Liturgia:
Zacarías
sigue con su profecía gozosa (8,20-23) anunciando las gentes que vendrán de
otros pueblos admiradas por la prosperidad de Jerusalén. Quieren ir a consultar
al Señor de los ejércitos (=el Señor poderoso) e implorar su protección. Y avisa
el profeta cómo diez personas se agarrarán al manto de un judío por el deseo de
ir con él y con ese pueblo que tiene a Dios a su favor.
Atrae la profecía de Zacarías que estamos siguiendo hasta
aquí, porque lo normal de los otros profetas es que anuncian desastres y
calamidades y sufrimientos. A Zacarías le ha tocado vivir un período favorable
y su anuncio puede ir en la línea del triunfo del pueblo judío y de su templo,
símbolo de la vida de Israel.
¿A qué se debe esa prosperidad? –A que se ha restablecido
la religión a partir de Ciro, Darío y Astajerjes, reyes extraños que, sin
embargo, han defendido y colaborado en la reconstrucción del templo y en la
prosperidad de sus gentes, simbolizadas –como veíamos ayer- en los niños
jugando en las calles y los ancianos que, de viejos, van apoyados en bastones,
pero que pueden vivir y gozar. Es una imagen muy simbólica y expresiva, puesto
que otras generaciones no han podido llegar a esa edad por causa de las guerras
que acababan con la población antes de llegar a la ancianidad.
Seguimos con esa idea de supremacía de los apóstoles, de la
que ya dimos cuenta ayer. Hoy se da la misma realidad en otro escenario y por
otros motivos, pero con el mismo fondo. Jesús se dirige de Galilea a Judea y
tiene que pasar por Samaria. Samaria es una región cismática que no vive la fe
de Israel, que tiene otro lugar para adorar a Dios (el monte Garizín) y no
admite muchos de los postulados religiosos de los judíos. De vez en cuando se
ponían más agresivos.
Y hoy nos narra Lucas (9,51-56) el episodio de aquellos
samaritanos que le impiden a Jesús pasar por un poblado cuando se dirigía a
Jerusalén. Juan y Santiago montan en cólera por esa obstrucción de los
samaritanos y se vuelven a Jesús con la pretensión de pedir que llueva fuego del cielo que abrase a aquella población.
Siguen en la idea de que ellos son superiores –“más
importantes”- y que aquella situación tiene que ser castigada de una manera
ejemplar por no dejar pasar a Jesús y los suyos. Jesús tuvo una vez más que
enfriar aquellos ánimos exaltados y hacerles caer en la cuenta de que no saben de qué espíritu son…, no han
adentrado todavía en sus vidas que Jesús es pacífico y no busca el
enfrentamiento. Si aquel poblado no les deja pasar, todo consiste en deshacer
un poco de camino y marchar por otro paso posible.
La razón es muy sencilla: El Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos.
Por eso “les regañó” a los apóstoles por tener aquellos arrebatos de ira. Jesús
es de otra manera. El mesianismo de Jesús no es violento. No busca
enfrentamientos.
Es una lección muy clara y concreta y que nos cuesta
trabajo aplicar, aún en temas de menor importancia en los que con tanta
facilidad nos exaltamos y rompemos la baraja. No digamos cuando se trata de temas
de mayor importancia, en los que se nos calientan las reacciones y nos volvemos
extremosos en el modo de sentir y de buscar soluciones.
Hoy celebra la Iglesia –y en particular, los jesuitas- la
memoria litúrgica de San Francisco de Borja, el santo que tiene su momento
profundo de reflexión al tener que testificar en Granada que la persona que
iban a enterrar era la de su bella emperatriz, muerta en Madrid. Los días de
traslado desde la capital y el traqueteo de la carreta han desfigurado de tal
modo el cadáver, que Francisco de Borja decide en aquel momento nunca
más servir a señor que se me pueda morir.
Y cambia sus honores de la Corte por la sotana de la
Compañía de Jesús, en la que llegó a ser Superior General. Fue un hombre de
altas dotes de oración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!