LITURGIA
1ªTim.4,12-16 empieza con una advertencia de
Pablo que hasta puede ser útil a nosotros: Que
nadie te desprecie por ser joven. Claro que eso lleva una contrapartida en
el joven, que también él ha de tomar en cuenta: sé tú un modelo para los fieles en el hablar y en la conducta, en el
amor, la fe y la honradez. Derechos y deberes. En los mayores, ejemplo,
madurez, actitudes y criterios firmes, para que los jóvenes tengan un punto de
referencia y no piensen que ellos, por su juventud, vienen a cambiarlo todo,
como si de lo anterior no valiera nada. En los mayores, capacidad de acogida de
valores que también aportan los jóvenes, desde su situación en un mundo actual
que no es el de siempre.
Mientras llego
–dice Pablo- preocúpate de la lectura pública, de animar y
enseñar. No descuides el don que posees de tu sacerdocio, que
se te concedió con indicación de una profecía y la imposición de manos de los
presbíteros. Preocúpate de estas cosas y dedícate a ellas. Cuídate tú y cuida
la enseñanza; se constante. Son consejos muy concretos de Pablo que Timoteo
debe asimilar y practicar en su misma juventud. Si lo haces, te salvarás a ti y a los que te escuchan. Precisamente
desde esa madurez que tienes que tener, tú progresas y das buen ejemplo. Pablo
bascula, pues, entre la juventud de Timoteo y el consejo y la experiencia del
mayor. Y eso acabará siendo un bien apostólico porque los que ven y escuchan
van aprendiendo.
Lc.7,36-50. Jesús ha sido invitado a comer en casa de un
fariseo. Se lo ha rogado y Jesús no lo rechaza. Lo que no significa que esté de
acuerdo con los modos de los fariseos ni vaya a reírles la gracia.
El caso se concreta en aquella mujer pecadora que ha
entrado en la sala del banquete y se ha puesto a sus pies a llorar, secar los
pies de Jesús con su cabello y ungirlo con perfume al tiempo que se los besaba.
El fariseo está escandalizado. ¿Cómo es que una persona
como Jesús, con tanta fama, se deja tocar por una mujer pública? Si fuera un
Profeta, sabría muy bien qué clase de mujer tiene a sus pies.
Jesús ha visto la tensión que tiene el anfitrión y con
delicadeza le dice: Simón, tengo algo que
decirte A lo que Simón responde que se lo diga. Y Jesús le hace ahora las
cuentas por las que no tiene razón con estar juzgando a aquella mujer y aquella
situación. Y le cuenta una parábola que se le ha venido al pensamiento para
bordar aquella situación.
Un prestamista tenía
dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Y como no
tenían con qué pagarle, perdona la deuda a los dos. ¿Cuál de los dos crees tú
que amará más? Respondió el fariseo: Pienso que aquel a quien le perdonó más.
Ya estaba la lección dada, pero el fariseo no la ha captado. Y entonces Jesús
entra por derecho y le presenta la realidad.
Los dos deudores reales son el propio fariseo, que no se
siente en deuda alguna con Jesús, fuera de la invitación al banquete. Y la
mujer aquella que, por pecadora, acude confiada a Jesús y espera de él su
benevolencia y misericordia. Las dos personas que actúan de modo muy distinto
en esta ocasión concreta.
El fariseo no ha ofrecido a Jesús, el invitado, el agua que
se suele ofrecer al que llega de camino para que descanse sus pies. La mujer ha
regado los pies de Jesús con sus propias lágrimas y se lo ha enjugado con su
cabello. El fariseo no ha saludado a Jesús con el ósculo de saludo y paz. La
mujer no ha parado de besar los pies del Señor, desde que entró. El fariseo no
ungió la cabeza de Jesús como un huésped señalado. La mujer ha derramado su
perfume en los pies de Jesús…
Por eso te digo: sus
muchos pecados le son perdonados porque ha amado mucho; al que poco se le
perdona, poco ama. No estaba el fariseo en el ámbito del perdón de Jesús,
porque el fariseo se consideraba puro. La mujer, en cambio, no ha parado de
expresar su dolor por su vida pecadora.
Todavía se les aumentó el escándalo a aquellos hombres por
el hecho de que Jesús dijera que les eran perdonados los pecados a la mujer, porque ¿quién es este que hasta perdona
pecados? Jesús prescinde ya de las opiniones de aquellos hombres. Ha
centrado su atención en la mujer pecadora arrepentida, y le dice: Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
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