Liturgia:
La lectura 1ª de hoy es paralela y contemporánea
a las otras lecturas que venimos teniendo en los últimos días. Nehemías (2,
1-8) nos sitúa en el reinado de Astajerjes, uno de los reyes persas
benefactores de Israel. Nehemías era el copero mayor y le ofrece vino al rey,
pero muy distinto de otras veces, esta vez lleva la cara muy triste. El rey y
la reina se interesan por la causa de esa tristeza y Nehemías responde que las
carencias que sufre todavía Jerusalén y el templo le hacen sufrir. Y si el rey
lo permitiese y diera carta de recomendación para facilitarle el viaje, y la
autorización para que de los bosques reales se pueda obtener la madera para las
puertas del templo, él se ausentaría un tiempo hasta dejar acabada la obra. El
rey se lo permitió por un favor de Dios.
El evangelio nos presenta diversas vocaciones, unas que son
llamadas personales de Jesús, y otras de personas que vienen a ofrecerse. “Te seguiré adonde quiera que vayas”, es
el primer ofrecimiento. Incondicional. Pero a ese ofrecimiento Jesús le pone
por delante una característica que tendrá que abordar el que se ha ofrecido. Y
es que las zorras tienen madrigueras y
los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza”.
Por tanto el ir adonde vaya Jesús va a tener consigo una realidad de
sacrificio, de vida a la intemperie.
Es evidente que Jesús y los suyos no vivían debajo de los
puentes. Lo que Jesús está poniendo delante es la situación de carencia de
medios humanos en los que se desenvuelve su misión. Por tanto si quiere ir con
él, debe saber en qué condiciones. La vida de Jesús no es un paseo cómodo y
triunfal. La vida de Jesús se apoya en la pobreza y se desarrolla en la
pobreza. ¿Es así como quiere ese hombre seguirlo dondequiera que vaya? Jesús no
engaña. No oculta la dificultad de su seguimiento. El que lo siga, sabe lo que
se va a encontrar.
Y aparece esa realidad en uno al que expresamente llama
Jesús con su clásico: Sígueme, el
mismo que a los primeros apóstoles en el Lago o a Felipe o a Mateo. Éstos lo
dejaron todo en el momento y se fueron tras Jesús, desprovistos de todo apoyo
humano y sin indagar condiciones. Bastaba que había llamado Jesús. El sujeto
que tenemos ahora delante presenta una dificultad social: que según las
costumbres, él tenía que cuidar de su padre hasta que muriera. Y Jesús, que lo
pide todo, le exonera de la obligación, pasándosela a los hermanos que no han
sido llamados. Es el sentido de la frase que suena extraña: Deja a los muertos enterrar a los muertos;
tú vete a anunciar el Reino de Dios. Otra vez la desnudez como
característica. Verdaderamente seguir a Jesús exige sacrificio y pasar por
encima de muchas cosas.
Y queda subrayado en el tercer caso, del que se ofrece a
irse con Jesús, PERO primero déjame ir a
despedirme de mi familia. Ese “pero” que he puesto en mayúsculas es el que
da la clave para entender la respuesta de Jesús: El que pone la mano en el arado y mira atrás, no vale para el Reino de
Dios. Se ha ofrecido y ha puesto su condición. Una situación que puede ser
válida pero que no tiene la forma que tiene que tener. Podría haber preguntado:
¿Puedo ir a despedirme…? Pero lo hace con su decisión propia: Te seguiré PERO…
Y eso es lo que no admite Jesús. Pudo haberse despedido primero y venir ya con
todas las consecuencias. No lo hizo así. Se ofreció condicionalmente. Y eso no
va con la desnudez que Jesús venía presentando, que era la que él vivía y en la
que debían estar los que con él quisieran ir.
Por eso a mí me hace siempre pensar aquella expresión de
Pedro: A nosotros que lo hemos dejado
todo… Porque la historia que nos trasmiten los evangelios nos acaba
mostrando que no lo habían dejado todo. Los evangelios que hemos tenido en días
pasados, no queriendo los apóstoles ni preguntar y enterarse por el anuncio de
la Pasión…, o discutiendo quién es el más importante de ellos, etc., no
expresan precisamente que lo habían dejado todo. Les quedaba mucho por dejar.
Pero es cierto que siguieron a Jesús en desnudez inicial y que no pusieron
condiciones. El resto era ya la labor diaria en la que aparecía “el hombre” que
había debajo de cada seguidor de Jesús, y que a Jesús le tocaba ir puliendo
aquellos troncos toscos y rugosos. Contaba Jesús con la materia prima de
hombres entregados por completo a la vida que Jesús iba moldeando en ellos, y
la que le quedaba por moldear bajo la acción posterior del Espíritu Santo.
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