Mc 4, 21-25
Curioso es si sabemos fijarnos
en la continuidad que da Marcos a la parábola con lo que viene a continuación. Ha
utilizado la conjunción copulativa: “y”,
lo que expresa que no da por acabada la enseñanza que encierra esa parábola,
sino que remarca su contenido con unas advertencias o acentuaciones posteriores:
“Y le decía…” Tal como lo expresa el texto en sí, estamos
ante el mismo auditorio, en el mismo contexto. Y aunque esa idea la exponga San
Mateo en otro lugar y situación (el sermón del Monte), lo más seguro es que en
Jesús era una idea muy sentida y que, por tanto, repitió en muchas ocasiones. Y es aquello de que la luz se enciende para
iluminar: ¿Acaso se enciende una lámpara
para ser colocada debajo del celemín o bajo la cama? ¿O para ponerla encima del
candelero?
Las preguntas así llevan ya la
respuesta en sí mismas. Porque es evidente que a nadie se le ocurre encender
una lámpara para esconderla. Lo que cae de su peso es que la lámpara se enciende
para ponerla en el lugar más idóneo para que ilumine. Y todavía remarca Jesús
una razón de lógica humana: Porque no hay
nada escondido que no haya de salir a la luz… Quien tenga oídos para oír, que ESCUCHE. (Nuevamente ese aldabonazo para despertar
conciencias…, para que nunca sea que se oye…, y luego si te vi no me acuerdo).
Se me ha ocurrido pensar, o bien
en ese dicho de que se descubre a un
embustero antes que a un cojo, o bien cómo se
descubre pronto al “hipócrita”. Pero,
¡ojo!, que esa palabra tiene dos formas muy distintas de entenderse. Por supuesto, la habitual, la gramatical (por
decirlo así), expresa al que aparenta y pretende aparecer mejor de lo que en
realidad es…; el que pretende camuflar su defecto o su intención torcida, bajo
capa de bien: lobos con piel de corderos. O –como figuras que mejor nos representan al
hipócrita (y fue Jesús quien lo dijo repetidamente)-, los fariseos. Muchas
apariencias externas de personas religiosas, fieles, cumplidoras, y sin embargo
–por dentro- llenos de gusanos. Ahora bien: yo no me quedo en los fariseos y
me quito el mochuelo de encima. Pienso que me es una ocasión de examen
personal, porque ese instinto de
conservación que llevo dentro, me inclina constantemente a la simulación, a
la apariencia, a querer ser considerado “buena persona”. Y eso me lleva a “mentir”, a engañarme… Y si no lo hago intencionadamente, al final
lo estoy haciendo “por instinto”. Jesús
advierte que acabará descubriéndose.
Hay otro tipo de “hipócrita al revés”, que es la persona
que no hace ruido, que no aparenta, que pasa por la vida como pajarita de las
nieves, que ni mancha ni se deja manchar. Es la persona callada que parece no sentir ni
padecer ni sufrir…, pero en realidad es la persona de corazón limpio que no habla
por no ofender. O la persona que sabe muy bien a quién trata y cómo ha de tratarlo.
Porque no todos tienen estómago para comer pimientos fritos y hay que
alimentarlos con potitos, natillas y purés. El buen psicólogo es el que sabe aplicar a
cada persona el medio que ayuda a esa persona…, o con el que puede “disimularle”
la medicina amarga, la advertencia que pudiera molestarle. Hay personas que parecerían impasibles ante las
correcciones, y a ellas hay que ir muy de frente y con firmeza. Otras a las que hay que tratar con gasas
porque tienen la piel muy fina. Y este “hipócrita”
de segunda acepción, es el que sabe manejar las situaciones según encajen
mejor. Se les podrá tildar de hipócritas,
de poco sinceros… La realidad es muy otra.
Por Jesús advierte que nada queda oculto a la larga, porque al final todo ha de saberse. Y para que esto no pase de largo, pone su
toque de atención: El que tenga oídos
para oír, que escuche.
Y vuelve a dar en el mismo
clavo. Mirad bien lo que oís: la medida
que empleéis para con los demás, esa misma se empleará para con vosotros. Ya
tiene su aguijón ese: “Mirad bien lo que oís”, porque está diciendo: no os hagáis
los sordos…, no os pretendáis escapar por la tangente… ¿Cuál es tu medida al hablar, al enjuiciar,
al pensar, al actuar? Ten la seguridad
de que vas a encontrar lo mismo que siembras.
La misma medida. Porque el otro va a buscar el modo de salir indemne de
esa situación.
Es cierto –y me lo habéis oído
muchas veces- lo sensato sería que ante dichos, juicios, “acusaciones”, “advertencias”,
que nos hacen, tuviéramos la capacidad inteligente de empezar acogiendo y
analizando. Si me advierten que llevo una mancha en el rostro, lo inteligente
es echar mano al pañuelo y hacer por quitármela. Si hubo tal mancha, ¡agradecido al que me avisó! Si no la llevo y es que el otro tiene el ojo
manchado o ha querido molestarme, ¡peor para él! A mí ni me quita ni me pone. Pero no he
sacudido la pulga antes de ver si la tengo.
Al final será ese “bromista” o acusador por vicio, quien quede mal ante
muchos.
Y Jesús completa sus “avisos”
con una nueva sentencia de mucha envergadura: al que tiene se le dará; al que no tiene, se le quitará hasta lo que
tiene. El que va por derecho, recoge
el fruto de su rectitud. El que va por la vida como “conciencia” de todos los
demás y “norma” de todo lo que “debe ser”, acaba perdiendo hasta lo que tiene
de bueno. Y es que la medida que usó es implacable, y se vuelve hacia él o contra él como
un boomerang.
¿No serán todas estas cosas, nuevas explicaciones de Jesús para que
sepamos a qué tierra buena se había
referido? ¿No habrá pretendido San
Marcos que no se quede en “cuentecillo” la parábola.
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