamos diciendo: ¡Bendita sea tu madre!
Eso fue lo que hizo aquella mujer oriental, quien empleó un
dicho ampuloso para alabar a Jesús: Dichoso
el seno que te llevó y los pechos que te criaron. Eso que diríamos los
castizos con una expresión más directa: ¡Bendita se la madre que te crió!
Jesús no es que no acepte el dicho, pero quiere elevar la
mirada de aquella mujer a algo que completa su alabanza: Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
Poco nuevo puedo añadir. Vuelvo, pues, a comentar: Jesús tenía en absoluta
estima y veneración a su madre. Pero la grandeza sublime de María no está tanto
en ser la madre de Jesús sino en haber sido y ser la persona que secunda
plenamente los planes de Dios. Así lo hizo en el primer momento en que aparece
en la historia sagrada, el momento de la anunciación, y así sigue siéndolo en
todo el proceso de la vida oculta de Jesús, en que no se desvía nada del camino
que Dios va marcando, aunque le suponga el anuncio de una espada de dolor que
atravesará su alma. También Caná marcó un hito en la historia del propio Jesús,
porque aquella fiel mujer que es María, sirvió para anunciar un paso nuevo en
el proceso de la voluntad de Dios en el camino de Jesús.
Todo eso ha sido “hasta aquí”, podía decir Jesús a aquella
mujer que le alababa a su madre. Pero queda patente que el futuro de María seguirá
siendo el de la que escuchó la palabra de
Dios y la puso en práctica, lo que quedará patente al pie de la cruz, donde
vuelve a aparecer María, con la espada de dolor que ya ha perforado su corazón,
pero que la mantiene en pie decididamente para acoger a la humanidad como el
nuevo hijo que su Hijo moribundo le encomienda.
Y tendrá una labor magisterial en la naciente iglesia,
cuando quede en medio de los apóstoles y discípulos como mujer orante y
aglutinadora, que hace de clueca hasta que llegue el momento sublime y solemne
de la venida del Espíritu Santo, en que hará eclosión la Iglesia de Jesucristo,
en la que María es Madre, Tipo o Modelo y Maestra. Siempre en línea con la
mujer que escucha a Dios y secunda sus planes hasta el más leve detalle.
Incluso para morir. Porque parecería lógico que los
redactores de los libros sagrados, y en concreto en los Hechos de los
Apóstoles, hubieran dedicado dos líneas a trasmitirnos algún leve detalle de la
labor de María y la de su muerte. Sin embargo, la Mujer que volteó hacia Dios
todas las alabanzas que recibió de Isabel, también desaparece de la historia
sin dejar ni el más leve rastro de sus últimos tiempos y de su tránsito hacia
el Cielo. No era voluntad de Dios que la Iglesia naciente se dejara caer en detalles
que no hacían al caso en el desenvolvimiento de su historia. Y María desaparece
de las crónicas y cuando sabemos o intuimos de ella, queda ya a la tradición y
devoción pero sin escritos que lo testifiquen. La “humillación de la esclava”
llega hasta ahí. Luego será la Iglesia en el pasar de los tiempos la que nos
trasmita su triunfo definitivo en su asunción a los cielos. Realmente DICHOSA,
porque vivió en cada momento según la voluntad de Dios.
Introducir un matiz, acerca de lo escrito sobre María Virgen y Madre de Dios. Primero de todo, yo no soy profesor de Sagrada Escritura, ni catedrático ni teólogo. No tengo título alguno para ejercer la enseñanza de nada de esto. Actúo sólo a título personal como "aficionado". Por tanto quedan avisados.
ResponderEliminarEs un hecho que en el Nuevo Testamento hay pocas referencias a nuestro Modelo de entrega a Dios. Es decir en los libros que la Iglesia aprobó en el año 382 como inspirados. Decir, que todos los escritos del Nuevo Testamento, antes de ser escritura fueron palabra oral. Es a eso a lo que llamamos Tradición (con mayúscula). Existen en cambio otros escritos menos conocidos, no incluidos en la Biblia, que no por eso hay que descartar como fuentes de información en algunos casos. Me refiero a los escritos apócrifos no heréticos. Por ejemplo: el protoevangelio de Santiago que narra bastante sobre la Virgen María. El protestantismo y las sectas son muy beligerantes con todo lo que no esté escrito expresamente en la Bibia, y luego además, tienen una interpretación particular de la Biblia rechazando la Tradición de la Iglesia (con mayúscula y con minúscula), lo cual en mi opinión es peligroso, porque de ahí pueden nacer herejías.