Mc 6, 30-46
Pasando por alto un comentario
expreso del martirio de Juan Bautista, voy derechamente al regreso de los apóstoles
tras su misión por aldeas, pueblos y ciudades, a los que Jesús les había
enviado. Y ya podemos imaginar con mucha viveza las ganas que traen todos de
contarle a Jesús, admirados, todo lo que han hecho, las situaciones en que se
han visto…, ¡los demonios que han expulsado! (¡¡que les obedecían a ellos y salían
de los enfermos!!), y las mil peripecias
que habían podido vivir en aquellos días. [Los novicios jesuitas tenían una “prueba”
durante su noviciado, en la que eran enviados en grupos de tres a diferentes
itinerarios de pueblos para pedir limosna y luego repartirla a los necesitados;
nunca admitiendo dinero, y muchas veces teniendo ellos mismos que comer de lo
que habían recogido. Y cada día escribían a sus compañeros –que habían quedado
en la Casa Noviciado- las peripecias, las anécdotas, las situaciones que habían
vivido. Bien puede suponerse la cantidad de experiencias que contábamos y que
los otros compañeros disfrutaban leyéndolas].
Aquellos Doce las tienen todas
acumuladas y cuando regresan adonde está Jesús y donde se van reuniendo todos,
cada uno quiere contar sus admiraciones, sus momentos difíciles, sus alegrías,
y si encontraron gentes que no recibieron en son de paz… Se entrecruzan las conversaciones,
se atropellan en el afán de narrar algún punto concreto que para cada cual es
el más importante…
Pero he aquí que las gentes que
se han apercibido de que está Jesús allí, empiezan a ir y venir y acaba Jesús y
los suyos por no sacer ni un tiempo tranquilo para comentar y comer, Y allí se hace patente la mucha humanidad de
Jesús, que les dice a los apóstoles: Vamos
a la barca y nos pasamos a la orilla opuesta, y allí tenéis ocasión de descansar
un poco.
Y dicho y hecho, se meten los
trece en la barca y comienzan la travesía. Y como van de descanso, no tienen ninguna
prisa, pueden comer ahí mismo en la barca, y dejan de remar…, y hablan…, y
cuentan… ¡Pocas veces habían tenido ese relax!, y lo están disfrutando,
contando –además- con la tarde tan tranquila que esperan gozar en ese día de
asueto que les ha ofrecido el Maestro.
Las gentes que antes iban y venían
ni se quedan paradas porque se hayan embarcado Jesús y los apóstoles. Intuyen fácilmente el rumbo de la barca, y
ellos corren por las zonas costeras, sin perderles ojo a los “navegantes”, y
durante su marcha van comunicando por aldeas y pueblos que Jesús va en tal
dirección… Como, por otra parte, la
barca está buenos ratos detenida, les favorece para poder rosear el Lago y
llegar antes que ella. [Puede uno preguntarse si los embarcados estaban tan
absortos en sus cosas que ni advirtieron aquello… Si Jesús, que mira siempre
con cien ojos, no se estaba percatando…].
El hecho fue que al desembarcar,
las gentes, por miles, estaban esperando allí con un aire de victoria porque
han conseguido su objetivo. No debió ser igual la impresión e los Doce, que veían
chafada su tarde de descanso…, ¡que bien sabían ellos cómo era Jesús!, y que
ante aquel espectáculo de gentes ansiosas de su palabra.., y conocedoras de su
misericordia para con los enfermos, el Maestro iba hasta a olvidarse del
descanso que buscaban.
Y así fue. Nos dice el
evangelista que Jesús se compadeció entrañablemente de aquellas gentes. Por eso
ahora deja a sus apóstoles y se va hacia la muchedumbre y, ¡primeramente hacia
aquellos enfermos que le habían colocados estratégicamente como un recamo! Y pasa entre ellos, les va imponiendo las
manos en gesto personalizado de cercanía y misericordia, y los va curando. Y
las gentes se van exaltando más cada vez, predispuesta a favor de la palabra
que puede salir de la boca de Jesús. Y a
uno y otros se les va el santo al cielo; se sienten a gusto, sintonizan perfectamente.
La misericordia se entiende muy bien con la miseria humana; la bondad con la
carencia, el corazón rico en amor con lo que es esa pobreza innata que la
humanidad lleva encima. Y se pasan las horas y los que están más impacientes
son los apóstoles. No es ya sólo que se han quedado sin su descanso, sino que
no están tan metidos en aquella situación que no se den cuenta del compromiso
que es que la tarde declina y que miles de personas de muy diversas edades, están
en descampado y no parece que hayan traído viandas para reponer fuerzas.
Se fueron a Jesús para sacarlo
de su “éxtasis de misericordia” y hacerle caer en la cuenta de la situación
real: Despídelos que vayan a buscarse
alimento, porque aquí pueden desfallecer de hambre.
La sorpresa más grande se les
vino encima cuando Jesús les dice con la mayor tranquilidad: Dadles
vosotros de comer. ¿Era broma o
era verdad? ¿El Maestro hablaba en serio?
Y más que admirados, ellos mismos “siguen la broma” exponiéndole a Jesús
el dinero que supondría…, y que el grupo no tiene, ni por asomos; y acarrear ¿cómo
ese cargamento de comida? Y así, además, en esa cantidad industrial, ¿dónde podían
encontrarlo…, y a aquella hora…?
Jesús lo había dado por hecho,
de modo que tienen que investigar, de primeras, qué comida traen las gentes…,
para acabar con las orejas gachas porque lo único que han encontrado son 5
panes y dos peces…, no era precisamente para estar optimistas.
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