Liturgia:
Sigue Pablo queriendo mostrar a los
gálatas el camino del verdadero evangelio que él les predicó. Y comienza
(4,31-5,6) con una afirmación básica: Para vivir en libertad, Cristo nos ha
liberado. Es como el paradigma de todo lo que quiere enseñar y
trasmitir a aquella comunidad. Eso lleva una consecuencia lógica: Por tanto manteneos firmes y no os sometáis
de nuevo al yugo de la esclavitud. Pablo tiene muy claro, porque él lo ha
vivido con fanatismo, que el seguir los pasos de los judaizantes que los
quieren llevar a la circuncisión, es un modo de esclavización, porque todo el
que se circuncida tiene que someterse a la ley judía: Mirad lo que os digo, yo Pablo: Si os circuncidáis, Cristo no es
servirá de nada. Lo afirmo de nuevo: el que se circuncide tiene el deber de
observar la ley entera. Habéis roto con Cristo, habéis caído fuera del ámbito de la gracia.
Y pone la contraprestación de los que no han seguido ese
camino…, la realidad del propio Pablo: Para
nosotros la esperanza del perdón que aguardamos es obra del Espíritu Santo, por
medio de la fe, pues como cristianos da igual estar circuncidados o no estarlo;
lo único que cuenta en la práctica es el
amor.
En el evangelio tenemos una de las invitaciones que algún
fariseo hizo a Jesús para comer en su casa. (Lc.11,37-41). Jesús no rehusaba
aquellas invitaciones, como no rehusaba la que le hicieron los publicanos con
ocasión de la vocación de Mateo. Jesús acudía adonde le querían tener consigo,
pero –eso sí- con la mayor libertad de espíritu para que nadie se apropiara de
él para sus conveniencias. Y ocurrió que el fariseo de turno se sorprendió de
que Jesús se pusiera directamente a la mesa, sin hacer las abluciones rituales,
que era un lavatorio de manos especial antes de comer.
Los judíos cuidaban algunos preceptos externos como señales
de su identidad religiosa, comenta González Buelta. Lavarse las manos antes de
comer es una medida de higiene. Y lo que Jesús pretende es no quedarse ahí,
mientras en el corazón se acumula la corrupción, y se esconden la mentira y la
traición en las relaciones humanas, que rompen la vida, mientras se cuidan las
apariencias con rituales sociales y religiosos. En los fariseos se daba esa
hipocresía, que contagia la masa con sus mentiras. (cf. González Buelta).
Jesús se dirigió al fariseo y le dijo: Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras
que por dentro rebosáis de robos y maldades. Esta vez es Jesús el que entra
a reprobar las falsas formas de religión. Por lo general son los fariseos los
que entran siempre a atacar alguna cosa de Jesús. Esta vez es Jesús quien toma
la iniciativa. Y le hace caer en la cuenta a él y a los seguramente otros
comensales, que Dios hizo lo de dentro y lo de fuera. Y concluye con una
afirmación que va mucho más allá que lo que se estaba ventilando: Dad limosna de lo de dentro y lo tendréis
limpio todo. La verdad es que la tal conclusión se va un poco del contexto
general, y posiblemente tiene mucho más recorrido que el tema de la limosna
propiamente dicha. O dicho de otra manera: un corazón honrado es un puñado de levadura
evangélica, un regalo de vida sana para todos (ib.).
Nos podríamos imaginar invitando cada uno de nosotros a
Jesús. Y cada uno con nuestras personales maneras de entender el modo de agasajarlo.
Es evidente que en más de una ocasión íbamos a estar más pendientes de detalles
externos que quedaran bien. No es por decirlo así en negativo: es que mirando
nuestras formas habituales religiosas, tenemos que comprender que tenemos
nuestros personales “rituales” de rezos y costumbres. Si supiéramos hacer un
análisis de nuestro estilo de vida espiritual, es posible que descubriéramos
que más de una vez nos quedamos en lo exterior, y que aquello que hacemos no
penetra en el corazón. ¿Qué nos podría decir Jesús si se hallase presente en
esas “invitaciones” nuestras?
No nos iba a decir, seguramente, ni “necios”, ni
“hipócritas” pero es posible que nos dijera que andamos despistadillos. Y como
es un tema que me va mucho a la mano, ¿qué podría decirnos el Señor ante esas
confesiones en las que presentamos nuestra tira de fallos…, pero para
repetirlos igual a la confesión siguiente? ¿No tendría Jesús que hacernos una
reconvención amorosa sobre la nulidad de nuestros leves propósitos? Porque algo
hay en “lo de fuera” [=la confesión], que no llega a entrar dentro del alma
para adelante [=el sacramento] que exige para tener valor un serio propósito de
mejorar siquiera en alguna línea. [Mañana, ¿qué?].
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