Reflexiones en personal
Lo más cómodo ante el Evangelio es
haberlo leído, tener por delante una
explicación genérica…, tragar el bolo que nos plantea…, y –una vez tragado-
seguir el camino como si tal cosa, aunque a lo mejor nos “ha picado” un poquito…,
o nos ha agradado mucho. El hecho es que
¡tantos gustamos el Evangelio!..., y seguimos siendo iguales hoy que ayer… Ya
pasó el “bolo”, y ahora vamos a tomarnos nuestro vaso de agua para que pase mejor.
Yo lo comprendo y “me lo aplico”, porque lo que “tranquiliza” es saber que “aquello
no va conmigo”…, o “¿yo qué voy a hacer?”.
Eso me pasa en ese capítulo 7 de
San Marcos. Si ya lo he meditado, ¿para
qué remover más? Y sin embargo no me
quedo a gusto. Esa expresión de Jesús que, tras haberle puesto delante a los
fariseos un caso muy claro de fallo flagrante [anuláis el mandamiento de Dios
por seguir las tradiciones de vuestros mayores”…, y eso muy concretado en la
transgresión del 4º mandamiento, a base de un subterfugio de “declarar sagrados mis bienes para
dedicarlos al Templo”], Jesús concluye con una afirmación escalofriante: Y de éstas,
hacéis muchas, a mí no me deja tan al margen como para pensar que ya “he
meditado”… Porque eso no es entrar en el Evangelio, mientras yo no me sienta
compelido y “fajado” por ese mismo Evangelio.
“Hacéis muchas”… Por ejemplo: ¡cuántas veces EL YO sale por delante y por encima de los
otros, de lo que es recto, y aún del mismo Dios! Para Dios, “no me da tiempo”. Para
los otros, “los quiero modelar a mi manera”. Los otros son algo en la medida
que me sirvo de ellos. A los otros los “uso” mientras me aúpan. Yo tengo que
estar siempre por encima. La libertad la coarto por cuanto que yo me he
constituido en “norma”, en “metro patrón”. Con los demás “juego” a mi
conveniencia. “Uso y tiro” a discreción. En cuanto a mí, “yo soy así” y no pienso cambiar.
Ha surgido el nuevo ídolo, y ese soy yo para
mí mismo. Los demás deben cambiar. Yo me quedo en donde estoy y como soy. Lo haré más de frente o más solapadamente…, pero
“mi burro” está ahí no de él no me bajo.
“Hacéis muchas”. Con el YO SOBERANO ya hay bastante para que fuéramos
bajando a la arena de la verdad sincera y humilde. Pero detrás de ese YO, hay muchas otras formas
sutiles. “Yo sigo mi camino, hago las cosas a mi manera, intento atraer a mi
ventaja, meto la cabeza bajo el ala cuando algo puede molestarme, rodeo el
problema para acabar en lugar de arranque, aburro con mis dominios disimulados….
Y todo eso va “eliminando”
a quien se opone a mi cresta particular. Porque como el aceite, acabaré siempre
encima. Unas veces elimino en “activo”
(el rechazo, la guerra fría o caliente, la aplicación de “mi norma” como la única…);
o voy picando aquí y allá hasta lograr
situarme en cabeza (porque nunca me entró en el corazón eso de ocupar el último puesto). Otras veces es la táctica “en pasiva”, opto
por lo fácil de abandonar el campo, porque así –en ese campo- ya no existe
problema de últimos-primeros. Y como la serpiente, conservo la cabeza aunque
me sienta herido en el resto. Pero eso
lo sobrellevo porque ahí no ha acabado la cosa… Pagar el diezmo de la menta, el enebro y el
comino complica menos. Es como ponerse la bufanda tranquilizadora. Vivir la misericordia, el amor, el juicio
bueno, la comprensión, el nunca acusar ni cargar culpas sobre otras
espaldas…, porque en realidad tendrá cada cual que mirar las suyas…, eso es
mucho más difícil. Misericordia quiero y
no sacrificios, densidad en la fe de Cristo y menos en “símbolos”, “normas”,
“reglas”…, eso fue lo que Jesús puso ante los ojos de los fariseos.
Me estoy haciendo mi propio examen,
aunque lo ponga en impersonal. Me
preocupa la capacidad que tengo para hacer aquel famoso oficio de trinchante (que decía un famoso autor de
libros de vida espiritual), que siempre oyen la Palabra de Dios pensando lo bien que le viene a Fulano…) Me preocupa el velo que cubre mis ojos para
no ver lo mío con claridad, y estar viendo las “muchas cosas” que pueden hacer “mal” los demás. Y sin embargo os confieso que me queda el mal
sabor de estar escribiendo como si predicara…, y no estoy aterrizando en lo mío
personal… Pero cuando escribo todo esto, ya he hecho hora y media de oración
personal, ante ese espejo de mi vida misma, y eso mismo me lleva a trasladar mi
sentimientos de fracaso, porque sigo haciendo real aquello de Jesús: no veo la viga de mi ojo, y trato de quitar
la paja que hay en el ojo ajeno”. Por
eso es por lo que siempre defiendo la posibilidad de que otro sea quien me haga
ver la mancha de mi chaqueta, porque la llevo y no me he dado cuanta…; o porque
no la llevo y no ha pasado nada. Pero
confieso que siempre acabaré pensando la mala idea del que me avisó, “que lo
hizo por esto, por eso, por aquello”. Y simplemente me avisó que llevaba una mancha. O él no tuvo confianza para decírmelo y se
valió de un tercero de mi círculo de
amistad. Lo de menos es quién descubrió la mancha. Lo importante es que me la
hizo descubrir.
Ya sabéis el cuentecillo misionero
de aquel que nunca hizo nada malo, que siempre fue el que lo hizo todo bien, esperaban en el pueblo la llegada de una nueva
imagen del Patrón. El Párroco hizo subir al hombre a la hornacina para algún
arreglo y cuando estuvo dentro, le cerró la puerta. Tocaron las campanas y
anunciaron que ya estaba allí en nuevo santo… Acudieron en masa los del pueblo, y el Cura
les dijo: ahí lo tenéis. Y empezó cada cual a decir lo que aquel hombre de la
hornacina era y hacía… Y el examen de
conciencia que le vino de fuera, aclaró “su santidad”… Ni era tan bueno, ni había
dejado de hacer sus abusos…
Pues como éstas…, ¡muchas!
Muy clara su meditación de hoy,Padre.Por nuestra soberbia personal,las faltas más pequeñas que afectan a otros se ven aumentadas,mientras que los mayores defectos propios tendemos a diminuirlos y a justificarlos.Tendemos a proyectar en los demás lo que en realidad son errores e imperfecciones nuestras.Por eso aconsejaba sabiamente San Agustín:Procurad adquirir las virtudes que creeis que faltan en vuestros hermanos,y ya no veréis sus defectos,porque no los tendréis vosotros.
ResponderEliminar