Mc. 5, 35-43
La mujer de las hemorragias se
fue feliz. A la otra parte, Jairo está sufriendo porque esta demora puede ser fatal
para llegar a tiempo a una situación que ya se había dejado tan “en las últimas”. Y el corazón le dio un vuelco fatal cuando vio
venir hacia el grupo a unos criados o amigos suyos, y se puso en lo peor. No se equivocaba: la noticia que le traían era
que su hija había muerto… ¿Para qué
molestar más al Maestro?
Yo sé muy bien lo que ocurre en
esos casos. Bien podía razonarse que no habiendo ido directos y rápidos hubieran
llegado a tiempo. Pero ¿quién le quita de la cabeza a Jairo que si no hubiera
sido por aquellas paradas, podrían haber llegado? La razón dice que no, pero el “sistema más de
dentro” parece querer defenderse con una “culpa” hacia “otros”. Jairo se
derrumbó. Y Jesús, que estaba aún despidiendo a la mujer curada, entreoyó el recado
y vio a Jairo... Y lo miró. Y le dijo en pocas palabras que no se había acabado
todo. Tú cree. Nada más. Y pido
cogerle del brazo como quien hace fluir un canal de confianza… ¡Tú cree!; nada más…,
salido de la boca de Jesús es toda una declaración. Y así, en esa perplejidad, casi como zombi,
caminó Jairo.
La gente que escuchó algo y que
se lo fueron trasmitiendo de unos a otros, aumentan su curiosidad…, caminan más
aprisa… A Jairo se le vienen y se le van los pensamientos…: “si esto se hubiera
hecho antes”… Pero al mismo tiempo, la centellita de esa palabra breve de Jesús:
Tú cree; nada más.
Y así llegaron a la casa. En la
puerta, las plañideras de turno, que se ganaban la vida con sus grandes lloros y alaridos… Y Jesús que llega y que con una de sus curiosas
ironías sanas, les dice: La niña no ha
muerto. Duerme. Las lloronas hasta se molestan por esa broma de tan mal gusto
y se mofan de Jesús. Jesús deja en el zaguán a los 9 restantes y entra con los
tres apóstoles que suelen acompañar en los momentos grandes: Pedro, Juan y
Santiago. Y los padres de la niña. Conducen ellos a Jesús hasta el lecho mortuorio.
Jesús se acerca a la niña yacente…
Y la toma de la mano. (Jairo y la
esposa está aferrándose el uno al otro en su tremendo dolor; los tres apóstoles
miran con los ojos muy abiertos). Jesús deja pasar un caudal de vida desde su
mano a la de la niña y le dice: Niña: te
lo digo, levántate. Las manos de
aquellos padres se aprietan y tienen la respiración cortada. No pueden ni reír
ni llorar… La niña se incorpora. Jesús –sin soltarla- le ayuda a levantarse.
Ella se va hacia sus padres y los abraza. Es un momento inenarrable. Ahora
mismo niña y padres están centrados en
ellos: la niña habla; los padres gritan de alegría. Jesús se limita a esa delicada advertencia de
que le den de comer (¡llevaba mucho
tiempo sin comer, por causa de su grave enfermedad!, y Jesús presenta siempre
el detalle humano tan tierno y de estar pisando tierra), y aprovecha el momento
y se retira silenciosamente y sale.
Las plañideras están calladas.
No saben lo que ha pasado pero sí han escuchado aquel revuelo dentro de casa, y
que han oído hablar a la niña. No le dicen nada a Jesús. Le preguntan a Juan o a Pedro o Santiago qué
ha ocurrido…, y ellos –testigos de las mofas de antes- optan por encogerse de
hombros… En el fondo era una manera de decirles que Jesús había llevado razón…
Y Jesús emprendió el camino con
sus Doce.
Y ahora me pregunto: ¿salió
Jairo corriendo tras de Jesús para agradecerle e incluso para invitarle a
celebrar la alegría en una comida de familia? A cualquiera de nosotros nos gustaría que el
evangelista nos hubiera referido ese “después”. Nos gustaría poder callar ahora a las mujeres
aquellas, o quedarnos mirándolas con cierto aire de victoria. Pero el evangelista no ha escrito para llenar
curiosidades, y ahí nos deja a nosotros para acabar la escena.
Pero, por si acaso, nos sirve,
digo yo: ¡tantos penitentes llegan al confesionario con sus almas muertas! Jesús tiene la grandeza de expresarles que sólo estaban dormidas…, y les hace pasar
un caudal de vida eterna. Y muchos penitentes se retiran diciendo: ¡Qué tranquilo/a
me voy! Y cabe peguntarse si ya han resuelto su
problema y ahí “se quedan tranquilos”, o si hay algo más serio para adelante… Si saben agradecer a Jesús…, y no sólo por el
“pasado” (que ha quedado a los pies del confesor), sino porque ahora hay que
afrontar muy seriamente un nuevo momento. ¿Corremos a buscar a Jesús…, y el remedio más
eficaz…, evitar “esas” ocasiones en las que evidentemente habrá “muerte del
alma”? Porque ahí podríamos nosotros
concluir este evangelio Llegar hasta la
alegría de la niña que se pone en pie es lo más normal. Pero darle de comer es un detalle en el que sólo
ha caído en la cuenta Jesús. Y bien podríamos pensar qué alimentos damos al
alma para que se fortalezca y no se debilite de nuevo. ¡A ver si escribimos nosotros ese final del
capítulo…!
Nuestra oración de hoy,víspera de la solemnidad de Pentecostés,es esperar la venida del ESPÍRITU SANTO muy unidos a Nuestra Madre,que implora con sus oraciones el don del Espíritu Santo,que en la Anunciación ya la había cubierto a ELLA con su sombra;ahora por medio de sus súplicas consiguió que el Espíritu del divino Redentor se comunicara con sus dones prodigiosos a la Iglesia recién nacida el día de Pentecostés.
ResponderEliminarPara estar bien dispuestos a una mayor intimidad con el PARÁCLITO,para ser más dóciles a sus inspiraciones,el camino es NUESTRA SEÑORA;los Apóstoles lo entendieron así,por eso los vemos junto a María en el Cenáculo.