Mc 4, 30-32
Seguimos
con semillas. Jesús crea una expectación con una doble pregunta: ¿Cómo compararemos el reino de Dios? O ¿en
qué parábola lo encerraremos? Está
utilizando un recurso pedagógico para atraer la atención de sus oyentes. Y se responde a sí mismo: Es como un grano de mostaza, la más pequeña de las semillas de la
tierra, pero que cuando se ha sembrado en tierra, sube y se hace mayor que
todas las hortalizas y echa grandes
ramas hasta poder cobijarse las aves del cielo. [Citaba en esas últimas
palabras una frase de la profecía de Daniel].
Dice San Pablo que la fe entra por el oído. Quiere decir
que ha habido palabra, porque si no, el oído no capta. El reino de Dios es,
pues, comunicado y trasmitido a través de la palabra. Algo tan débil en sí
mismo que “las palabras se las lleva el
viento, y tan fuerte y esencial que Cristo es la Palabra del Padre…; el VERBO. Y la revelación de Dios es “la Palabra de Dios”.
Jesús no se vale de instrumentos
importantes, eficaces por su misma naturaleza; no impone, no apabulla, no mete
con calzador. La expresión evangélica de la parábola del sembrador es que esparce su semilla. Va dejándola caer al
voleo, al paso del sembrador que va caminando despacio por su terreno. Y allí donde hay buena tierra, la semilla
crece y da fruto.
Pues bien: una semilla de mínimo
tamaño, la mostaza –típica de aquellas tierras- se siembra y da lugar a un
arbusto que expande sus ramas, y llega a poder cobijar a las pájaros. Pues así es la aparente debilidad inicial del
reino, que se esparce con la Palabra…, y que –cuando arraiga en la buena
tierra-, se desarrolla y cobija bajo sus ramas… Y lo que era débil –la palabra
humana que predica- se hace fuerte y eficaz bajo esa fuerza intrínseca de la
que es Palabra de Dios…, la que abre paso y va comunicando el Reino de Dios. Dios se
escogió lo débil para confundir a los fuertes.
Y lo cierto –datos de historia- es
que esa “débil palabra” de unos pescadores, invadió pacíficamente el mundo y le
mostró unas dimensiones insospechables de felicidad. Por esa Palabra que lleva en
sí la fuerza del que es LA PALABRA-
han dado la vida (y la siguen dando- millares y millares de personas. Por esa
Palabra se han quedado prendidas miles de almas, que ya no saben vivir sin la
fuerza y el vigor y el entusiasmo por la Palabra. Una palabra que engendra vírgenes
y hace ir dejando vida y trabajo incansable a tantos predicadores y confesores
de la fe. Cierto que el diminuto grano de mostaza tiene una
vitalidad que nació hace 20 siglos…, y sigue abriendo sus ramas al cabo de
tantos siglos.
Pero, metidos en el tema de la
palabra, también merece la pena detenernos en otras palabras, porque hay ahí mucha tela que cortar. Santiago apóstol,
tiene una carta muy práctica y aterrizando en detalles concretos. En el cp. 3 (v. 2) dice: si uno no tropieza en la palabra, ese es perfecto, capaz de regir con
el freno todo su cuerpo. Y en el v.
4 las naves tan grandes, son empujadas por
vientos recios, pero gobernadas por un timón pequeñísimo. Así es la lengua. La lengua, la que articula las palabras puede
mover naves grandes. Y lo hace en un
sentido constructivo o en una dirección destructora. La palabra que sale, ya
nunca regresa, nunca puede ser anulada. Quedó dicha. Y con la palabra se pueden
destruir imperios.
Un comentario, una queja, una crítica,
un “inocente” dicho…, ya está volando de acá para allá. Se tiró la piedra…, se
escondió la mano…, y hasta –a lo Pilato- “se lavó uno esa mano” que tiró la
piedra. Pero la piedra cae en el lago y
forma ondas que nadie puede ya impedir. Mirad
que fuego tan pequeño y qué selva tan grande incendiada, dice Santiago, que
prosigue: la lengua es todo un mundo de iniquidad…, contamina todo el cuerpo…, es
inflamada por el fuego del infierno… Se domestican animales, pero la lengua es
difícil de domar…: mar turbulento, rebosante de veneno mortífero. Con ella
bendecimos a Dios y con ella maldecimos a los hombres, hechos a semejanza de Dios.
Hoy la palabra está siendo un
instrumento nefasto con el tema religioso e incluso de Cristo o de Dios. Las
tertulias constantes de los medios de comunicación –en manos (la mayoría)- de
gentes resentidas contra “la Iglesia”, ignorantes de los temas de la Religión
cristiana, cazadores de bazofia cogida al vuelo en el primer muladar de los “macutazos”
no contrastados…-, acaban con un ataque o burla de lo más sagrado de la fe católica.
No usan el mismo procedimiento con otras
religiones…: ¡bien saben que se expondrían hasta la muerte, si se atrevieran a
ello! Pero son despiadados, parciales,
críticos y hasta calumniadores cuando se trata del tema católico. Y en esa borrachera han llegado ya al ataque
directo contra Cristo y contra Dios. La
dichosa palabra del mar turbulento,
rebosante de veneno mortífero, inflamada por el fuego del infierno.
Pues pongámonos cada uno la mano en
nuestra lengua, porque en un grado o en otro, las palabras ejercen una influencia
total. La buena y la mala. Por eso un
estadista afirmó: Serás dueño de tus
silencios y esclavo de tus palabras. ¡Gran verdad!
Lo que nos llevará a tocar también el tema de LOS SILENCIOS, porque
también ahí sigue valiendo la semilla de mostaza, o el cáustico en la raíz.
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