PENTECOSTÉS
Hoy
celebramos los católicos el acontecimiento constituyente de la Iglesia. El
Espíritu Santo, Espíritu de Cristo, Espíritu de Dios, se ha derramado sobre los
apóstoles reunidos en oración y ha sacado a flote a aquellos hombres que
acompañaron a Jesús durante su vida y los transforma de miedosos en apóstoles
valientes que se lanzan al mundo para comunicar el gran don que ellos han
recibido.
Hay
en el Nuevo Testamento dos versiones diferentes de esa venida del Espíritu. San
Juan, en su Evangelio, la sitúa en el propio día de la Resurrección. Jesús se
aparece en la tarde noche de ese gran domingo de la Resurrección. Y en tal
aparición –narrada por Juan- Jesús sopla
sobre sus apóstoles y les dice: recibid
el Espíritu Santo Y ese Espíritu
va a realizar en aquellos hombres toscos, miedosos, encerrados con puertas
cerradas, una transformación substancial. Porque Jesús los envía ahora a ellos con los mismos poderes que Jesús tuvo recibidos
de su Padre. Por tanto, Jesús, que subirá al Cielo, no deja a la tierra
huérfana de su Presencia. Los enviados que Él lanza al mundo, llevan la fuerza
y la intrepidez del propio Jesucristo. Y para hacerlo todo mucho más concreto y
visible, Jesús es otorga a ellos un poder divino: el de perdonar pecados, y
realizar esa misión de tal manera que a
quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes vosotros no se
los perdonéis, no se les perdonan.
La
otra versión es la que nos da San Lucas en el libro de los Hechos de los
Apóstoles. Sucede a los 50 días de la Resurrección, 10 días después de haber
subido Jesús al Cielo. Cumple su promesa de que –al irse Él- les enviará al
Espíritu Santo. Y San Lucas lo expresa
en forma pública y mucho más visible. Los apóstoles estaban –como de costumbre-
en oración, junto a María. Un ruido muy fuerte, como de vendaval, hace temblar
el lugar en que se encuentran. Ya ese “fenómeno” atrae espontáneamente hasta
allí a muchos habitantes de Jerusalén, incluso extranjeros de diversos países y
lenguas.
Sobre
los apóstoles aparecen unas lenguas, como llamaradas, que se posan sobre cada
uno. La forma de “lenguas” ya expresa un lenguaje
nuevo, una catolicidad, por cuanto que cuando Pedro se dirige a hablar a la
muchedumbre que ha acudido a ver qué pasa, todos oyen en su propio idioma. El lenguaje del espíritu es universal en
diversidad y en expansión por todo el mundo.
Y son como llamaradas, porque ya había anunciado Jesús sus ansias de traer fuego a la tierra y su deseo de que
arda. El Espíritu Santo iluminará los entendimientos, inflamará los
corazones, doblegará las durezas y pondrá dulzura en las almas. Ha nacido la Iglesia que, por su
universalidad, hablará todos los idiomas de la tierra. Ha susurrado el Espíritu
la Verdad completa que nos vaya llevando a conocer a Jesús.
Y
aún quedan otras formas de actuación del Espíritu Santo: lo que San Pablo llama
carismas
(o manifestaciones de la Gracia de Dios…, del Espíritu Santo). Los habrá tan trascendentales como los de San
Agustín, Santo Domingo, San Francisco de Asís, San Benito, Santa Teresa de
Jesús o de la madre Teresa de Calcuta…, que traen a la Iglesia FAMILIAS
religiosas que ejercen una gran influencia en la vida de la Iglesia, con formas
muy diversas…, con carismas muy
diversos.
Y
hay carismas diarios, que se dan en
la gente de a pie (por decirlo así), con los que el Espíritu de Dios va
abriendo caminos, marcando hitos en las vidas de cada persona. Cada pensamiento
bueno, cada acción caritativa, cada silencio a tiempo y cada palabra que hay
que saber decir, cada heroísmo y cada sacrificio de la vida diaria y en la
convivencia diaria…, cada oración y cada buena obra…, cada una de esas
maravillas que hace la mano derecha sin que se entere la izquierda…, serán carismas o gracias particulares del Espíritu
Santo. Hay una piedra de contraste para
discernir si lo son o no: el verdadero carisma nunca es para beneficio
personal, para “guardarlo en mi pañuelo”.
El CARISMA verdadero repercute siempre y se proyecta en bien de un
colectivo determinado y, en definitiva, de la Iglesia.
Si
alguna vez han caído en la cuenta, en cada Plegaria Eucarística (que empieza en
el Prefacio), siempre hay una invocación
al Espíritu Santo. Y es ese espíritu Santo quien realiza la transformación
maravillosa del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre. Es el que convierte lo que podría ser un ritual en un compromiso de amor común, de obra común, por la que los que
comulgan, van marcados para desenvolver el día en clima de amor, de PAZ de
Cristo, y de común unión entre
nosotros, que se vaya desarrollando en cada momento del día.
Por
eso Pentecostés hace siempre como de fuente de esperanza renovada y de línea
divisoria entre quienes reciben al Espíritu (porque tuvieron su “bandeja preparada”,
y quienes no lo reciben porque su envase era como cesto de mimbre que deja
derramarse y perderse al AGUA VIVA que ha recibido y que debería conducirle a
la vida eterna. Es la llamada de
hoy. Y tendrá una my fácil y comprobable
manifestación: qué hablamos, cómo lo hablamos…, que lenguas nuevas salen de nuestra boca y corazones.
Pentecostés era una de las tres grandes fiestas judías.El origen de esta fiesta se remontaba a una antiquísima celebración en la que se daba gracias a Dios por las cosechas del año,a punto de ser recogidas.Despues se sumó a este día el recuerdo de la promulgación de la Ley dada por en el monte Sinaí.La cosecha material que los judíos celebraban con tanto gozo,se convirtió por designio divino en la NUEVA ALIANZA,en una fiesta de inmensa alegría:la venida del ESPÍRITU SANTO con todos sus dones y sus frutos.
ResponderEliminarPerdón,he omitido la palabra DIOS al referirme a la Ley dada a Moisés en el monte Sinaí.
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