LITURGIA
Yo diría que la 1ª lectura (1ªTim.3,1-13) no es
especialmente útil para los fieles. Es una relación de las cualidades que debe
tener un Obispo, y aun eso lo hace en la perspectiva del siglo I. También las
características de los Diáconos.
Finalmente un apunte a cómo debe ser la mujer: respetable, no chismosas, sensatas y de fiar
en todo. Sería el aspecto a mostrar en esta exposición, en la que voy a
prescindir de las otras notas que corresponden a Obispos y Diáconos. Que sean
ellos los que mediten y se apliquen lo que Pablo le decía a Timoteo.
En el evangelio de Lucas (7,11-17) llegamos a ese episodio
lleno de ternura y humanidad que es el encuentro que Jesús tuvo con un entierro
cuando entraba él en la ciudad de Naím.
Jesús iba despreocupado, en la conversación con sus
apóstoles. Y viene a encontrarse con una escena dolorosa: un entierro en el que
partía el alma el dolor de una mujer. Jesús se interesó por el suceso y vino a
saber que aquella mujer, partida por el dolor, era la madre del difunto, que
era un joven, y para más tragedia, ella viuda, que quedaba a la intemperie con
la muerte de su hijo.
Conocido el tema, Jesús no puede contenerse en su
sentimiento por aquella mujer –que es la que ahora sufre- y con una
espontaneidad admirable se va a consolarla. Y no se le ocurre otra palabra que
aquella sencilla expresión: No llores.
¿Cómo no iba a llorar? La mujer va deshecha en lágrimas.
Jesús había acudido a lo primero que veía. Pero en su corazón había mucho más y
su decisión era mucho más eficaz. Se dirigió al féretro, hizo parar a los que
lo llevaban, y con toda su fuerza exclamó: Joven,
a ti te lo digo, levántate. Todos quedaron parados y admirados. La madre no
daba crédito a la intervención de aquel desconocido.
Y el joven difundo se incorporó. Todo el mundo estaba
sobrecogido. La madre no daba crédito a lo que estaba sucediendo. El joven
empezó a hablar. Y Jesús le ayudó a salir de su ataúd y se lo entregó a su madre. Ahora podía comprender ella la palabra
anterior: “No llores”. Aquel hombre sabía lo que decía y ahora no sabía ella si
abrazar a su hijo o echarse a los pies del desconocido.
La gente quedó estupefacta, y daban gloria a Dios,
diciendo: Un gran Profeta ha surgido
entre nosotros, y Dios ha visitado a su pueblo. Y la noticia se corrió de
boca en boca y saltó a regiones vecinas por toda la comarca de Judea.
Para mí es uno de los hechos más tiernos del evangelio.
Nadie ha pedido nada, se ve que no conoce nadie a Jesús. Todo es pura
iniciativa de él, que se ha conmovido por la noticia que ha conocido
preguntando. Y su reacción, tan humana, es primeramente intentar consolar a la
madre que sufre. Parecería superfluo eso de decirle: “No llores” cuando lleva
el peso de su desgracia sobre su alma. Pero quien sufría en aquel momento era
ella. Y a ella se dirige Jesús. Luego completa la obra por su propia iniciativa
resucitando al joven.
No acaba ahí la ternura de Jesús. No se limita a resucitar
al muerto sino que, una vez vuelto a la vida, “se lo entrega a su madre”,
haciendo así la obra completa.
Suele ser lo normal que en nuestra oración confiada al
Corazón de Cristo, tendamos a explicitarle nuestras cuitas, e incluso que se
las repitamos y las insistamos. La verdad es que también basta ponérselas
delante, sin decirle nada más, y dejar que él sea quien vea y viendo actúe. Al
Corazón de Cristo le basta eso.
Pero no le molesta a él que insistamos y concretemos. Él
nos ha dicho repetitivamente que pidamos y recibiremos, que busquemos y
hallaremos, que llamemos y se nos abrirá. Incluso que “seamos pesados” en la
insistencia en nuestra petición. A una madre no le molesta la petición
repetitiva que le hace su niño. A Dios no le molesta la insistencia con que nos
dirijamos a él para suplicarle nuestras intenciones.
Lo que sí puede ser, en ocasiones, es la invitación a
reflexionar sobre el objeto que se pide, porque puede ser que Dios no está
atendiendo la petición porque no pedimos de acuerdo con su voluntad, o no
pedimos desde la humildad del que se abandona a los planes de Dios. La oración
de Jesús en el Huerto es una oración repetitiva de tres horas angustiosas. Y
pareció no tener acogida por parte de Dios. Sin embargo “un ángel le daba
fuerzas”, o lo que es más misterioso. “fue
escuchado por su reverencia”.
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