8º día de Novena al Sagrado Corazón. Málaga
Corazón de Jesús, tabernáculo del Altísimo
La verdad es que las letanías del Sagrado Corazón expresan
de muchas maneras la misma idea esencial. Y en todos estos días están
diciéndonos de una u otra manera que el Corazón de Jesús es Dios, el Dios
infinito, que se hace presente a los hombres.
Dios, en su infinita misericordia, ha querido manifestarse
visiblemente por medio del Hijo hecho hombre. Ha querido que los humanos
tengamos “a la mano” la realidad de Dios. Y para ello se ha abajado hasta vivir
nuestra realidad humana y poder ser tocado y palpado por nosotros.
Hoy lo presentan las letanías como el TABERNÁCULO donde se alberga
la divinidad. Dios está ahí en Jesús, en el Jesús-Hombre, en el Corazón de
Jesús, y quien se llega a él, se está llegando al Dios Altísimo.
Liturgia:
Nuevo encuentro de Jesús con alguien
que quiere hacerle preguntas. Esta vez es un doctor de la ley que viene a hacerle
una pregunta que se sabía el doctor más que de memoria. ¿Preguntaba porque
quería él saber la respuesta, o preguntaba porque quería saber si Jesús estaba
en la ortodoxia de la fe de Israel? Mc.12,28-34 puede interpretarse de las dos
maneras, puesto que la pregunta es tan simple y la respuesta tan evidente que
no parece que fuese una pregunta para aprender el propio doctor.
¿Qué mandamiento es
el primero de todos? La solución podía darla un niño. Y de hecho en otro de
los evangelistas, Jesús opta por responder con la misma pregunta: Tú, ¿qué lees?, de manera que queda evidencia
de que no era necesario preguntar aquello. En Marcos responde Jesús, y lo hace
con toda su emoción, no como el papagayo que repite una fórmula sino como el
creyente que eleva una verdadera oración.
Imaginemos que alguien que es persona religiosa, viniera a
preguntarnos a nosotros cuál es la oración del cristiano. No sería lógico
responder de pura memoria el Padrenuestro, sino rezarlo con unción,
precisamente como corresponde a un cristiano.
Pues así respondió Jesús a la pregunta del doctor de la ley:
El primer mandamiento es éste: Escucha,
Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda
tu mente, con todo tu ser. Con ello quedaba respondido el “primer
mandamiento”, que era la pregunta del interlocutor. Pero Jesús no se detuvo ahí
y siguió respondiendo con el segundo
mandamiento: amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que
éstos. Le había proyectado Jesús hacia ese segundo mandamiento, como
inseparable del primero, de manera que no ama a Dios con todo su corazón el que
no ama a su prójimo como a sí mismo. Es la gran novedad que aporta Jesús.
El doctor asintió plenamente. Si había venido para
escudriñar el pensamiento de Jesús, podía darse por satisfecho: Jesús estaba en
plena verdad del mundo religioso judío: Muy
bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro
fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con
todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los
holocaustos y sacrificios. O sea: se lo sabía muy bien. Si había venido con
ese gusto espiritual de mantener una “conversación espiritual”, en Jesús había
encontrado eco total.
Y Jesús ahora, viendo
que había respondido sensatamente, le dijo: -No estás lejos del reino de Dios.
Y el evangelista, como poniendo punto final a esta serie de
preguntas que se le han hecho a Jesús (que veíamos en días pasados), concluye
con una frase: Y nadie se atrevió a
hacerle más preguntas.
La pregunta a Jesús puede ser pregunta de oración, en la
que buscamos una respuesta de sus labios. Y es una pregunta válida y meritoria.
Queremos conocer la mente del Señor para proceder de acuerdo a su voluntad. Hay
preguntas de queja, que todavía pueden ser respetuosas porque se expresan desde
el dolor y la esperanza, y nunca como protesta. La pregunta que expresa un
enfrentamiento con la voluntad de Dios, que no se acepta, que se protesta, ya
no es pregunta de oración ni corresponde a un creyente. Esas son las preguntas
que nunca debemos atrevernos a hacer a Jesús.
Te das cuenta de que amas, por ejemplo, cuando te enteras de la desgracia de alguien que a lo mejor no se portó totalmente bien contigo, pero te duele y le deseas lo mejor.
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