Liturgia:
Hace Joel una descripción de las
maldades del pueblo de Dios, con esa riqueza oriental para poner de relieve
tanto mal. Para desembocar en la otra descripción de la bondad misericordiosa
de Dios que ruge desde Sion, desde
Jerusalén alza la voz. Y esa voz del Señor es acogedora y benéfica: El Señor protege a su pueblo, auxilia a los
hijos de Israel; sabréis que yo soy el Señor vuestro Dios, que habito en Sión,
mi monte santo. Jerusalén será santa y no pasarán por ella extranjeros. Lo
que va a suceder se expresa en imágenes bellas de fertilidad y abundancia; los
montes manarán vino, los collados se desharán en leche, las acequias de Judá
irán llenas de agua, brotará un manantial del templo del Señor y engrosará el
torrente de las Acacias. Toda una batería de comparaciones atrevidas que
indican el triunfo del bien sobre el mal, de Dios frente a los enemigos de
Israel.
Joel tiene una
apariencia dura en una primera lectura
sin detenimiento, pero desemboca en la belleza de la acción de Dios que va siempre
salvando y abriendo esperanzas. Esa es la profecía de este hombre, que merece
la pena rumiarse y gustarse.
Comprenderán
todos los lectores del blog que hoy me encuentro con una papeleta no fácil,
después de que hace dos días hemos tenido este mismos evangelio (Lc 11,27-28) y
que me gustaría aportar ideas nuevas que no sean meras repeticiones de lo
dicho.
El evangelio
anterior, el de ayer, ha sido el de Jesús echando un demonio y defendiendo que
ha sido con el dedo de Dios, con el poder de Dios, no con el poder del demonio
como algunos pretenden, para ridiculizar la acción de Jesucristo. Si yo echo los demonios con el poder de
Dios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios. Y pobre del que se
sitúa en la parte contraria porque sus finales son peores que los principios,
porque el mal espíritu que fue expulsado, se busca siete espíritus peores que
él, y se vuelve al sitio de donde fue echado. De hecho, San Pablo escribe que
si después de haber sido instruidos en la doctrina de Jesús, alguien se aparta,
¿cómo se le podrá volver a atraer y qué argumentos necesitará cuando los
argumentos ya se los conoce y a pesar de eso ha abandonado? Es el problema del
que vuelve a su vómito después que Dios le ha liberado del error.
Pues bien:
esto era un discurso para los oyentes que, pese a todo, siguen pidiendo una
señal del cielo que avale la obra de Jesús. ¿Y qué más señal que la que acaba
de hacer: echar un demonio? ¿No es acaso evidente que para echar al “fuerte” ha
sido necesario uno más fuerte que él? ¿Es poca señal del cielo expulsar al
demonio? Se manifiesta claramente el dedo
de Dios, la llegada del reino de Dios.
Pues fue una
mujer del pueblo la que entendió; una mujer sencilla sin prejuicios, una mujer
que entendió claramente. Y así se emociona y proclama a voz en grito: ¡Bendita sea la madre que te crió! Era
una alabanza muy castiza y muy normal en nuestra propia cultura, en la que se
reconoce lo bueno de una persona alabando a la madre que lo trajo al mundo.
Podía Jesús
acoger la alabanza sin más, y agradecer el piropo. Pero quiso Jesús avanzar más
en la idea y aprovechar el momento para su gran lección: más que él mismo, más
que su madre, es la escucha de la palabra
de Dios y llevar adelante lo que Dios enseña. Esos tales que viven esa
realidad, son los verdaderamente dichosos.
EXCURSUS.
Tras los
grandes patriarcas que habían conducido al pueblo de Dios en el nombre de Dios,
aquel pueblo se fijó en los pueblos limítrofes y quiso que le nombraran un rey
como los otros pueblos tenían. Y eso disgustó a Dios porque era menospreciarlo
a él que había conducido a su pueblo como una madre conduce a su hijo: el único
rey que podían tener era Dios.
Desde entonces
pasaron por muchas penurias porque los reyes fueron infames y cometieron
injusticias. Y Dios les fue reconduciendo por medio de los profetas a la única
realidad que podía salvarles: tener a Dios por Rey.
Jesucristo
viene a ser la consumación de ese proceso y anuncia ya el reinado de Dios sobre
su pueblo: EL REINO DE DIOS, en el que quien lo lleva adelante es Jesús, y las
leyes de ese pueblo es su evangelio. Seguir a Jesús y aceptar su doctrina es el
punto en que Dios reina y en el que Jesús ha sido el instaurador de ese Reino.
Por eso Jesús es REY, que no tiene nada que ver con los reyes del mundo, sino
el que conduce al nuevo pueblo de Dios a vivir bajo la voluntad y reinado de
Dios: venga a nosotros tu reino; hágase
tu voluntad.
La tradición nos tiene acostumbrados a las caras beatíficas de unos oyentes que escuchan a Jesús muy emocionados y felices escuchando a Jesús con una total complacencia, pero la verdad es que no todos comprendían a Jesús. Por primera vez habían tenido la oportunidad de observar toda la profundidad y toda la altura del alma de Jesús. La mayoría de sus oyentes era gente sencilla, pescadores, agricultores, semianalfabetos que acudían a El para que les solucionara con urgencia los problemas de sequía, de las enfermedades; casi nunca acudían por problemas espirituales...los mismos Apóstoles lo escuchaban desconcertados; Jesús era diferente; pero muy pocos seguidores lo entendían, muy pocos se interesaban en serio por aquellas nuevas tablas de valores. A más de veinte siglos,¿qué hemos aprendido nosotros? Jesús, el Hombre feliz de las Bieaventuranzas,nos sitúa en el camino de la FELICIDAD: La tiene que buscar fuera de sí mismo; lejos de tener, ser, dominar, triunfar...y no en el gozar, sino en el amar y ser amado.María, es Bienaventurada, porque fue la Esclava del Señor, era pobre, tuvo que huir a Egipto con el niño recién nacido; sabía que a su Hijo lo tenían por loco y lo vió morir crucificado.Señor, danos un gran corazón, misericordioso y compasivo.
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