Liturgia:
El núcleo de este domingo es la
invitación que Dios hace a participar de su Reino, simbolizado en un banquete
de bodas. Dios quiere que se acepte su invitación. Isaías (25,6-10) abre la
idea con ese bello párrafo en el que se afirma que preparará el Señor para todos los pueblos un festín de manjares
suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos.
No puede describirse mejor lo que Dios tiene preparado para su pueblo. Y la
consecuencia será que levantará el velo que
cubre a todos los pueblos y enjugará las lágrimas de todos los rostros y
alejará el oprobio de su pueblo.
La llegada del reino de Dios será una fiesta, que está
preparada en primer lugar para Israel (la
mano del Señor se posará sobre este monte), aunque todos los pueblos son
también invitados.
Aparece de una manera viva en la parábola que cuenta Jesús
a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo (Mt 22,1-14). Los primeros
invitados era el pueblo de Israel. Aquel rey que celebraba las bodas de su hijo
manda criados para que acuda Israel al convite. Pero los convidados no
quisieron acudir y unos por una cosa y otros por otra, se excusaron para no ir
al banquete de la boda. Incluso expresa Jesús la reacción de algunos de esos
convidados que no sólo declinan la invitación sino que maltratan a los criados
y en algún caso llegan hasta matarlos. Es una descripción de la historia del
pasado en la que fueron víctimas los profetas que anunciaban la palabra de
Dios. Israel, pues, primer invitado, no acude a la fiesta.
El rey quiere celebrar de todos modos el banquete y ahora
sale a las afueras de Israel –a los
caminos, a los otros pueblos- y los invita a entrar en el banquete, sin
distinción de malos y buenos. Todos pueden acudir y todos son igualmente
invitados. En esa alusión estamos todos nosotros, que no pertenecemos al Israel
antiguo. Lo que se nos va a pedir es que acudamos con el vestido de fiesta porque a la invitación no se puede ir de
cualquier manera. Llamados todos, malos y buenos, hay que presentarse
finalmente con el vestido limpio y en las condiciones que corresponden a un
banquete solemne.
La conclusión que saca Jesús de toda la parábola es que son
muchos los llamados y pocos los escogidos…,
muchos los llamados –en realidad, todos-, pero luego los hay que no acuden o no
acuden en las debidas condiciones. Es la historia de la realidad, por la que
Jesús dirá en otra ocasión que de dos, uno responde y otro no. Cosa que tenemos
más que comprobada dentro de nuestros mismos conocidos e incluso en la misma
familia. El Banquete de bodas es esta llamada a vivir la fe y la religión…, el
reino de Dios, el evangelio, al que se acude o no se acude desde la libertad de
cada uno. Invitados estamos todos. No todos se dejan escoger.
El Banquete del Reino tiene su expresión más concreta en la
EUCARISTÍA. A ella somos invitados y con ella ponemos el broche final a nuestra
vida de fe. Pero a la Eucaristía hay que acercarse con el vestido de fiesta, bien preparados, con el alma muy limpia y
el corazón purificado. En ella debemos encontrar esos manjares enjundiosos y
vinos generosos que anunciaba Isaías, un maná que encierra todos los sabores.
Una fuerza de fe que nos lanza a vivir una vida más seriamente vivida en el día
a día.
La Eucaristía no es el momento concreto de la celebración.
La celebración es la expresión de una vida, de una semana que se ha vivido
dándole vida a ese banquete del reino al que hemos sido llamados. Es el culmen
de todo un modo de desenvolver la vida de cada día, que acaba con la
participación en la Comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor.
La 2ª lectura (Filip 4,12-14. 19-20) es una confesión de
Pablo a su comunidad de Filipos a la que le dice que está acostumbrado a todo: a la hartura y al hambre, a la pobreza y a
la abundancia. TODO LO PUEDO EN AQUEL
QUE ME CONFORTA. Acogido a Jesucristo, se siente con fuerzas para todo
lo que va viniendo y sucediendo.
Vendría hoy
muy en consonancia con la celebración del día de Santa Teresa, que también exclama:
Nada te turbe, nada te espante…, SÓLO DIOS BASTA. Ni pobreza ni riqueza,
ni hartura ni hambre… Todo lo puedo en Jesucristo.
Invitados al banquete del reino, pedimos a Dios.
-
Que acudamos a su llamada con el corazón limpio. Roguemos al Señor.
-
Que los hombres y mujeres de nuestro tiempo sepan escuchar la llamada
de Dios. Roguemos al Señor.
-
Que suscite personas ejemplares que hagan atractivo el Banquete de Dios,
como lo hizo con Santa Teresa, cuya fiesta celebramos hoy. Roguemos al Señor.
-
Que nuestra fe nos lleve a hacer posible TODO, por la fuerza de
Jesucristo, Roguemos al Señor.
Venga a
nosotros tu Reino y que estemos dispuestos a recibirlo con nuestro traje de
fiesta en la gracia de Dios.
Por Jesucristo N.S.
Venga a nosotros tu Reino; lo estamos esperando con nuestro traje más bonito, el corazón ensanchado y el alma limpia por la Gracia de Dios.. . Los primeros invitados se excusaon para no ir a la Fiesta. También nosotros nos excusamos cuando anteponemos otras cosas a la llamada de Dios.La invitación es para todos.La voluntad de Dios es que la sala del banquete esté bien llena, que nadie se quede fuera. Nadie será excluido, por humilde que sea su condición o por oscuro que sea u pasado.Dios no juzga ni clasifica. Empecemos desde ahora agradeciendo la vida y el mundo que nos ha sido regalado.Cada día nuevo que nos regala. es una invitación al banquete del Reino.Alo largo de cada día nos va renovando la invitación: cada vez que tengo ocasión se ayudar a un necesitado, de responder con una sonrisa a un reproche, de ofrecer ayuda a alguién que me necesita; cada vez que pienso en Tí, mi Papá Dios y te adoro porque Tú nunca dejas de esperarme.
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