Liturgia:
Rom 3,21-30 es una apología de la
Gracia que nos salva. Y la Gracia nos llega por Jesucristo. Quizás la frase que
lo condensa todo es ésta: Todos pecaron y
todos están privados de la gloria de Dios, y
son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de
Cristo Jesús.
Quiere decir que de la situación de pecado no se puede
salir por propias fuerzas ni por cumplir la Ley. La justicia de Dios (la gracia) atestiguada por la Ley y los Profetas
se ha manifestado independientemente de la Ley. Así quería Dios demostrar
que no fue injusto dejando impunes a los pecadores, mostrándose tolerante con
los pecados del pasado. Lo que Dios quería manifestar era que la justicia salvadora cancela la culpa del
que apela a la fe en Jesús. Es Jesús quien salva por sus méritos alcanzados
por su muerte y su resurrección. No ha lugar al orgullo, ni a apoyarse en las
propias obras, porque el hombre es
justificado por la fe, sin las obras de la Ley. Por eso no llevan ventaja
los judíos sobre los gentiles, puesto que unos y otros se salvan por la misma
fuerza: la de la fe en Jesucristo. Esa fe abarca igual a los judíos circuncisos
que a los gentiles que no han sido circuncidados.
Un ejemplo puede hacerlo gráfico: un accidentado en una
carretera no tiene modo de superar aquella situación por sí mismo ni por muchos
esfuerzos que haga. Tiene que venir alguien de fuera que lo recoja y los lleve
a un Hospital. Lo primero reflejaría lo que puede dar de sí el cumplimiento de
las Ley judía. Lo segundo manifiesta lo que hace Jesús con nosotros: él nos
recoge y nos cura gratuitamente. Es la fuerza de la gracia…, o lo que es la fe
en la salvación que nos trae Jesús.
Hay una aplicación concreta que tenemos que entender muy
fácilmente: el pecado que se ha cometido no puede perdonárselo el mismo
pecador. (Eso de “confesarse con Dios directamente” es una falacia que no tiene
valor alguno). Necesitará de ir al confesor, que es quien –en el nombre de
Jesús y por los méritos de Jesús- puede perdonarlo. Por tanto el perdón viene
desde fuera y no por muchas obras que hiciera el que pecó. Viene por pura
gracia y no por los méritos propios que pudiera acumular…, pero que
precisamente no acumula porque no está en amistad con Dios.
No estaría de más que los penitentes que se acercan al
Sacramento de la penitencia dejaran ya de rezar mientras el Confesor da la
absolución. Es el Sacerdote quien en nombre de Cristo perdona gratuitamente. En
ese momento no tiene ningún valor el propio rezo del penitente pues él no puede
hacer nada a favor propio, y sólo le queda que acoger el perdón que le llega, al que asiente y se apropia por el
AMÉN final. El “amén” es un acto de fe por el que se recibe gozosamente la
gracia que da Dios a través del Sacramento.
Quedaría rubricado por el evangelio de hoy (Lc 11,47-54) en
el que Jesús echa en cara de los fariseos que ellos quieren justificarse
construyendo mausoleos a los profetas…, esos profetas que sus antepasados
mataron. Y los fariseos están de acuerdo con esos antepasados construyendo
aquellos sepulcros. Pero se le pedirá cuenta a esta generación de la sangre de
aquellos profetas. No vale el intento de “lavar la culpa” a base de hacer
mausoleos. Lo que se pide a esta generación es mucho más alto: es la acogida de
evangelizadores. Se les va pedir cuenta de la sangre derramada desde Abel hasta
Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario.
Se va a pedir cuenta a los juristas que se han quedado con
la llave del saber, cuando –por otra parte- ni han entrado ni han dejado
entrar.
Todo eso revela una generación encorsetada en formas
externas con las que intenta satisfacer lo “religioso” (la relación con Dios).
Sin embargo eso no agrada a Dios, no llega hasta el Corazón de Dios. Todo el
cúmulo de formas externas y humanas que pueden tener como vitales aquella
generación, no llega ya a Dios. La solución va por el camino que Jesús enseña,
y por el camino que Jesús vive. Es la obra de Jesús la que vale. Es la gracia.
Es el vivir apoyados en Jesús y en los singulares méritos de su vida, pasión y
muerte. Eso es lo único que se sobrepone a todo lo demás. Por eso volvemos al
argumento de la 1ª lectura.
Acaba este evangelio con los fariseos pretendiendo acosar a
Jesús con sus preguntas capciosas, para ver cómo cogerlo en sus mismas
respuestas. Todo, menos dar su brazo a torcer. Y por tanto encerrados en sus
propias ideas y pretendiendo salirse con la suya.
Hombres sin fe y sin estar sometidos a ninguna ley. Tenían ante sí al hijo de Dios y no lo reconocían; le hacían preguntas para comprometerlo, se debe pagar al César o no...Y, esta mujer que se ha casado siete veces, cuando vaya al cielo, ¿con cuál ha de cohabitar?Aquel era un mundo muy parecido al nuestro: abstracto, sin amor,sin fe y sin esperanza, un mundo sin confianza por estar demasíado ocupados en prescindir de Dios. Señor, aumenta nuestra FE.
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