Mc 5, 1-20
Después del terror asado en la
tempestad, y la insospechada deriva que había tomado la barca, lo que los apóstoles
buscaron fue la playa más inmediata, con ganas de echarse en la playa y
descansar del esfuerzo y la tensión que habían vivido. No conocían el lugar en que estaban. Vieron, sí,
una zona agreste, con acantilados cortados en vertical sobre el Lago, y una
pequeña playa en la que pensaron encontrar una tranquilidad en la que poder
rehacerse de los espantos sufridos.
No sabían que aquel paraje
estaba dominado por un hombre endemoniado, espantosamente agresivo y furioso,
que –apenas se bajaron de la barca- les salió al encuentro desencajado, casi
desnudo, con el cuerpo lleno de heridas. Era una fiera viviente. Jesús se percató inmediatamente de que era
una víctima del demonio, que lo poseía corporalmente, y a través del hombre, el
espíritu destructor tenía amedrentado a todo un pueblo.
Inmediatamente Jesús le conminó
a salir de aquel hombre. Y mientras la tempestad –viento y olas- obedecieron al
instante, el demonio aquel se revuelve ferozmente contra Jesús.
Los apóstoles se llenan de
miedo. Esta tempestad es aún peor que la pasada. Tratan de apartar a Jesús y
volver a la barca y dejar atrás a aquel energúmeno. Pero Jesús permanece firme, como cuando se
puso de pie en la barca que parecía irse a pique. El hombre endemoniado (el espíritu
que lo poseía) pretende ganarle la partida a Jesús con un procedimiento que
hasta nos podría parecer absurdo a nuestra mentalidad (y que sin embargo
practicamos constantemente): se encaró con Jesús, nombrándolo, demostrando que lo conocía: ¿Qué tienes que ver con nosotros, JESÚS, HIJO DEL DIOS ALTÍSIMO?; ¿has
venido a perdernos? [Antes de seguir quiero explicar una afirmación
que he hecho: dominar a través del nombre que se pronuncia. ¿Qué
hacemos nosotros cuando adquirimos una mascota? – Nombrarla, ponerle un nombre.
A ese nombre obedecerá. Con ese nombre la dominaremos. ¿Qué hacemos con alguien
que no cede fácilmente a un deseo o mandato: recalcarle su nombre propio con un
determinado énfasis, con el que buscamos achicarlo, llevarlo a hacer o evitar
alguna cosa. Es exactamente el
procedimiento que usaba el demonio con Jesús.
Si lograba atemorizarlo con ese identificarlo por su nombre, saldría
victorioso y no obedecería las órdenes de expulsión que estaba recibiendo.
Jesús devolvió la misma moneda. Obligó
al mal espíritu a decir su nombre. Y su
nombre era: “LEGIÓN”, porque en
realidad eran muchos. Y como la fiera dominada que se siente vencida, el
demonio-Legión suplica a Jesús que si lo va a echar de allí, lo mande a la
inmensa piara de cerdos que hozaba en el monte contiguo. El propio demonio se habí metido en su trampa.
Estaba dominado y en realidad totalmente vencido. Pretendía no salir de aquel
lugar (y ahora veremos por qué). Y su intrínseca maldad, al entrar en los
cerdos produjo una estampida terrorífica, y dos mil animales se lanzaron
acantilado abajo hasta el mar, y allí se ahogaron.
Otra vez podían los apóstoles
sentir el sobrecogimiento y temor ante lo sobrenatural… Otra vez Jesús “se había
puesto firme” cuando una tempestad diabólica pretendía echarlo a pique. Otra
vez el gigante sagrado había impuesto su paz.
La “Legión” había desaparecido derrotada, y el hombre, antes fiera,
ahora está sentado, tranquilo, en su sano juicio, como el que sale de una
pesadilla horrorosa y encuentra a su alrededor campos y flores, sol y paz. Jesus está allí, y es su libertador. Pero los porquerizos, que han visto aquel
espectáculo impensable, y se han quedado paralizados ante lo vivido, reaccionan
después y se marchan al pueblo. Tenían una responsabilidad porque eran los que
habían de guardar la piara, y venían a avisar que todos los animales habían
muerto ahogados, en un espectáculo que ellos jamás habían visto ni podrían
imaginar; todo en un abrir y cerrar de ojos.
Tenemos ante nosotros un relato,
mitad historia y mitad fábula, o algo parecido a lo que los especialistas bíblicos
definen como “parábola en acción”. Prescindiendo ahora de otros aspectos, lo que
se hace más duro de entender a muchos es cómo Jesús permite a los demonios ir a
los cerdos. Se sabe que aquella región estaba dominada por gentiles (los que
vivían ajenos a las leyes de Israel). De ahí el negocio de los cerdos en
cantidades industriales, cuando el cerdo era un animal prohibido en aquella
nación. El cerdo que exportaban y con el que sacaban sus ganancias, ofendiendo
el sentimiento profundo judío.
Vamos a decirlo de una manera
comprensible: la fe católica, la Iglesia, civilizó a un mundo bárbaro en el que
los vicios, las bacanales, la inmoralidad…, incluso el infanticidio, estaban a
la orden del día. Y Europa se humanizó.
Pero han llegado los tiempos de “los
cerdos”, los animales prohibidos que dan dinero… Y a la Iglesia, y al propio Cristo, se le
dice: “¿Qué tenéis que ver con nosotros?”.
Y se les aparta del criterio honrado, de los principios humanizadores, de
la influencia moral que dignifica al ser humano. Y pasa a ser dominante el
dinero, los negocios sucios, el aplastamiento de las economías menos fuertes,
el negocio de las múltiples clínicas abortistas, los puestos de trabajo
señalados a dedo, los ERES y los PER falsos, la Alemania de Merkel que coloniza
Europa, ls guerras televisadas, las ventas criminales de armas a un bando y al
contrario, la juventud desbordada –sin norte, fuera de control-… Y cada cual puede seguir la lista. Hoy “los cerdos” es el dominio inicuo del
dinero, de las economías que subyugan, empobrecen y esclavizan a pueblos pobres
que –mal que bien- iban saliendo a flote aunque sólo fuera para subsistir.
¿Qué desearíamos que ocurriera
en esta coyuntura? ¿Qué le pedimos a Dios los creyentes ante una situación así?
¿No pensamos que “los demonios deben
entrar en los cerdos”, y que por ellos mismos, por los propios demonios del
poder y del dinero, los cerdos se precipiten a su propia ruina, pero que no
arruinen y maten a la mayor parte de la población mundial? ¿No ansiamos poder vivir en paz –como aquel
hombre- liberado de las fuerzas diabólicas de una verdadera LEGIÓN de indeseables?
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