Mc 5, 21-34
Una vez más sale en los relatos
evangélicos la expresión de “la otra
orilla”. Una expresión que sería tan simple como la de navegar de aquí a
allá, pero que también presenta constantemente la idea de salida de una situación
adversa para ir hacia otra posibilidad de más efectos positivos. Había salido
de Gadara con tan mal sabor de boca, y ahora desembarca en otra orilla absolutamente distinta. En Gadara lo expulsan, aunque
fuera con buenas palabras. Aquí desembarca y aún no ha salido de la playa
cuando las muchedumbres ya lo vienen a buscar. “Ribera opuesta”, sin duda.
Y estaba allí con aquellas gentes
numerosas con las que Jesús disfrutaba porque había campo donde sembrar. Allí se presenta Jairo, un jefe de sinagoga,
con su dolor en el alma porque una hija
suya se está muriendo. Y viene a Jesús y –al modo de la fe que Jairo tiene…,
una fe muy condicionada- pide a Jesús: Ven, pon las manos sobre ella, y vivirá.
Por tanto Jairo cree así y lo pide así. Y sí responde Jesús. Bien recordamos las veces que el Jesús dice
en las curaciones: Que se haga conforme
has creído. Y Jairo ha creído así, y Jesús se pone en camino. [El centurión romano creyó de otra manera: di una palabra y mi criado sanará. Y Jesús
dijo la palabra y el criado sanó].
Ahora toca hacer el camino hacia
la casa de la niña moribunda. Y se ha de contar con que una muchedumbre se
mueve con mucha pereza y mucha lentitud. Que donde hay muchos y todos quieren
ir muy cerca de Jesús, el movimiento implica muchas inercias. Pero Jesús está haciendo “conforme a la fe de
Jairo”.
Y sucede algo nada raro: otras personas
están también necesitadas y buscan a Jesús. Y aquí hay una mujer enferma de
hemorragias, que desde hace doce años ha buscado solución en los médicos, y no
sólo no la han curado sino que ha ido de mal en peor. Y la mujer se ha topado con que Jesús ha
venido a “esta orilla”, y ella –desde su modo particular de fe- ha pensado que
si logra acercarse a la distancia necesaria para rozar el manto de Jesús, va a
curarse.
Y la mujer se mete en el grupo,
se abre paso a codazos (aguantando las imprecaciones y protestas de las otras
personas que se molestan al ver que se “quiere colar”…, y que se “está colando”
sin más miramientos…, porque ella ha sentido en su alma cuál es su solución y
no está por dejarla pasar de largo.
Y llegó hasta esa distancia en
que pudo alargar su mano y rozar el filo del manto… Y experimento e inmediato
que sus hemorragia se había cortado. Y entonces, lo mismo que había ido abriéndose
paso para llegar, intenta ahora dejar pasar a la gente y quedar desapercibida. Era
una fe muy sencilla, y de hecho ha quedado curada. ¡Había acertado! Lo que ella no contaba era con que Jesús se
detiene, mira en derredor, y pregunta: Quién me ha tocado… La pregunta de Jesús causó extrañeza porque
en realidad le habían tocado y empujado y rozado mucha gente. Y los mismos apóstoles
le expresan a Jesús su pensamiento: Cómo
preguntas quién me ha tocado, si ves que todos te apretujan? NO, no era ese
el “toque” al que se refería Jesús.
Y Jesús aclaró: Yo no me refiero
a quien me empuja, me roza, me apretuja en medio de un gentío. Yo me refiero a “un toque” muy especial,
porque he sentido salir de mí UNA FUERZA
(es la expresión de otro evangelista). La
marcha se ha detenido. Jesús está
buscando con la mirada en derredor suyo… [Permitidme que me vaya un momento a
los sentimientos de Jairo. Para él era todo esto una pérdida de tiempo y una
minucia que no merecía la pena, mientras puede ser cuestión de minutos llegar o
no a tiempo de que su hija pueda ser salvada de la muerte. Y todo esto le
parecen pequeñeces, nimiedades, detalles que no habría que darles más tiempo.. Su
hija se muere y si han tocado o rozado a Jesús, ¿qué importancia puede tener? Su problema es el más grande, en el que se
juega la vida de una criatura joven… Pero me sigo deteniendo en Jairo y aplico el
procedimiento que tanto me gusta de jugar a los futuribles: ¿cómo se hubieran desarrollado las cosas si él no
hubiera puesto los pasos para la curación de su hija? ¿Qué hubiera sido si en
vez de esos pasos se hubiera limitado a presentarle su tragedia a Jesús? ¿Cómo
estaría Jairo en este momento si su petición hubiera sido como la del centurión
romano? Y me preguntarán los lectores:
¿y a qué bien ese juego? Porque creo que
me hace aprender… Yo puedo ir en mi vida
de fe intentando señalarle los pasos a Jesús. O yo puedo presentarle el caso
como aquellas hermanas que se limitan a enviarle recado: “el que amas, está
enfermo”. Ahora voy a tener respuesta
que puede llevar consigo la incertidumbre de si llego a tiempo o no…; de si lo
mío tiene más importancia que lo del otro… y merece una atención más urgente… O voy a “rozar el manto” y , sin más, quedo
curado. O le pido a Jesús humildemente UNA PALABRA…, y me basta… Y dejo a Jesús tomar su iniciativa… ¿Es un juego de “futuribles” o un aprendizaje
que me brinda esa reflexión?]
La mujer de las hemorragias se
ve descubierta, y que Jesús ha detenido su marcha y que se ve que no está por
dejar la cosa pasar. Y ella, como quien puede tener la sensación de haber sido
imprudente o incluso culpable de algo, se atemoriza y se acerca temblando a Jesús…
¿Qué puede decir Jesús? ¿Qué le puede decir ella? Y cuando llega hasta Jesús, temblorosa, y le
cuenta lo que había sido…, Jesús dirige a ella una mirada cariñosa, comprensiva
y abierta. Y le dice: Hija: tu fe te ha salvado. Vete en paz, y
queda sana de tu achaque. Es que
realmente aquella mujer HABÍA TOCADO… Que no todo lo bueno “toca”, ni toda oración “toca”,
ni cualquier cosa “toca”… Frotar peanas
de santos, encender velas, sacar fotocopias, acudir a “apariciones”, llevar
flores, colgarse medallas…, por sí mismo no
tocan… TOCAR A JESÚS es mucho más al
fondo…; es llegar donde está esa FUERZA que sale de Él y que verdaderamente sana.
De los pasajes del Evangelio, el de la hemorroisa me impacta. Es muy edificante la fe de esa mujer, que en medio de la multitud, ciegamente confía en Jesús y busca tocar su manto, convencida de que El, la curará. Ella, hace un camino de búsqueda hacia Jesús. Y por otro lado, me recreo pensando en cómo Jesús siente esa fuerza que sale de El. Cuando acudimos con auténtica fe y de manera humilde, El se da, de forma incondicional. Acercarse a Jesús es recibir la fuerza salvadora.
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