LITURGIA
Pablo sigue haciendo confesión de su vida al
discípulo Timoteo (1ª,1,15-17). Ayer se presentaba como perseguidor y blasfemo.
Hoy como pecador, el primero, del que se
compadeció Jesucristo, mostrando en él toda su paciencia, y ser así Pablo un ejemplo
de todos los que creen en Jesús, que así tendrán vida eterna. Y le dice al
discípulo que puede fiarse de lo que le dice y aceptarlo sin reservas. El
núcleo es que Jesús vino al mundo para
salvar a los pecadores. En consecuencia, al Rey de los siglos, inmortal, invisible y único Dios, honor y gloria
por los siglos de los siglos.
Continúa el Sermón del Llano: Lc.6,43-49. Y Jesús sigue
exponiendo doctrina por medio de parábolas, que eran su modo preferido de
llegar a las gentes.
Hoy toca la mirada al árbol: No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto
sano. Eso tiene su traducción fácil en el corazón de cada persona. Cada uno
da de sí lo que encierra en su interior. El corazón limpio piensa y reacciona
en limpio. El corazón sucio, el mal corazón, lo que produce es maldad y
suciedad. Por eso cada persona se define por sus propias obras: Cada árbol se conoce por sus frutos. El
manzano da manzanas. El peral, peras. Y según está el árbol, así son las
manzanas y las peras. Que de la zarza no
se cosechan higos, ni de los espinos se vendimian racimos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón, saca el bien;
el que es malo, de la maldad de su corazón, saca el mal.
Y todavía aquilata más lo que quiere enseñar: cada uno habla
según lo que lleva en su corazón, porque
de lo que rebosa el corazón, habla la boca. El peligro que tenemos es
reducir estas cosas a “frases del evangelio” y que no tengan repercusión viva
en la vida de las personas. Lo primero que toca siempre analizar es el fondo de
la persona. Y si no sabe entrar a fondo, que examine sus frutos. Porque lo que
da de sí es lo que hay dentro de la persona. La lengua, como dice Santiago, es
como el timón del barco: que siendo pequeño, maneja al barco. Lo que hablamos,
nos sale de dentro, y por los frutos hemos de conocernos. Y según ellos, tomar
decisiones sobre la purificación que requiere nuestro corazón.
Sigue Jesús hablando y, apoyado en el dicho anterior, dice
ahora que las palabras se las lleva el viento: ¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que yo os digo?
Es muy fácil la palabrería en la misma oración, en las expresiones. La boca
habla con facilidad pero luego queda lo real: hacer lo que Jesús dice.
Nuevamente se fija en los frutos. Toda oración o conversación con Jesús tiene
que reflejarse en la obediencia a su palabra.
El que se acerca a
mí, escucha mis palabras y las pone por
obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba su
casa: cavó, ahondó, y puso los cimientos sobre roca. Vino una crecida,
arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba
sólidamente construida. Esa es la verdadera actitud evangélica y cristiana.
Esto es lo dice la verdad de una vida espiritual.
El que escucha y no
pone por obra, se parece a aquel que edificó una casa sobre tierra, sin
cimiento. Arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó desplomándose.
La comparación es clara como la luz. Muchos de los que
fueron “fieles cristianos” y hoy han abandonado su fe y viven de cualquier
manera, está en ese grupo de los que edificaron sobre arena. Cuando las cosas
no pintaron fáciles, cuando el mundo tiró de ellos con sus engaños y
facilidades, todo se vino abajo. Y esta lección hay que aprenderla y meditarla
cuando surgen las crisis de crecimiento que puedan darse en la vida de los
fieles. Ahondar, cavar hacia lo interior y echar cimientos más profundos.
Hace unos días les comentaba cómo Colos.3 me inspiraba
mucho para la orientación de los novios. También esta lectura –que está en el
ritual de Bodas- es enormemente práctica para orientar a las parejas que se
acercan a su matrimonio por la Iglesia (y no siempre bien dispuestos a ello).
Al menos orientarles en lo humano, que el hogar hay que fundamentarlo sobre
roca. Eso requiere un noviazgo que profundiza, que echa cimientos, que se
prepara a recibir sin tambalearse los embates de las tormentas de la vida y las
crisis de la convivencia. ¿No será que tantos matrimonios rotos, al poco tiempo
de casados, está revelando que se edificó sobre arena? Casi diríamos que ni se
edificó. Es para presentarlo abiertamente a los que vienen a nosotros buscando
una boda religiosa.
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