Mc 6, 7-13
Hoy nos toca un relato que, a
simple vista, no daría mucho de sí para profundizar en meditación que podamos traducir
en realidad actual. Sería como un relato de un hecho pero que puede decirnos
poco a nosotros. Y sin embargo hay que buscar con luz del Espíritu que nos
quiere conducir a una verdad más amplia y completa.
De entrada, ya hay una expresión
íntima: Jesús llamó a sí a los Doce. No es una conversación al paso, un momento de “vida
ordinaria”. Jesús hace de este instante un momento de intimidad: llamar a sí…, es como hacer sentir a
aquellos hombres una especial cercanía…, una misión que se vive desde el propio
Corazón de Jesucristo.
Y cuando los tiene muy cerca,
les da las pautas de la misión apostólica que han de desarrollar. Lo más
característico, echar demonios. Y
casi que se va explicando eso con las normas que les da. “Echar demonios” es
precisamente situarse y ayudar a situarse en las antípodas de ese “reinado de
la esclavitud”, a la que tan fácilmente se mete la persona, aun la más
espiritual. Porque “esclavitudes” las hay a montones, y pululan alrededor de esas
mismas personas.
Jesús va a empezar por decirles determinadas
liberaciones que han de tener como punto de partida. Sólo deben llevar unas
sandalias para sus caminatas y un bastón para apoyarse. La túnica que llevan. No otra de repuesto. Ni
calderilla, ni bolsa. La bolsa es un elemento
que tienta siempre a echar algo dentro…, a prever “por si acaso”. Pues no
lleven esa “bolsa” que da posibilidad a “guardar”. Han de ir –por decirlo así- “de manos sueltas”,
sin asideros, ni siquiera afectivos. Libres para poder proclamar el Reino sin
que los demonios se aprovechen de algún
resquicio.
Y una actitud esencial: ir en son
de paz; nunca entrar donde no la haya, e incluso salirse donde la paz se altera.
Habiendo paz, quédense allí todo el
tiempo. Están en la mejor plataforma para extender el Reino. Y es evidente que
esta preferencia por la paz, está dando la clave del desprendimiento que debe
imperar siempre. Si algún lugar altera la paz o no la tiene, deben salirse y
golpear el suelo bajo sus pies. Allí no tienen nada que hacer y por eso se van.
Se van a otros lugares en donde exista esa paz.
Hasta ahí afina Jesucristo ese “expulsar
demonios”…, esa necesidad perentoria de un clima de paz…, de una paz que se
tiene dentro y que se trasmite hacia afuera. De una paz que –casi diríamos- “se venera”
porque es el magma en el que puede desenvolverse el Espíritu de Jesús.
Concluye exponiendo la labor que
realizaron aquellos hombres, en nombre de Jesús, incitando a la penitencia, a esa salida de sí para
dejar lugar a que entre el pensamiento de Jesús. Por eso echaron
muchos demonios y ungían enfermos y los curaban.
El final es una bonita conclusión.
Pero está dependiendo de todas esas condiciones previas que Jesús les ha
señalado.
Un claro contraste con todo eso
es la narración siguiente: la del martirio de Juan Bautista. Pero caigamos en
la cuenta que el evangelista se va intencionadamente a un tema ajeno a Jesús. Primero: los apóstoles se han ido de misión…
Ahora no se hablará de Jesús porque a Jesús se le entiende ya con ellos. Y
ellos con Jesús. Segundo: también el
evangelista “ha sacudido” el suelo bajo sus pies, porque en la muerte del
Bautista están dándose todas las más opuestas características a lo que Jesús ha
explicado: hay esclavitudes flagrantes en Herodes –el zorro que sólo va a lo suyo y a divertirse…-; el ebrio que pierde
los papeles, deslumbrado por la bailarina y por el vino; Herodías, la mujer
celosa, diabólica, a la que le estorba el hombre santo que le está repitiendo a
Herodes que no puede vivir con la mujer de su hermano…, ¡y hasta Herodes
respeta a Juan! El demonio de los celos, la venganza, la muerte de quien estorba…,
tiene atrapada a Herodías, que acaba pidiendo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista, al que ella ve como su
enemigo.
¡Esclavitudes del afecto o el
desafecto! Esclavitudes que se solapan pero que están ahí. Que se emborrizan y se envuelven en papel de
celofán bajo apariencias de bondad, pero que van dirigiendo las cosas en la
dirección que a uno le conviene. Porque atrapan más de lo que se cree, y van “llenando
la alforja” casi imperceptiblemente. El
resultado es que LA PAZ no es la que domina el corazón, la que marca la pauta
para hacer presente a Jesús.
De ahí que San Marcos se desvíe
hacia ese hecho vergonzoso y cuente la bajeza a la que se puede llegar cuando
el YO es el que manipula las situaciones y las va orientando siempre hacia uno
mismo. Por mucho que se camufle, la realidad fue la cabeza del Bautista sobre una bandeja de plata…
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