LITURGIA
Ha llegado ese momento de paz y tranquilidad de
un pueblo que ha recuperado su Ciudad y su templo y su patria, y lo ha
celebrado copiosamente.
En la paz interior que mira atrás y hace un balance de lo
vivido, Esdras mira ahora ese pasado del pueblo que no ha sido ejemplar, y siente abatimiento y rasga sus vestidos y
confiesa las culpas: Dios mío, me
avergüenzo y me sonrojo al levantar mi rostro ante ti, porque estamos hundidos
por nuestros pecados y nuestro delito es tan grande que llega al cielo.
Y supuesta esa realidad que no quiere ocultar a los ojos de
Dios, viene ahora el agradecimiento de todo lo que el Señor les ha bendecido: Pero ahora en un instante, el Señor nuestro
Dios se ha compadecido de nosotros, otorgando a un resto su lugar santo.
Por encima y más allá de las fallas de ese pueblo a través de su cautiverio,
Dios ha estado bendiciendo y ahora les acoge en su tierra. Antes éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos abandonó en nuestra
esclavitud: nos granjeó el favor de los reyes de Persia y nos dio ánimos para
levantar el templo de nuestro Dios. Tras el humilde reconocimiento del
pecado del pueblo, lo que queda ahora y sobresale es la acogida misericordiosa
de Dios.
Bendito sea Dios, que
vive eternamente, repetimos con el salmo, tomado del libro de Tobías,
recordando el misterio de Dios que corrige pero que se mueve a misericordia.
En el evangelio, Lucas (9,1-6) nos presenta la misión
apostólica. Jesús reunió a los Doce y les
dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.
Ahí están los Doce, con la mismo misión, poder y autoridad cada uno de ellos,
sin excepción.
Luego los envió a predicar, proclamando el Reino de Dios y
curando a los enfermos. Iban con unas condiciones: No llevar nada para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni
dinero, ni túnica de repuesto. Lo que pretende Jesús es que sean
conscientes de que la obra que van a realizar no es fruto de unos componentes
humanos y de las fuerzas de ellos. La obra que van a realizar es obra de Dios,
y Dios no necesita de los recursos humanos. Como el día que envió a Gedeón a la
batalla y le estorbaban los miles de hombres que se habían alistado en el
ejército, y se los seleccionó hasta que quedó un grupo reducido. Y con ese
había de sacar adelante la causa de Dios.
Aquí Jesús no quiere apoyaturas humanas y les envía desprovistos
aun de lo más elemental material. En la vida del Venerable P. Tarín, gran
misionero popular, que viajaba a sus misiones con un saco de mano, se cuenta de
una misión que resultó fallida, y el buen Padre lo atribuía a que había llevado
consigo demasiadas cosas. ¡Y la verdad es que no llevaba nada!
Lo que han de llevar consigo es la humildad de quedarse en
la casa que los reciban, y allí saludar con la paz, y llevar a las gentes esa
paz. Hasta os vayáis a otro sitio y sigáis el mismo modo de proceder.
Si alguien no os recibe porque no vive en son de paz, no
perdáis la calma. Simplemente salid de ese sitio, sacudid el polvo de los pies
para probar su culpa y marcharos a otro sitio que os reciba.
Ellos se pusieron en
camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la buena noticia del Reino de
Dios, y curando enfermedades. Estaban viviendo el apostolado en su esencia
más simple y más grande: proclamar la Buena Noticia, y eso ya era su paga más
importante.
Para más abundamiento, curaban a los enfermos en todas
partes, haciendo así efectivo el Reino.
Hoy permanece la misión: el apóstol sigue presentando la
riqueza de la Buena Noticia. Pero la “curación de enfermedades” está expresada
en las enfermedades espirituales. A las físicas no se extiende actualmente el
poder del apóstol. Pero en lo espiritual sigue habiendo una serie de males a
los que sí puede acudir el mensajero de la Buena Noticia, y sanar muchas
situaciones que sólo se pueden tocar desde la fe y la gracia de Dios. Y la paz.
Porque en un mundo convulso y derrotado, el apóstol no puede desanimarse ni
perder la paz. Le toca intentar entrar en las conciencias, pero si no los
reciben, ni no los acogen, sencillamente les toca sacudir el polvo de los pies
y que quede claro que no fue por ellos por los que no pudo llegar la paz.
Señor, hazme intrumento de tu paz (Oración de San Francisco)
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