LITURGIA
Me alegro
de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo,
sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado
ministro. (Colos.1,24-2,3).
Hace unos días trataba el tema de la solidaridad, a propósito
del ayuno o penitencias corporales que pueden ejercitarse en la vida cristiana.
Aquí tenemos la base en la que se apoya esa realidad: Pablo sufre por los
colosenses, y en realidad lo hace completando así la pasión de Cristo. Y no es
que a la Pasión de Jesús le faltara algo, sino que los colosenses –como
cualesquiera fieles- forman la realidad del Cristo total. Y el sufrimiento de
ellos es sufrimiento de Cristo, y es sufrimiento de Pablo, que se siente
ministro de Dios en la Iglesia.
Ministro no sólo para padecer con los padecimientos, sino
para enseñar el evangelio completo, ese tesoro que ha permanecido oculto
durante siglos y que ahora es dado a conocer y se revela al pueblo santo. Dios ha querido dar a conocer a los suyos la
gloria y la riqueza que este misterio encierra, y que se revela a los gentiles:
es decir, Cristo es para vosotros la
esperanza de la gloria.
El gran anuncio de Pablo es CRISTO, empleando todos los
recursos de los conocimientos, para que a todos llegue el mensaje de Cristo,
aunque eso le supone un denodado combate hasta que se haga presente el misterio
de Dios, que es Cristo, en quien están encerrados todos los tesoros de saber y
el conocer.
Estamos en un sábado, posiblemente el mismo en que los
fariseos han pretendido culpabilizar a los discípulos por triturar unas espigas
entre sus manos. Ha llegado Jesús a la sinagoga y allí le han dado el encargo
de enseñar.
Jesús no se queda en un sermón para luego irse a su casa.
Ha observado a un hombre paralitico de un brazo, y le ha invitado a salir en
medio y quedarse allí de pie a la vista de todos.
Ahora Jesús se dirige a los oyentes y les pregunta: ¿Es lícito en sábado hacer el bien o el mal,
salvar a uno o dejarlo morir? ¿Es lícito en sábado dejar de hacer el bien y
dejar a las criaturas con sus padecimientos? Echó una mirada en torno,
lentamente, esperando una respuesta. Bien sabía él que los fieles no iban a
tomar postura en aquello porque les iba en ello que los expulsaran de la
sinagoga (los excomulgaran). Pero quiere dejar en evidencia a los fariseos, que
teniendo delante un dolor humano, no son capaces de remediarlo, basándose para
esa negativa en unas prohibiciones rituales.
Y cuando dejó patente la incapacidad de aquellos hombres
religiosos, entonces se dirige al paralítico y le dice simplemente que extienda
su brazo. Es claro que allí no había ningún esfuerzo ni trabajo. Era un
movimiento normal pero que la parálisis le tenía impedido. El hombre extendió
el brazo y quedó curado. Y yo digo que con el gozo oculto de aquellos asistentes
que no vivían los prejuicios de sus jefes religiosos.
Jesús no dijo nada más. Estaba todo dicho. Los que no
aceptaron el caso fueron los puritanos fariseos, que se pusieron furiosos y se preguntaron qué había que hacer con Jesús.
Son los efectos de los fanatismos.
Fanatismos que aparecen de vez en cuando en nuestros
templos con exageraciones que no tienen más fundamento que esa concepción
hierática de algunos que no admiten una fe sencilla que se aleja de actitudes
llamativas.
Pero los fanatismos se dan también en los criterios, de
personas que no aceptan la menor variación en las costumbres y modos externos
que han quedado aceptadas por la praxis de la Iglesia, e incluso por la
liturgia. Fanatismos que llegan a encarar las mismas enseñanzas del Papa, y a
discutirlas sin más fundamentos que la costumbre de que “siempre se ha hecho
así”. Y no se admite el margen del Magisterio, de los estudiosos, y de la vida
misma, que se va desarrollando y tiene que crecer.
En cuanto a los que discuten al Papa.
ResponderEliminarDe la carta de San Ignacio de Antioquía a los Efesios:
«Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios.»