Liturgia:
Seguimos en el argumento de
Pablo en su carta a los gálatas, en la que se esfuerza por devolverlos a la
enseñanza primera que de él habían recibido, y que los grupos judaizantes le
han trastornado, pretendiendo llevarlos a la circuncisión, y con ello a la ley
judía con todas sus prácticas rituales y sus costumbres y normativas de tipo
externo. Hoy es el final de esa carta, que encierra muchas concreciones, tanto
en la advertencia contra las malas costumbres, como en el panorama que
corresponde al verdadero evangelio de Jesucristo, que es el que Pablo les había
predicado. Y por eso comienza este trozo de la carta con una afirmación
general: Si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. (5,18-25).
Es
el principio general y básico, que pretende Pablo que sea frontispicio de lo
que va a venir después. Por el contrario, las
obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones,
disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os
prevengo, como ya os previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el
reino de Dios. Para quienes pueda parecerles un poco extremista esta
enumeración, habrá que remitirles a Mc.7, en que es el propio Jesús el que
viene a dar una lista de realidades anti-Reino, que abarcan muchos de esas
aspectos, y todavía deja ampliada la visión con el colofón: “y como ésta,
hacéis muchas”.
Pero
el que se deja llevar del Espíritu y no está bajo la ley judía, encuentra ese
otro elenco de realidades positivas, que son los frutos del Espíritu Santo. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí.
Contra estas cosas no hay ley. No hay ley humana que pueda desprestigiar
este retablo de situaciones virtuosas, y por supuesto suponen la acción de Dios, por su Espíritu,
en el corazón de la vida misma
Y los que son de Cristo Jesús han
crucificado la carne con las pasiones y los deseos. Si vivimos por el Espíritu,
marchemos tras el Espíritu. Esa es la
vocación cristiana a la que Pablo quiere restituir a los gálatas, sin que haya
engaños de ninguna clase.
El
evangelio (Lc.11,42-46) recoge las invectivas de Jesús contra los fariseos, y
es continuación del evangelio de ayer, en el que Jesús había sido invitado por
un fariseo a comer con él, y acabó la cosa con una llamada de atención de
Jesús.
Ahora
Jesús amplía el foco y concreta los verdaderos pecados de los fariseos: «¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el
diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras
pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto es lo que había que
practicar, sin descuidar aquello. No pretende Jesús que se dejen de cumplir
los preceptos menores que tenían en sus leyes. Lo que no quiere es que se
queden en eso. “Sin descuidar aquello”
del diezmo, lo verdaderamente importante donde tienen que centrarse es en el
derecho (las obligaciones de justicia con el prójimo) y en el amor a Dios. Son
los dos focos del primer mandamiento, que llevaban sabido de memoria.
Luego
va Jesús dirigiendo su llamada a datos de aparente menor importancia, pero que
manifiestan un modo de sentir y pensar, muy común en los fariseos: ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan
los asientos de honor en las sinagogas y los saludos en las plazas!
Al final es que los fariseos son mera apariencia pero están hueros por
dentro. Muchos detalles en sus modos de actuar, pero el interior carece de
contenido. De ahí que les diga Jesús: ¡Ay
de vosotros, que sois como tumbas no señaladas, que la gente pisa sin
saberlo!».
Le replicó un maestro de la Ley: -«Maestro,
diciendo eso nos ofendes también a nosotros».
Jesús replicó: «¡Ay de
vosotros también, maestros de la ley, que cargáis a los hombres cargas
insoportables, mientras vosotros no tocáis las cargas ni con uno de vuestros
dedos! ». Era una característica
de los maestros de la Ley, de la que Jesús también advirtió a las gentes que hicieran lo que decían pero que no hicieran
como ellos hacían.
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