Liturgia:
“Ante
la promesa de Dios, Abrahán no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe…
al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete. Por lo cual le fue
computado como justicia”. (Rom4,20-25). Es la argumentación que está
llevando Pablo ante los fieles de Roma en la 1ª lectura de hoy. Pero no es sólo
para Abrahán sino que eso mismo se extiende a todos los que creen en el Señor y
se fían de él y creen en Jesús, entregado a la muerte por nosotros y resucitado
de entre los muertos para nuestra salvación.
Tendremos que concluir que tampoco es un discurso exclusivo
para los romanos sino que viene a hacerse realidad entre nosotros los que
vivimos hoy y a los que nos llega la seguridad de la fe para creer y para
fiarnos de Dios, cuya promesa permanece, y que se ha hecho realidad permanente
en Jesucristo, que sigue ofreciéndose al Padre, y trayendo sobre nosotros su
salvación.
Alguna vez he hecho alusión a la mala costumbre de
determinadas personas que recurren al sacerdote para que dirima las cuitas que
se producen en un matrimonio, o entre padres e hijos, entre familiares… Parece
como que cada cual quiere apoyar su “razón” en el veredicto que dé a su favor
el sacerdote… Hoy lo vemos reflejado claramente en aquel que viene a Jesús (Lc
12,13-21) con la pretensión de que Jesus dirima un tema de herencia entre dos
hermanos: Dile a mi hermano que reparta
la herencia conmigo. A lo que Jesús responde claramente: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez entre
vosotros? Muy sencillo: Jesús no está para eso. Podríamos ampliar: la
Religión no está para eso. Los sacerdotes no están para eso.
Pero Jesús va siempre más allá del caso concreto. Y amplía
la visión al tema de la avaricia. Y lo hace con su sistema preferido, el de las
parábolas. Y cuenta aquella del rico que ha obtenido una inmensa cosecha, tal
que no tienen capacidad sus graneros para albergarla. Y decide entonces
derribar esos graneros, construir otros más grandes y almacenar allí aquella
ingente cosecha. Y de ahora en adelante no vivir preocupado de nada, sino de “tumbarse, comer, beber, dormir, y darse
buena vida”.
No se ha planteado abrir sus graneros a los que pueden
estar necesitados…, a repartir lo que a él le sobra. Sólo se ha planteado su
comodidad para el futuro, su avaricia por tener y guardar para sí. Y lo que no
se ha planteado es la incertidumbre de ese futuro que él no tiene en sus manos.
Por eso Jesús concluye la parábola con esa realidad
posible: “Necio, esta noche te van a
pedir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Para dejar en claro
el principio general: Así será el que
amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.
No ha sido juez entre dos partes, pero ha dejado claro el
criterio contra la avaricia del que quiere todo para sí y no se ha planteado su
actitud ante Dios, bajo la luz de Dios. Esta es la labor de la Iglesia en todos
sus estamentos: iluminar, dar criterio, no entrar en resolver el caso concreto
de una persona que viene a que se le dé la razón. A la Iglesia le toca poner
los fundamentos a la luz de Dios y del evangelio de Jesucristo. Y luego cada
persona deberá actuar de acuerdo con esos principios bajo la luz de la propia
conciencia.
Aun en el caso del particular que viene a que el confesor
le resuelva si algo ha sido -o es- pecado o no, no le toca al confesor dirimir
la realidad de lo que haya sucedido. Cada persona tiene su propia conciencia y
debe examinar de acuerdo con su conciencia y a los principios generales. No le
suplanta la opinión del confesor. A éste le toca poner por delante esos
principios y al penitente asumir su propia responsabilidad.
El caso más llamativo es el de los escrupulosos que
preguntan sin parar si “esto fue pecado o no”. Generalmente pretenden que el
sacerdote resuelva su caso, y con eso se dan por tranquilizados de momento
porque el sacerdote ha asumido la responsabilidad que le corresponde a tales
escrupulosos. De ahí que el confesor no debe nunca cargar con esa
responsabilidad “vicaria” para tranquilizar al penitente, sino hacerle
consciente de que él y sólo él es el responsable de sus soluciones: se le da el
principio general y se queda la Iglesia al margen de esos escrúpulos. Que, por
lo demás, son tan obsesivos, tan repetitivos, tan enfermizos en muchas
ocasiones, que de nada sirve haber solucionado un caso concreto, porque ese
mismo caso volverá cien y mil veces de la misma manera. Razón de más para que
el sacerdote no se inmiscuya en tales situaciones.
Jamás recuerdo haber preguntado yo en una confesión si el hecho del que me confesaba era pecado o no. Si recuerdo haberme confesado con alguna duda, pero siempre tuve claro que la conciencia la tenemos para algo. Ciertamente, la conciencia hay que tenerla mínimamente formada y entrenada. También recuerdo haber recibido por parte de algún sacerdote una especie de "reprimenda" por que mis "asuntos" no fueran tan graves como yo pensaba. Desconozco si este proceder es adecuado, pienso que no es prudente minusvalorar la confesión del penitente, porque si para el, el haber hecho tal cosa es importante, ¿quién es el sacerdote para decir lo contrario?.
ResponderEliminarMe gustaría aprovechar para recordar lo que el Papa Francisco dijo acerca de la confesión en alguna ocasión: "No es una sala de tortura el confesionario".
Sobre la confesión, me da, que nos falta mucha formación a casi todos, incluidos los sacerdotes. No se, es mi impresión.
Por último se me viene a la mente un chiste que me contó el Padre Cantero hace algún tiempo sobre uno que no se confesaba ni en peligro de muerte, pero no lo recuerdo bien. Me hizo gracia. Si me lee esto y puede, podría publicarlo en el boletín o donde venga bien, a no ser que ya lo haya hecho.
A veces se realizan charlas sobre diversos temas en diversos sitios de la Diócesis. Últimamente muy volcados con el Ecumenismo y el Islam. Pero no percibo ni veo que se hable mucho ni de la confesión ni del infierno.
EliminarFrancisco Javier, querido Hermano;es muy interesante tu Comentario: nuestros Curas hablan de otros temas importantes sobre Ecumenismo; pero hablan muy poco del Pecado, de la Confesión, del Infierno, de la Muerte, del Demonio; de su presencia en el mundo, de sus estrategias para pasar desapercibido y de su capacidad destructora para destruir a la sociedad y hacer caer al hombre. Es preocupante que los jóvenes vivan alegremente sin preocuparse de conocer su vocación, apartados de Dios. Mucho se está trabajando ,pero hay que trabajar mucho más...¡hay que ir a buscarlos para compartir con ellos el Botellón!
EliminarRecibe un fraternal abrazo. MªJoséBermúdez.