LITURGIA
Sigue el profeta Ageo (2,1-10) recibiendo el
oráculo del Señor que incita a la construcción del templo, y así lo trasmite al
pueblo para que el pueblo se entusiasme con una obra tan importante. Dios
promete que ese templo va a ser mejor que el primero, y en él se dará culto a
Dios. Y Dios dará paz en este lugar.
Es el espíritu que ha recogido el SALMO 42, que será muy difícil de repetir por el
pueblo fiel, por ser muy largo, y que yo dejaría en la primera parte: espera en Dios, que volverás a alabarlo.
Aquel pueblo que se había sentido tan mal en el destierro, tuvo un “resto” (de
hecho muy numeroso) que se mantuvo fiel a su fe, a su Dios y a sus costumbres.
Esperó en el Señor y ahora vuelve a alabarlo con todas sus fuerzas al regresar
a Jerusalén y ver su templo reconstruido.
El texto de Lucas es más que visto y más que tratado, y muy
poco puede añadirse nuevo a lo que ya sabemos. 9,18.22 nos trae el episodio de
Cesarea de Filipo (como sabemos por Mateo) en que Jesús quiere saber qué
piensan de él sus discípulos, ahora que ha pasado algún tiempo desde la primera
llamada, y se ha quedado más a un lado la poesía del encuentro. Ahora, en la
madurez de la vida diaria, merece la pena saberse qué idea tienen ellos de la
vida que están siguiendo.
Pedagógicamente Jesús les ha puesto por delante una
pregunta que no compromete: Qué dicen los
hombres que es el Hijo del hombre. ¿Quién dicen las gentes soy yo? Ahí
podían explayarse unos y otros porque sólo tenían que trasladar al momento las
opiniones que habían ido oyendo en aquellas correrías por pueblo, aldeas y
ciudades, junto a Jesús, que pasaba haciendo el bien y curando de toda
enfermedad y dolencia.
Las respuestas oscilaban poco: todas iban en línea
espiritual: unos, que Juan Bautista, el personaje especial más cercano a la
gente contemporánea. Otros que Elías, el profeta de Israel. Otros lo veían como
alguno de los antiguos profetas que ha vuelto a la vida. Siempre era comparado
con algún maestro de los que había tenido Israel.
Y Jesús fue escuchando todas aquellas opiniones. Pero en su
intención había algo más profundo: Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo? Era la pregunta clave. A Jesús le
interesaba saber lo que sus apóstoles pensaban de él. No hubo lugar a saber la
opinión de cada uno porque Pedro se adelantó a todos y contestó en el nombre de
todos, por lo que quedó oculta la opinión de los demás.
Pedro dijo: -El
Mesías de Dios. Era una respuesta perfecta. Pedro había ido a la esencia de
cualquier respuesta. Y dijo lo que no hubiera dicho ningún otro.
No comenta Lucas ni una sola palabra de cómo acogió Jesús
aquella respuesta. Lucas se limita a decirnos cómo Jesús quiso dejar claro lo
que ese mesianismo comportaba. Y como única respuesta a la palabra de Pedro,
dijo: El Hijo del hombre tiene que padecer
mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y doctores de la ley,
ser ejecutado y resucitar al tercer día. De modo que lo que aquellos
hombres pueden esperar del Mesías, no es lo que el vulgo pensaba, de un
mesianismo humano que iba a liberar del dominio romano. El Mesías que Pedro
había confesado había que entenderlo en el sentido de un Mesías que iba a
padecer. Que liberaba sufriendo mucho, despreciado por los jefes religiosos, y
que acabaría en la misma muerte, ejecutado. Lo que daba sentido a todo eso es
que al tercer día resucitará; que
realmente va a ser un Mesías triunfador pero no al modo humano sino a la manera
de Dios.
No nos dice San Lucas la reacción de los Doce y por tanto
la reacción de Pedro. No le interesa al evangelista ese detalle porque no va a
variar en nada la cosa. Lo que hay que escuchar es a Jesús, que es el que lleva
la verdad. Y eso lo ha explicitado detalladamente.
Es la lección. No seguimos a un Cristo que nos soluciona
los problemas. No seguimos una religión en la que todo va a pedir de boca. La
fe no facilita la vida automáticamente. Sencillamente nuestra postura tiene que
ser la del convencido de que la cruz y el sacrificio son parte substancial de
la vivencia cristiana, y que por muchas
tribulaciones hay que entrar en el Reino de Dios, o como también dice
Pablo, tomando parte en los duros
trabajos del evangelio.
El 27 de Septiembre del año 1540 el Papa Paulo III aprobó la Compañía de Jesús. Felicidades a todos los jesuitas.
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