Toda sociedad bien constituida tiene un jefe. Entre los
jefes, quien ha sido siempre el principal ha sido el “rey”, el que sobresale
sobre los otros. El que marca un estilo. El que ha de mirar por el bien de su
pueblo. Al rey se le ha mostrado en las culturas avanzadas una obediencia, un
respeto. Se le ha rendido un vasallaje. El rey ha constituido el centro de la
vida de una nación.
Bajo esa imagen se atribuye al Corazón de Jesús un REINADO
en el que él es el centro sobre el que gira una “nación consagrada, un pueblo
de su propiedad”, unos fieles que se saben atendidos y defendidos por ese Rey
cuyo poderío es el amor y el servicio a sus “súbditos”, que se sienten protegidos
por ese Rey que es todo corazón, y que gozosamente sienten girando sus
corazones alrededor de ese Centro que
les alimenta y les proporciona vida.
Liturgia:
Dos parábolas cortas nos trae el
evangelio de este domingo, reflejando características del Reino de Dios.
(Mc.4,26-34).
La primera característica es la gratuidad del Reino. El labrador echa la simiente y luego ya no
tiene más que esperar a que la semilla germine en la tierra, y que crezca sola,
por sus pasos, primero la mata, luego el tallo, después la espiga. Y el
labrador no sabe cómo se ha producido cada paso, y él no ha intervenido. Él ha
dormido de noche y se ha levantado de mañana, y la semilla ha crecido sin que
él intervenga. Ha sido la fuerza misma de esa semilla. Cuando llega el tiempo, el labrador mete la
hoz, recoge las gavillas y obtiene el fruto. Se le ha dado gratuitamente. A él
le ha tocado solamente la parte externa de cavar, regar, quitar las malas
hierbas, es decir, quitar lo que pudiera impedir el desarrollo normal de la
semilla.
Con la Gracia de Dios pasa igual: la criatura no puede
hacer nada más que recibirla como don que le llega; y sólo le toca quitar
impedimentos. Así es el Reino de Dios.
En la segunda parábola se indica que ese Reino comienza con el detalle más mínimo,
semejante a ese grano de mostaza, ínfimo en su realidad, pero capaz de germinar
con fuerza, hasta el punto que crece un arbusto y los pájaros llegan a anidar
en sus ramas. El Reino no está pensado por Jesús como algo multitudinario sino
como lo pequeño que se desarrolla en el interior de cada persona. Pero sin
embargo está destinado a acoger a toda clase de personas, y así extenderse por
el mundo entero.
La 1ª lectura (Ez.17,22-24) lo expresa en profecía poética
como una promesa del Señor: Arrancaré una
rama del alto cedro y la plantaré en la cima de un monte elevado, en la montaña
más alta de Israel, para que eche sus brotes y dé fruto y se haga un cedro
noble. Era solo una rama, pero –plantada por Dios en lugar oportuno- se
convierte en un cedro frondoso.
Anidarán en él las
aves de todo plumaje al abrigo de sus ramas.
Para concluir que quedan sin importancia las otras
realidades humanas simbolizadas en los árboles silvestres, cuyos árboles
altos quedan secos, mientras que Dios
hace florecer los árboles secos. Una vez más queda patente la gratuidad de la
obra de Dios, tal como se ha expresado en el evangelio.
La 2ª lectura (2Cor.5,6-10) nos añade la necesidad de la fe
porque hemos de caminar sin ver. Pero es
tal nuestra confianza que en el cuerpo aquí abajo, lo que importa es
esforzarnos por agradar a Dios. Es el verdadero planteamiento cristiano.
La EUCARISTÍA es la semilla que se siembra en la tierra y
cuyo tallo crece hasta dar su fruto en el cielo. El que comulga en las debidas
condiciones, ya está proyectado al encuentro con Dios en la eternidad. Ha sido
el propio Jesús el que, entrando en el alma ha puesto el dinamismo que conduce
a la plenitud del gozo en el abrazo de Dios. No tenía capacidad y fuerzas por
sí misma la criatura para ese destino, pero Dios se lo ha regalado por la
fuerza de la Eucaristía.
Elevamos nuestras súplicas al Señor.
-
Para que la semilla que Dios planta en nosotros dé su fruto abundante, Roguemos al Señor.
-
Para que seamos conscientes de que con la gracia de Dios podemos salir
victoriosos, Roguemos al Señor.
-
Para que crezca en nosotros la semilla e influyamos en el bien de
otros, Roguemos al Señor.
-
Para que la Eucaristía que recibimos sea en nosotros prenda de la
gloria futura, Roguemos al Señor
Haz, Señor,
que, guiados por la fe, caminemos hacia la plenitud del Reino en nuestro
corazón.
Por Jesucristo N.S.
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